Mont Saint Michel: el oasis medieval que parece flotar

 

Para llegar a este mágico y deslumbrante monte francés, primero hay que pasar por Pontorson, un pequeño pueblo a simple vista acogedor, pero al mismo tiempo silencioso y solitario. Por Marcelo Alderete.

 

Mi tren con destino a Pontorson salía a las 10 AM desde la estación Saint Lazare de París. A pesar de haber llegado con antelación, perdí el tren al confundir el número de andén con el del carril, pero afortunadamente me cambiaron el ticket sin pagar nada extra para un tren que salía tres horas más tarde. A lo largo del camino me entretuve viendo por la ventana pequeños pueblos renacentistas y campiñas con viejos molinos de viento.

Cuando llegué a Pontorson eran casi las cinco de la tarde de un día gris y feriado. Lo primero que vi al salir de la estación fue una vieja y gigante mansión abandonada con los vidrios rotos y cubierta de enredaderas secas. A la siguiente cuadra había una funeraria que ofrecía sus lápidas en la vereda, y el hostal donde yo era el único huésped más bien parecía un motel de carretera.

Por un momento me pasé todos los rollos posibles de una típica película de terror mala: que iba a ser inducido a otra dimensión o que algún asesino me estaba espiando detrás de su ventana; pero, a pesar de lo tenebroso, me relajé y le saqué el máximo provecho a la situación creepy que estaba viviendo. Salí a recorrer las calles y las plazas del pueblo, que al estar situado en Normandía, al noroeste de Francia, tiene mucha influencia inglesa en sus construcciones.  Volví al hostal al anochecer, y entre el viento y la oscuridad escuchaba fuertes risas en algún lugar del pueblo.

Pontorson, Francia

El solitario pueblo de Pontorson

Un gigante se levanta en el horizonte

El día siguiente estuvo completamente despejado. Primero me conseguí un mapa para ver la ruta que me llevaría hasta el monte y luego arrendé una bicicleta. El camino a seguir bordeaba el único río que había en el pueblo, pero como a veces soy despistado tomé dos rutas equivocadas. En la primera me fui por un camino en medio de un campo de maíz y en la segunda fui siguiendo a un grupo de ciclistas que se dirigían a otro pueblo mucho más lejos.

Cuando al fin pude encontrar la ciclovía, que era perfectamente visible, me fui cantando y silbando de felicidad. Por fin iba a ver esa impresionante abadía medieval construida sobre una superficie rocosa, con la que me obsesioné al descubrirla en una película llamada To the Wonder justo un año antes.

A medida que me acercaba veía un pequeño monte que emergía en el horizonte y que poco a poco tomaba la forma de aquel monasterio piramidal que tantas veces había visto en fotos. Mis pedaleos se hicieron más rápidos y cuando llegué al primer mirador ubicado sobre un puente, pude verlo en su totalidad. Era más imponente de lo que había imaginado. Había cumplido mi objetivo.

Mount San Michel, Francia

El monte, mi bici y yo

Para llegar hasta la abadía tuve que dejar la bicicleta estacionada y atravesar un puente relativamente nuevo. Aproveché el cruce para sacar fotos y contemplar en silencio aquella maravillosa vista que me estaba regalando a mí mismo. Una vez dentro, recorrí cada rincón de las fortificaciones a medida que subía zigzagueando por sus largas escaleras para llegar hasta la cima.

Hay dos tipos de turistas que visitan el Mont Saint Michel: los que van porque suelen ser religiosos y lo toman como una forma de peregrinación, y los que van a admirar su grandeza arquitectónica e histórica. Yo soy del segundo tipo, pero eso no impide en absoluto que una vez dentro quieras descubrir toda su historia religiosa tan rica e interesante.

Me hubiese encantado verlo al atardecer y en la noche, pero el tren que me llevaría de vuelta a París salía esa misma tarde y no era posible permanecer más tiempo. Si al día anterior no hubiese perdido el tren de la mañana, la historia habría sido otra. Así que ya saben viajeros, jamás confundir el número del andén con el del carril.

Lugar:

Francia

Intereses:

Ciclismo Historia

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