Mi sueño polinésico
Sin haber puesto un pie en la Polinesia Francesa, ya tengo la sensación de que no me voy a querer ir nunca. Así sea como profesora de español en algún colegio, trabajando en un hotel o viviendo en un bote, ya encontraré la manera de quedarme en este espacio que ya siento tan parte de mí.
Cada vez que me baja la curiosidad de ver pasajes para ir planeando mis futuras vacaciones, la Polinesia Francesa llama mi atención. No solamente tengo la suerte de que mis kilómetros acumulados me alcanzan para llegar allá solo pagando las tasas, sino que también es culpa de todo el idílico sueño polinésico que gira en mi cabeza.
Para los que me conocen, no es novedad que ame la cultura francesa y que soy débil al encanto de las islas; por lo tanto, sentir una curiosidad por este paradisíaco lugar era el paso lógico a seguir. Al pensar en bungalows introducidos en aguas cristalinas y en vegetación exuberante, puedo entender la decisión del pintor Paul Gauguin de dejar su cómoda vida citadina y partir a la aventura.
De repente veo que mis paredes blancas se vuelven floreadas y visualizo el autorretrato de Gauguin con todo el resto de sus maravillosas obras que hoy me inspiran a seguir sus pasos y cumplir mi sueño polinésico. ¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿Adónde vamos? es el título de uno de mis cuadros preferidos, y son las preguntas que creo que tendrán respuesta con mi viaje a este territorio insular.
Derribando el aislamiento
La Polinesia Francesa está compuesta por cinco archipiélagos, de los cuales destacan las Islas de la Sociedad, integradas por las famosas islas Tahití, Moorea y Bora Bora, entre otras. El turismo y el desarrollo que llegó hasta esta localidad en el medio del océano Pacífico han provocado la pérdida parcial de la cultura autóctona, pero también han facilitado la accesibilidad a tan remoto territorio.
Los atractivos polinésicos son infinitos y en su mayoría están vinculados a sus paisajes tanto terrestres como marítimos. No pienso morir sin antes subir la Montaña Mágica y ver desde la cima los atractivos naturales de la isla de Moorea; conocer los cultivos de perlas en Avatoru, pasear por el mercado municipal de Papeete o simplemente tomar sol en las playas de Bora Bora.
Sin haber puesto un pie en la Polinesia Francesa, ya tengo la sensación de que no me voy a querer ir nunca. Así sea como profesora de español en algún colegio, trabajando en un hotel o viviendo en un bote, ya encontraré la manera de quedarme en este espacio que ya siento tan parte de mí.