Mi primera vez con un marroquí


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Era la primera vez que conocía a un marroquí. Era mi primer viaje largo, estaba sola en el Viejo Continente y, sin duda, era la primera vez que me encontraba tan vulnerable.

 

La Rambla de Barcelona

La Rambla de Barcelona. Crédito foto: Flickr.com/pablasso

Un caluroso día de junio de 2006 me encontraba caminando por La Rambla de Barcelona. De pronto se me acercó un tipo muy alto y delgado, con ojos saltones y cara de pocos amigos. Intentó venderme un pack de cervezas y le respondí amablemente que no tomaba. Siguió caminando junto a mí y se puso a preguntar por mi vida, mi viaje, mi estado civil, etcétera.

Yo fui simpática, respondí a sus preguntas e hice caso omiso al “no hables con extraños”. Viajar, pienso, es la mejor forma de derribar prejuicios, abrirte a los demás y confiar. Y esto es primordial en un viaje para, incluso, subirte al avión.

Y ahí figuraba yo, contándole mi vida a un tal Mohamed que había conocido hace siete minutos, y de un país con una cultura totalmente opuesta a la mía.

Cuando me percaté de que la cosa parecía un monólogo, pregunté por su vida, de cómo llegó a Barcelona y a qué se dedicaba. Pero la energía cambió de un segundo a otro. Y fue ahí, en medio de La Rambla, donde tuvo una catarsis y me confesó que se había acercado a mí con la intención de asaltarme y robarme la cámara. Yo lo miré y me puse a reír en vez de mirarlo con cara de “por favor no me haga nada”. Y seguí caminando, lento y mirando hacia atrás, como esperándolo, y le dije:

–Mira, elegiste pésimo a tu presa, esta cámara es vieja y no te van a dar nada por ella, porque supongo quieres venderla.

La Rambla de Barcelona

La Rambla. Crédito foto: Flickr.com/ddohler

Él, sorprendido por mi reacción, afirmó lo que le decía. Luego me dijo “tengo hambre” y le dije que yo también, pero no tenía mucha plata. Frente a nosotros había una gelatería italiana y lo primero que se me pasó por la cabeza fue invitarlo a tomar un helado. Mohamed, sin entender mucho, asintió con su cabeza y me siguió. Llegué a la caja y pedí dos helados de tres sabores. Mi nuevo amigo se transformó en un niño de 10 años probando cada sabor, y ansioso porque podía elegir tres…Y se tomó su tiempo para elegirlos bien.

Nos fuimos a sentar a una banca, cada uno con su helado, y logré que algo de su vida me contara, de su ilegalidad, de las nulas posibilidades de trabajo, de cómo se ganaban la vida y, también, de la mala fama que los marroquíes tienen en España.

Al rato, tras un silencio, me dio las gracias, y yo se las di de vuelta por no llevarse mi cámara. Se murió de la risa y nos despedimos de un abrazo. Lo más lindo fue lo que me dijo antes de partir: “Eres un ángel, hace tiempo que nadie me trataba bien”. Y eso me dejó triste y feliz por partes iguales, y con la incierta ilusión de que antes de volver a robar la pensará dos veces.

Era la primera vez que conocía a un marroquí, en mi primer viaje largo y sola por el Viejo Continente y, sin duda, era la primera vez que me encontraba tan vulnerable ante una contexto como ese y lejos de casa. Creo que eso de tratar a los otros como a ti te gustaría que te traten es aplicable, incluso, con quienes de entrada no tengan muy buenas intenciones con nosotros. Así se puede convertir a una eventual enemigo en aliado.

Lugar:

Marruecos

Intereses:

Gente

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