Mi agridulce bienvenida en Hanoi

 

Tráfico de locos, comida deliciosa y ¿dengue? Mi agitada llegada a la vibrante ciudad vietnamita no fue lo que tenía en mente.

 

Calle en Hanoi

¿La clave para cruzar la calle en Hanoi? Ser predecible

Cuando pensaba en Vietnam siempre venían a mi mente imágenes de terrazas de arroz, Halong Bay y Anthony Bourdain probando comida extraña. Todo esto me sonaba más que fascinante, así que no fue ninguna sorpresa que formara parte de mis sueños viajeros.

Me sentí diferente apenas puse un pie en Hanoi, después de 30 horas en la pesadilla de sleeper bus desde Vientiane.  Y es que esta ciudad me dio una sensación extraña que no había tenido en todo el Sudeste Asiático. Sí, es un lugar lleno de turistas al igual que Tailandia, pero por alguna razón se sentía más auténtica.

Lo primero que noté fue la gran cantidad de motocicletas y pensé que el tráfico era un verdadero desastre. Todos andaban en distintas direcciones, nadie respetaba las señales de tránsito y los peatones arriesgaban su vida intentando cruzar al otro lado.

Entre mi desesperación, un vietnamita se acercó para ayudarme a cruzar con mi tremenda mochila y me dio un consejo para sobrevivir en este desorden: “Tienes que ser predecible”. Ahí lo entendí todo y empecé a mirar con otros ojos cómo bailaban los motociclistas con los peatones, donde todos sabían el siguiente paso de su compañero. Si bien nunca me volví una experta en la calle, nadie más sintió la necesidad de ayudarme por verme asustada.

Al día siguiente me desperté con una fiebre horrible, así que fui a una clínica internacional y les expliqué que necesitaba una consulta urgente. Para mi sorpresa me pusieron a un doctor tico que era más buena onda que la fama de Costa Rica. Conversamos mientras esperábamos los resultados de los exámenes y entre mi dolor logró hacerme reír. Finalmente me dijo que tenía dengue y mi sonrisa desapareció.

Dengue

Dengue

Como soy tan astuta viajé sin seguro –y Vietnam era uno de los últimos destinos de mi viaje de 15 meses–, así que entenderán que no tenía ningún peso para gastar en el inoportuno dengue. Por lo tanto, llegamos al acuerdo de que iba a seguir en mi hostal, pero iría todas las mañanas a hacerme exámenes. Sin embargo, me tendrían que internar si mis plaquetas seguían bajando.

Volví a mi dormitorio y no le conté a ninguno de los 12 mochileros de mi extraña enfermedad. Sin embargo, las mujeres vietnamitas que limpiaban en la mañana sospechaban algo, así que cada vez que entraban a la pieza me llevaban un vaso con agua y con ojos compasivos me preguntaban: “¿Sick?”. Yo sólo les asentía mientras me dejaba querer con ese incomparable cariño maternal.

Un día los síntomas se hicieron insoportables y cometí el grave error de decirle a mi mamá que estaba empeorando. Ella se asustó tanto que terminó contactando al embajador de Chile en Vietnam para que me fuera a buscar al lugar donde me estaba quedando y me dejara hospitalizada. Durante los días que estuve allí, el amoroso embajador junto a su señora me visitaron y me llevaron revistas para entretenerme y hacerme compañía.

Un día, cuando era casi obvio que a la mañana siguiente me tocaba transfusión de sangre, nos encontramos con la linda sorpresa de que mis plaquetas empezaron a subir, lo que significaba que ya faltaba poco tiempo para salir de ahí. Cuando me mostraron todo lo que debía pagar, me di cuenta de que mi bondadoso doctor no cobró sus honorarios y hasta me consiguió una noche gratis en la clínica porque sabía que no tenía seguro de viaje.

Halong Bay

Halong Bay

A diferencia de otras personas que tienen síntomas más leves, yo estuve casi 10 días enferma. Como no podía perder más tiempo, regresé corriendo al hostal, dejé mi mochila y conocí a un australiano chistoso y encantador como ellos solos. Él tenía a un amigo de su hermano viviendo en Hanoi, así que durante tres días me mostraron los lugares más entretenidos de la ciudad que no aparecen en ninguna guía turística.

Fui a un mágico restaurante de comida tradicional con mesas tipo té club, que estaba al borde de un río iluminado por ampolletas fluorescentes y que lo visitaban sólo vietnamitas. Contra las indicaciones del doctor me tomé un cóctel exótico en uno de los bares más bizarros que he visto con árboles y cascadas que salían desde cualquier muralla; me llevaron a un after al lejano lado “lais” de la ciudad donde hacían karaoke en el sótano hasta el amanecer; jugué cartas durante horas junto a desconocidos que iban sentándose en una calle en mitad de la nada; escuché a una banda en un restaurante donde sólo van los extranjeros que viven en Vietnam; y, cuando me desperté el día que dejaba la ciudad para conocer Halong Bay, la recepcionista del hostal me dijo que mi amigo aussie ya había pagado mi pieza.

Hanoi no sólo me cautivó con sus hipnotizantes rincones donde durante todo el día se pueden ven lugareños comiendo platos deliciosos en sillas en mitad de la calle y bebiendo cerveza en vasos muy pequeños en cada esquina, sino que esta ciudad también me presentó seres humanos fantásticos que me ayudaron en un momento muy difícil de mi viaje. Esas personas son las que me siguen demostrando que hay gente increíble en el mundo y que vale la pena cruzarlo para conocerlas.

Lugar:

Vietnam

Intereses:

Gastronomía Low Cost

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