Matanzas, destino de viento y sol


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No conocía este balneario de la VI Región, hasta que un buen día de septiembre me encuentro envuelto entre su bravo oleaje, sus playas eternas y los bosques que acarician el mar.

 

El idílico balneario de Matanzas me recibe un día soleado y ventoso de septiembre. Desciendo del bus en plena avenida principal de este pequeño pueblo de la VI Región, momento en que la playa es castigada por un intenso oleaje. Me dirijo a la recepción de mi hotel, al cual no tardo más de cinco minutos en llegar. En este lugar, todo está a unos pasos de distancia.

De buenas a primeras, Matanzas no parece ser un destino muy concurrido, lo que le otorga aún un grado de tranquilidad que se me hace exquisito. Dan ganas de quedarse, desde el principio. La playa, a la que accedo por Paseo de la Caleta, una costanera corta pero pintoresca y renovada, es lo primero que enamora. Desde allí logro distinguir los primeros matices del mar y de sus arenas grisáceas, justo a los pies de unas construcciones de madera y de las laderas boscosas. En ese sitio la presencia humana es escasa y sólo se aventuran en el agua helada un puñado de aficionados al windsurf. Descubro que hoy no se practica surf, debido a las ventiscas y a lo picado que está el mar.

Matanzas, Chile

La playa de Matanzas desde uno de los miradores

Perteneciente a la comuna de Navidad y no muy lejos de la desembocadura del río Rapel, Matanzas goza de un clima y un paisaje perfectos para desconectarse de la ciudad, para descansar y practicar algunas actividades outdoor que incluyen cabalgatas, surf, windsurf, caminatas por la playa, tenis y ciclismo. Opto por caminar.

En la ruta hallo dunas hacia el costado sur del pueblo. Me quito los zapatos y, descalzo, subo los cerros de arena mientras el viento se hace más y más intenso. Desde arriba me sorprende la potencia del oleaje de ese mar que no para de reventar en los roqueríos con una fuerza descontrolada. Desde allí también diviso la playa adyacente, virgen y desolada. Con tintes de nostalgia también. Me recuerda un par de imágenes de película donde sólo faltan esos cielos nublados. Tan sólo algunas casas en las alturas de un acantilado tienen ahí el privilegio de observar aquella franja de arena ancha y extensa, y un mar que prohíbe el baño.

Plata de Matanzas, Chile

Al atardecer, en la playa

Al volver rumbo a Matanzas, no sin antes tomar un sinfín de fotografías, me paso hacia los cerros, donde me llama la atención un bosque de pinos que da una sombra intensa y helada. Desde lo alto puedo seguir disfrutando de las vistas del pueblo y de los windsurfistas que se hacen notar cada vez más. El sol de tarde me da de frente, por lo que las velas, iluminadas por los rayos solares, brillan intensamente.

El pueblo es pequeño. Sólo tiene una calle que va paralela al mar. Aquí encuentro un par de tiendas para comprar víveres, casas y algunos lugares de alojamiento, donde destacan un hotel y un hostal. En este lugar sólo veo algunos niños residentes que disfrutan la tarde arriba de tablas de skate, un par de ancianos que caminan a paso lento por la vereda y algunos jóvenes que compran en la tienda del pueblo, la que también se encarga de vender pasajes a Santiago.

Dunas de Matanzas, Chile

Las dunas se disfrutan mejor a pies descalzos

La tranquilidad de la noche se acrecienta

Al caer la tarde vuelvo a mi lugar de alojamiento, con vista al mar entre medio de la verde vegetación. La arquitectura de las construcciones de este balneario está pensada para ser compatible con el entorno, y algunos lugares ofrecen tinajas de agua caliente, un balcón con sillas para tomar sol, un fogón rústico y áreas para preparar un asado. Una delicia para quienes vienen por un par de días. Para los más aventureros, Matanzas cuenta con sitios de camping equipados con quincho, agua potable y fogones en medio de un bosque de pinos.

Al anochecer fui a cenar a un restaurante que destaca por su especialidad en platos de pescados y mariscos, además de pastas italianas. Opté por congrio frito, machas a la parmesana y un delicioso postre de chocolate, acompañado de un rico pisco sour. Buscaba la identidad chilena que nos ofrece el lugar.

Mirador de Matanzas, Chile

Desde las alturas, se pueden descubrir playas solitarias

Cuando retorno a la habitación me instalo en el balcón que da hacia Paseo de la Caleta y hacia el mar. Abro un vino y, aunque está un poco helado, el momento se disfruta a concho. Ya no hay gente en las calles ni ruido de vehículos. Sólo resta disfrutar de un cielo estrellado junto a una suave música y al ruido de las olas.

Para quienes vienen durante los fines de semana, se organizan cabalgatas con guía por bosques de pino, campos y playas hacia el sur. Adicionalmente se hacen clases de surf, donde es casi obligatorio acceder a las playas de Roca Cuadrada y de Matanzas, que poseen las mejores olas. Para los amantes del viento, se puede arrendar equipo de windsurf, pues éste es uno de los mejores lugares del mundo para practicarlo.

Ya sea que se quiera venir en familia o en pareja, Matanzas es un destino soñado y de escape para fin de semana. Lo descubrí un día soleado y ventoso de septiembre.

Lugar:

Chile

Intereses:

Playas Surf

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