Los amigos que me salvaron en India
En India me pasó lo que nadie espera: me robaron todo. Pasé 21 días de sufrimiento pensando que tendría que volver a Chile, pero apoyado por todos los amigos que me hice durante mi estadía. Otro de los contrastes de este país.
Entusiasmado, después de tres meses en India iba a continuar con el viaje, esta vez en dirección a Bali, Indonesia. Tenía que tomar un tren en el que viajaría toda la noche.
Y ahí ocurrió. En los últimos 20 minutos de viaje desaparecieron mi diario, mi billetera y, lo más importante, mi pasaporte. ¿Qué iba a hacer? ¿De dónde iba a sacar plata para comer y dormir? ¿Cómo iba a llegar a algún lugar desde la estación de trenes?
Por suerte mi celular se salvó del robo y, como tengo número indio, logré llamar a mi viejo para que cancelara todas las tarjetas.
En la estación de Calcuta conocí a Ben, un backpacker de Estados Unidos que se convirtió en mi fucking ángel. Me apañó a todos lados, al consulado, a la estación de policías y hasta me compró comida; me pagó una noche de alojamiento, me compró un pasaje en tren a Delhi (donde está la Embajada de Chile) y me dio plata para poder sobrevivir los siguientes días.
Lo pasé pésimo en ese tren. Lloraba angustiado mientras hablaba por Whatsapp con el embajador en India, quien me decía que la única solución era volver a Chile y sacar un nuevo pasaporte. Pero lógicamente eso no era una opción.
Tenía que administrar muy bien la plata que me había dado Ben, porque no sabía cuánto tiempo iba a estar sin tarjetas, y una transferencia era imposible porque no tenía ningún documento de identidad. Por suerte una amiga de Inglaterra me dio el número de Sandeep, su Couchsurfer.
Mi anfitrión no sabía cuánto tiempo me iba a quedar, pero hubo tanta buena onda que jamás le importó. Pasé allí varios días hasta que el embajador me dijo que podía seguir viajando con un pasaporte consular, pero sólo por dos meses más.
Aunque el embajador me apoyaba en todo, yo era su primer caso de este tipo, pues era primera vez que lo destinaban. Así que cada pregunta que él enviaba a Chile se demoraba al menos un día en llegar por culpa del cambio de hora.
Estaba angustiado por la incertidumbre y cansado de llorar por la impotencia de no poder hacer más. Las cosas se ponían cada vez más difíciles y la energía simplemente se me iba apagando, así que pensé en devolverme a Chile y seguir viajando por Sudamérica.
Sin embargo, aún quedaba la opción de aplicar al exit permit (visa de salida) y elegir un nuevo destino: Bangkok. Pero obtener ese documento fue un cacho, pues me pedían fotocopia de carnet del dueño de casa donde me quedaba (Sandeep era arrendatario, así que no servía) y en mi foto de la visa para Tailandia salía mostrando los dientes, así que tuve que sacarla de nuevo. A todo eso se le sumaron los miles de feriados de India, Chile y Tailandia, por lo que sólo tenía tres días hábiles para hacer los trámites.
Finalmente, en 21 días conseguí mi salida de India. Pero no todo fue tan malo.
Con Sandeep hicimos hartas cosas y me hice amigo de sus amigos, que siempre estaban en la casa. Prácticamente estaba viviendo en Delhi: usaba el metro, iba al mall, los vendedores del mini market ya me conocían y el tío de los jugos siempre me hacía un café frío especial con chocolate y Oreo.
También conocí a Marvin, un alemán con el que me pegué los mejores carretes de sábado en casa de amigos o en pubs. Amigos así fueron los que me mantuvieron en India y no permitieron que renunciara a todo y volviera a Chile.
La experiencia fue difícil, pero lo pasé pésimo y bacán al mismo tiempo. Otro de los millones contrastes de India.
Esto aún no termina, pues necesito un pasaporte normal para poder seguir viajando, el que tiene que llegar pronto desde Chile junto con mis tarjetas, pues mis documentos actuales están por vencer. Pero mientras hago todos estos trámites viajo por Tailandia.