Lonquimay: elegí mirar


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“Quien no conoce el bosque chileno, no conoce este planeta. De aquellas tierras, de aquel barro, de aquel silencio, he salido yo a andar, a cantar por el mundo.” Pablo Neruda, Confieso que he vivido. Por Emilia Daiber.

 

Hay quienes dicen que si se está triste hay que viajar para alegrar los ánimos, que si se está feliz hay que viajar para compartirlo y que si se olvidó el sentido de la vida hay que viajar para encontrarlo. Pero, ¿qué hay detrás de este concepto tan amplio y al mismo tiempo tan ambiguo?

Hace un tiempo EvoluzionTravel me invitó a un viaje que prometía ser distinto. El compromiso suponía ofrecer una experiencia que integrara imponentes paisajes y abundante contenido social y cultural.

He aquí lo que pude ver.

Nos dirigimos hacia la región de la conflictuada Araucanía, precisamente a Lonquimay.

Laguna San Pedro, Lonquimay, Chile

Contemplando la vida silvestre de la laguna San Pedro.

Bastó solo llegar para comenzar a dimensionar lo sobrecogedora que iba a ser la experiencia. La afectuosidad y cercanía con la que nos recibieron y atendieron los mismísimos dueños del hostal donde alojamos no se alejaba del concepto de hogar. Pero lo mejor estaba por venir.

Ese mismo día hicimos un tour al cráter Navidad, llamado así debido a que se formó con la erupción del volcán Lonquimay el 25 de diciembre de 1988. En ese momento, al ver los kilómetros de lava petrificada, fuimos testigos de la inmensidad y de la fuerza de la naturaleza, y paralelamente nos vimos obligados a concientizarnos sobre lo pequeños que somos.

Todo esto en medio de la naturaleza viva y la inerte, entre lagunas calipso con árboles que sobresalían del agua y que figuraban muertos hace mas de 25 años, pero que acompañaban desde lo que parecía ser un cuadro psicodélico, donde la destrucción y lo paradisíaco no son más que sinónimos.

Ya el segundo día tuve la posibilidad de visitar una veranada, un lugar en la pre cordillera donde los pehuenches llevan a sus animales para alimentarlos durante el verano y así proporcionar alimentos para el invierno, y donde también cohabitan araucarias milenarias y especies que poco se ven, como el puma, el zorro y el cóndor. Un espacio, además, que entre enero y abril funciona como lugar de encuentro entre niños y adultos, donde se desarrollan actividades pedagógicas, se recolectan piñones y se comparte en comunidad.

Trekking por Lonquimay, Chile

Trekking por la veranada, que nos llevó hasta un mirador panorámico del valle.

En una primera instancia, al ser testigo de la majestuosidad del lugar, pensé desde un razonamiento pragmático y bastante errado que Don Pedro, el pehuenche a cargo de esas tierras, podría ser rico. Sobre todo luego de ver el contraste entre la magnificencia del terreno que “poseen” y de la humildad total en la que viven.

Luego de algunos minutos de conversación con el propietario no supe distinguir cuál de los dos vivía en el mundo al revés. Pedro y su hijo Isaac (quien nos hizo el tour por la veranada aquel día) hablaban acerca de la diferencia entre poseer las tierras y pertenecer a ellas. La segunda opción, por la cual ellos apostaban, consta en cuidarlas, venerarlas y respetarlas como un religioso a su divinidad.

Y en esa zona no solo habitan pehuenches, conviven también criollos cargados de conocimientos sobre los bosques y los caballos, jóvenes que han decidido invertir en ese lugar en vez de migrar a la capital, personas que se han concientizado respecto al centralismo violento en el que vivimos, que se han quedado, que han trabajado arduamente para poder mostrarnos sus tierras y su cultura. Hombres y mujeres que finalmente nos hacen reflexionar sobre cómo vivimos, cuán dependientes somos y de qué dependemos, que nos ponen un espejo enfrente que da cuenta de una sociedad sumamente asistencialista y, lo más atractivo y arrebatador de todo, es que te lo dicen sin decirlo. Aquel espejo no es más que elegir mirar cómo viven y su entorno.

Cóndores en Lonquimay, Chile

Observando cóndores y los valles de Lonquimay y las Mellizas.

Mi invitación entonces es a encontrarse y a reconciliarnos, a conectarnos con lo que trasciende, a flexibilizarnos un poco y emocionarnos sin tanto pudor. Quiero convocarlos a conocer lugares tan vírgenes que se piensan extintos, a compartir desde las diferencias para así acercarnos a eso que parece tan desconocido que nos aterra, pero que finalmente es abismantemente puro y bello. Los invito a compartir sus deliciosos sabores y a educarnos. Los invito a relativizar y reprocesar desde las alturas perdidas e intocadas del Lonquimay en compañía de un silencio voraz y junto a la fuerza milenaria de las araucarias nacionales, pero por sobre todo a entregarse a la calidez y sabiduría de quienes ahí habitan y que tantas ganas tienen de compartirlo con nosotros.

Elegí mirar y no solo vi el paisaje, sino también la generosidad inconmensurable de su gente.

“Ercilla no solo vio las estrellas, los montes y las aguas, sino que descubrió, separó y nombró a los hombres. Al nombrarlos les dio existencia”, Pablo Neruda.

Cabalgata por Lonquimay, Chile

Luego de cabalgata llegamos a un plano con una hermosa vista al valle de las Mellizas y los picos nevados de Lonquimay.

Lugar:

Chile

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