Londres, la favorita
Londres superó todas mis expectativas. Volvería todos los años para seguir recorriendo sus calles, cruzando sus puentes, descubriendo sus museos llenos de historia, y su cultura icónica y legendaria.
Hay una escena de Snatch, la película de los ladrones de diamantes, en que describen a Londres como un lugar que sólo tiene pescado con papas fritas, té, mala comida, un clima espantoso y a Mary Poppins. Es cierto que hace mucho frío, que en invierno oscurece a las 4 PM, que la comida inglesa no tiene mucha gracia y que es terriblemente caro, pero sólo alguien demasiado pesimista puede estar en Londres y quedarse con esa impresión.
Después de 13 años de estricta educación británica, entonando sagradamente todos los lunes God Save the Queen, aprendiendo inglés de libros con fotos del Big Ben, los guardias de Buckingham y las cabinas de teléfono rojas, lo único que quería en la vida era conocer Londres.
“London calling, yes, I was there, too, and you know what they said? Well, some of it was true”, cantaba The Clash a comienzos de los ’80 y sus apocalípticas letras de denuncia llegaron tanto a la clase media británica, que la canción pasó a la historia de la música y sigue sonando en las radios, incluso en las de Punta Arenas, allá, en el fin del mundo, donde esa canción se volvió una de mis preferidas.
Encontraba que la mejor forma para llegar a Londres era ir de intercambio, pero mi universidad no tenía convenio con ninguna en Reino Unido para mi carrera, así que opté por España. Había estado de cumpleaños recién y mi papá, muy generoso, me había depositado un poco más de plata, así que partí en un Ryanair que me costó 20 euros ida y vuelta. Llegué un 1 de diciembre cuando ya estaba oscuro, con una caja de barrita de cereales en mi mochila, sólo por si Londres era tan caro como decían.
Han pasado ocho años desde esa primera visita durante esos días de invierno europeo, cuando con mi morral de Chiloé y mi parka roja cruzaba congelada el puente de Westminster impresionada porque esa ciudad perfecta que parecía de mentira era real y 10 millones de personas tenían la suerte de vivir ahí; mientras, en mi mp3 Damon Albarn cantaba “London loves the mystery of a speeding car, London loves the mystery of a speeding heart”.
Siempre me ha impresionado cómo las ciudades ícono, las que han sido los centros del desarrollo de Occidente, han sabido hacerse cargo de su –muchas veces– trágica historia, para ser hoy los grandes centros culturales y artísticos del mundo. Lo que hoy es Inglaterra fue conquistado por Roma en el 43 d.C. Londres, que en esa época se llamaba Londinium, ya tenía unos 60 mil habitantes en el siglo II d.C. Lo extraño es que caminando por la ciudad no da la sensación de que tenga más de 2 mil años. Eso hasta ver la Abadía de Westminster que lleva casi 800 años en pie o el famoso “tube”, la primera red de metro del mundo, y te vas dando cuenta de que esta ciudad alucinante ha estado ahí desde casi siempre, que ha sido parte fundamental de la historia de Europa y que a casi dos milenios de su fundación está probablemente en su mejor momento.
Mientras en el colegio cantábamos “God save our gracious Queen, long live our noble Queen”, a mí me empezaban a gustar los Sex Pistols y conocí la otra versión, la menos solemne del himno nacional, esa en la que el grupo de Sid Vicious proclamaba que la reina no era humana y que bajo su régimen fascista no había futuro para los sueños del país… “God save the Queen, she ain’t no human being, there is no future in England’s dreaming”.
Y es que Londres está indiscutiblemente ligada a la historia de la música. Hace 47 años los Beatles dieron su último concierto en la terraza de su sello, Apple Records; hace 10 Amy Winehouse se demoró tres horas en escribir la letra de Back to Black para luego grabarla en los estudios de Metropolis. En esa primera visita estaba de moda LDN de Lily Allen, esa canción alegre y medio infantil en que ella cuenta lo que ve mientras anda en bicicleta por la ciudad. Es imposible caminar por sus calles y que la música no suene sola en tu cabeza.
Hace dos años volví; increíblemente habían pasado seis años y Londres no se me había olvidado ni un poco. Lo mejor es que ésta es una ciudad universal que cada uno hace a su medida, a la que se puede volver y cada vez hacer cosas diferentes. Imperdibles hay demasiados, para todos los gustos y bolsillos, pero estos son mis favoritos:
- Dicen que la comida inglesa es de la peor del mundo, pero el Regency Café es prueba de lo contrario. Queda a unos 15 minutos caminando del Big Ben en la esquina de Page con Regency Street y es obligación pedir un “set breakfast deal”. Hace dos años costaba 5,5 libras y todo lo que trae ese maravilloso plato es suficiente para aguantar hasta la cena.
- Atrás de la National Gallery –otro de los museos imperdibles–, está la National Portrait Gallery, un lugar completamente dedicado a los retratos de personas famosas. Hay más de 200 mil fotos, pinturas y esculturas que van desde el año 1500 hasta hoy, y desde Shakespeare hasta los integrantes de Blur. Aunque la ciudad es cara, los museos públicos son gratis y sólo se dona lo que uno quiere.
- Caminar por Oxford Circus y Regency Street, ver todas las tiendas lindas y con suerte comprar algo; seguir caminando hasta Picadilly Circus, sentarse al borde de la famosa estatua y observar a la gente, sus costumbres, la moda.
- Recorrer Shoreditch, y perderse entre los cafés y bares; pasar horas mirando ropa usada y bucear entre carteras vintage y lentes de los años ‘70, para salir a la calle entre los gritos de los comerciantes indios que te ofrecen un plato de curry por unas cuantas libras, y terminar en el Cereal Killer Café, el local de unos gemelos irlandeses que sólo sirve, como su nombre lo dice, cereales de todos los tipos y marcas imaginables.
Al final Londres superó todas mis expectativas. Todo lo que yo me había imaginado desde chica, mientras cada lunes cantábamos solemnemente el himno de Inglaterra, era poco. Volvería todos los años, con el iPod lleno de canciones, para seguir recorriendo sus calles, cruzando sus puentes, descubriendo sus museos llenos de historia, y su cultura icónica y legendaria.