Las ratas felices de Bikaner
Fuera de las rutas más típicas de India podemos encontrar ciudades que tienen miles de sorpresas por entregarnos. Una es Bikaner, con su bella arquitectura y su singular templo solo para valientes.
Poco antes de comenzar el viaje por India vi en la tele un programa sobre el famoso templo de las ratas de Bikaner. Tanto fue mi asombro e intriga, que decidí buscarlo en el mapa. ¡Bingo! Quedaba justo en el estado de Rajasthan, donde pretendía pasar la mayor parte de mi recorrido, y lo mejor es que no tenía que cambiar en nada el itinerario.
Tomamos un tren nocturno, donde conocimos a un joven que tenía un hostal con sus amigos en Bikaner. Antes de optar por quedarnos en él decidimos verlo, y nos pareció que estaba bien, así que negociamos un buen precio y salimos a recorrer esta ciudad tan poco turística.
La mayoría de las ciudades de la zona tienen un fuerte y esta no era la excepción. Nos topamos súbitamente con Junagarh Fort, una magnífica construcción rojiza situada en la mitad de la ciudad. Todo estaba mantenido perfectamente, y sus murales, bellos vitrales y puertas talladas lo adornaban aún más.
El recorrido continuó por las calles de la antigua Bikaner, entre edificios con la clásica arquitectura rajput y mercados callejeros de especias. Como ya era hora de ponerle algo de color a mi vestimenta (y así tratar de camuflarme entre la multitud), un pañuelo fue mi primera compra y el accesorio que me acompañó a lo largo de toda la travesía.
En búsqueda de la rata blanca
Coordinamos un tuk tuk para el paseo del día siguiente, al cual nos acompañaría una francesa que habíamos conocido. Las expectativas crecían y las dudas sobre si lograría entrar eran incalculables. Karni Mata, el templo de las ratas, nos esperaba.
Como su nombre lo indica, en él se venera a las ratas, por lo que deambulan libremente y reciben alimento de los visitantes. Según el Hinduismo, la diosa Karni Mata es la reencarnación de otra diosa llamada Durga. Los árboles genealógicos y todo acerca de la mitología que envuelve a esta religión es bastante enredado; por lo mismo, lo más simple es saber que entre los casi 20 mil roedores que habitan el lugar, se cree que hay cuatro ratas blancas que representan a Karni Mata. Por eso, ver alguna de las famosas criaturas albinas es sinónimo de buenos augurios y bendiciones.
Al llegar me di cuenta de que no había pensado en un punto más que importante. Como era un templo, los zapatos debían permanecer afuera y con pies descalzos tendría que recorrer los suelos por las ratas corrían libremente. Existía la opción de ir con calcetines –lo óptimo, ya que el suelo está cubierto de comida y excremento, lo que puede llegar a ser un poco molesto–, pero no llevé, y usar bolsas plásticas me pareció una falta de respeto para los creyentes.
En el patio principal, donde hicimos la fila para ingresar al templo, estos animalitos corrían de un lado a otro. Mientras algunos se encaramaban en las barandas de la reja, los más temerarios caminaban sobre nuestros pies. Por suerte jamás les he tenido miedo a los ratones y no soy de esas que sale corriendo o se sube arriba de una silla a gritar.
Ya dentro del santuario parecían multiplicarse por metro cuadrado. Un hombre se me acercó y me dijo: «Qué bueno que vino a esta hora, pues la mayoría de las ratas están durmiendo dentro de las paredes.» En la tarde, cuando el sol comienza a descender y el calor deja de sofocar, la cantidad de roedores puede incluso triplicarse en los pasillos. No logro imaginarme cómo debe ser eso, ya había más que suficientes.
Cuando pensaba que ya nada me sorprendería, vi una fuente con leche de la cual bebían las ratas. En eso llegó un hombre, dijo unas palabras de oración, introdujo su mano y toma unos sorbos de leche. Mi osadía no alcanzó tal punto y solo logré posar junto las hambrientas criaturas.
No lo voy a negar, fue extraño, pero finalmente la experiencia resultó menos traumática de lo que imaginaba. La ligereza de los pasos de quienes asisten, el brillo de los ojos de los niños corriendo alegres en busca de la rata albina, el júbilo con que me transmitieron gratitud por estar ahí, sin cara de asco e intentando conocer algo más de su cultura. Todo eso fue lo que prevaleció.