La lección más importante de perderse en Tokio

 

Experimenté el cliché de perderse en Tokio, la ciudad más bipolar que he conocido, y aprendí algo fascinante.

 

Cruce de Shibuya en Tokio

En el cruce de Shibuya pasan más de 2.500 personas cuando cambia la luz del semáforo

Siempre he preferido escaparme a una playa, una montaña o cualquier parte donde pueda tener un mayor contacto con la naturaleza. Sin embargo, hay ciudades que siempre he querido conocer por el simple hecho de ser completamente distintas a lo que estoy acostumbrada. Por esta razón, cuando estaba en Australia y vi un pasaje a US$300 para Tokio, no lo pensé dos veces.

Japón es uno de esos países con una cultura tan diferente a la nuestra que la mayoría de nosotros la tildaría como “bizarra” y que, por eso mismo, para mí es extremadamente fascinante. Yo siempre consideré a los japoneses como personas distintas a nosotros y apenas puse un pie en el Aeropuerto de Narita supe que me iba a perder en la gran ciudad, pero jamás imaginé que hasta los inodoros con sonidos y botones iban a confundir aún más mi cabeza occidental.

Parque Gyoen

Me perdí y llegué al enorme Parque Gyoen, donde me quedé horas paseando

Física, mental y literalmente perdida en Tokio

Si tuviera que definir Tokio diría que es tecnología, lujo, reglas, movimiento, comida, luces y muchas mascarillas blancas que me hicieron imposible pestañear con todo lo que pasaba a mí alrededor. En cada cuadra tenía un motivo para decir “¡oooh!” y es que absolutamente  todo llamaba mi atención.

No es como si nunca hubiera pisado una ciudad grande (¡justo antes estaba en Sídney!), pero los brillantes carteles con símbolos, las multitudes cruzando en Shibuya después del trabajo y las personas promocionando cosas en el barrio electrónico de Akihabara contrastaban totalmente con el silencio del transporte público, la gran cantidad de normas morales y los callejones detenidos en el tiempo que parecían no formar parte de la ciudad más bipolar que he conocido.

Pero me demoré en descubrir que así es Tokio: tradición y modernidad. Donde todos continúan respetando a sus mayores, preocupándose de no molestar al resto y siguiendo normas sociales que para algunos ya están obsoletas, pero al mismo tiempo tienen edificios exclusivos de videojuegos, viajan en trenes de alta velocidad (270 km/h) y beben hasta quedar botados en la acera cada noche después de la oficina.

Estatua de Hachiko

Yo y mi buen amigo Hachiko, el perro más fiel del mundo

El Wi-Fi no sale de los árboles

Aquí me titulé con honores en lectura de mapas, ya que nunca tuve internet en mi poder porque fue muy difícil encontrarlo. Incluso en Starbucks tuve que llenar un formulario, ingresar desde un computador e inscribirme para conectarme la próxima vez que fuera (como si uno estuviera viajando con dinero infinito para comprar Chai Latte).

En general me encanta viajar sola, pero admito que en Tokio me hubiera gustado estar acompañada. Si bien es una ciudad segura, perderse todos los días puede ser realmente frustrante. Aún más si te olvidas dónde está el sector con el casillero que guarda todas tus pertenencias en la estación de trenes más grande de tu vida y logras encontrarlo después de recorrer laberintos durante más de una hora, expresando toda tu emoción en un llanto inconsolable dentro de un país donde pareciera que es de mala educación demostrar tus sentimientos en público.

Bueno, ahí me di cuenta que estaba muy estresada y necesitaba relajarme.

La lección más grande que me dejó Tokio fue aprender a dejarme llevar y a disfrutar el perderme en una ciudad donde no se entiende nada. Los primeros días fue muy difícil acostumbrarme, pero una vez que puse en práctica el “ir con la corriente” empecé a gozar con cada una de las rarezas que esta misteriosa ciudad tenía para entregarme. Ahora lo pongo en práctica cada vez que estoy bajo una situación similar y todavía sigue funcionando.

Lugar:

Japón

Intereses:

Gente Historia

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