La irreal Capadocia


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El mundo jamás deja de sorprenderme; tiene rincones que parecen sacados de cuentos de hadas y Capadocia es uno de ellos. Hubo momentos en que tuve que detenerme, pestañar y volver a analizar dónde estaba.

 

Íbamos arriba del avión viajando de Jordania a Turquía, cuando por la ventana divisamos unas montañas nevadas que nos hicieron recordar a nuestra amada cordillera. Entre risas bromeamos pensando: “¿Y si vamos a esquiar?”.

No sé ustedes, pero cuando yo pensaba en Turquía me imaginaba café, alfombras y calor. Sabía que era invierno, que calor no hacía, pero jamás sospeché que iba a hacer tanto frío.

Llegamos a Estambul y comenzó la odisea. Habíamos viajando por meses con todo muy organizado, siempre anotado y claro, pero este lugar fue una excepción; estábamos en el caos total. Por alguna razón que aún desconozco no teníamos el mail de reserva del vuelo hacia Capadocia y no lográbamos recordar a qué hora era. Lo único que sabíamos era que debíamos cruzar Estambul de un aeropuerto a otro, pero estábamos en una de las ciudades más grandes y congestionadas que he visto.

Tomamos un bus que nos dejó en el centro, donde debíamos subirnos a otro que nos llevaría al aeropuerto nacional. Nuestra evidente cara de angustia terminó convirtiéndose en desconsuelo, pues ya teníamos casi asumido que perderíamos el vuelo. Al llegamos corrimos al counter, donde nos llevamos la primera sorpresa: aún estábamos a tiempo. La segunda ocurrió cuando la azafata nos preguntó: “¿Van a esquiar?”.

Capadocia, Turquía

Capadocia completamente blanco

Llegamos a Kayseri a las 10 de la noche y aún estábamos a una hora de Capadocia, sin ninguna idea de cómo llegaríamos a nuestro destino. Obviamente, como es muy común para los viajeros, los taxistas nos dijeron que ya no había transporte público. No les creímos, así que partimos llenos de esperanza al terminal de buses. Por alguna razón la suerte se puso de nuestro lado y alcanzamos a tomar el último bus, muy económico, cómodo y hasta con comida incluida.

En el camino vimos unas manchas blancas en el suelo. “¿Qué es eso?”, me pregunté, aunque la respuesta era algo obvia: ¡nieve! Al bajarnos del bus el frío se intensificó y el suelo congelado hacía difícil cada paso. Pero no tanto como la segunda parte de la odisea: conseguir hostal pasadas las 12 de la noche, caminando por unas callecitas adoquinadas, oscuras y empinadas que desalentaban a cualquiera. No había ni un alma en la calle, todo estaba nevado y el frío calaba los huesos.

Después de 30 minutos sintiendo que caminábamos en círculos llegamos a un lugar que tenía anotado en mi libreta. Goreme Mansion resultó ser uno de los mejores hoteles de nuestro viaje; la habitación estaba dentro de una cueva y el desayuno turco nos hizo llegar a las nubes, con quesos, yogurt, panes y pasteles preparados por la madre del dueño y servidos por su marido. Nos sentíamos como visitando a los abuelos.

Ya de día logramos dimensionar dónde estábamos y la cantidad de nieve que nos rodeaba. Así supimos que en los alrededores había tres centros de esquí, pero tuvimos que dejar la experiencia para la próxima vez, prometiendo volver a conocer las pistas turcas.

Capadocia, Turquía

El frío tuvo su recompensa

Un paseo por las cuevas

Cuando les digo que Capadocia es un lugar de película de ciencia ficción, es toda la verdad, pues fue el escenario de un episodio de La Guerra de las Galaxias (esa en la que el niño hacía carreras de autos; los expertos entenderán y perdonarán).

Su especial paisaje con formaciones rocosas erosionadas la han hecho famosa en el mundo entero, especialmente para volar en globo. Lamentablemente nuestro reducido presupuesto y las malas condiciones climáticas nos hizo imposible hacerlo, así que obligados a volver, espero que muy pronto.

También se puede recorrer la región por tierra, o mejor dicho bajo ella. Las ciudades subterráneas, utilizadas por los cristianos para esconderse de los moros, son complejos sistemas de pasadizos que les permitían vivir durante meses en el subsuelo. Allí podían cuidar a sus animales, hacer vino, cocinar, guardar agua y alimentos, enterrar a los muertos y celebrar los servicios religiosos en lugares que aún cuentan con maravillosas pinturas decorativas.

Tras un intenso día recorriendo cada cueva que se nos cruzó, salimos a comer. ¿Sabían lo deliciosa que es la comida turca? Yo, al menos, no tenía idea. Todo era riquísimo: la pizza con queso de cabra, los guisos y, por supuesto, las afamadas delicias turcas, unos pequeños pastelitos de quien sabe qué.

En Capadocia pasamos la Navidad. Nuestra primera blanca Navidad. A pesar de no tener árbol ni regalos, de comer platos cuyos nombres no podría repetir y de los diez grados bajo cero, me sentí más ligada que nunca al espíritu navideño. Una copa de vino, una chimenea y una sonrisa gigante me recordaron que estaba en uno de esos lugares a los que se debe ir antes de morir.

Cuevas subterráneas en Capadocia, Turquía

Recorriendo el subsuelo

Lugar:

Turquía

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