Ko Phangan sin luna llena
Es de esos lugares que ganan tal fama que es imposible imaginarlos fuera de ese contexto. Pero ¡qué sorpresivo puede ser verlos desde otra perspectiva!
La isla de Ko Pangan, en Tailandia, es famosa por la Full Moon Party, a la que mensualmente llegan miles de personas. La primera vez que se realizó fue simplemente un cumpleaños, pero la fiesta resultó tan buena que decidieron repetirla todos los meses. Hoy los asistentes pueden llegar a ser 30.000, quienes disfrutan del desenfreno, la música electrónica y abundante alcohol. Tan popular se ha vuelto la celebración que inventaron nuevas fiestas para atraer público en otras fechas, como la fiesta de la media luna y la fiesta de la selva.
Me encontraba en Ko Tao, la isla vecina, y mis fechas no calzaban con la popular festividad, aunque de todas formas no me llamaba mucho la atención. Sin embargo lograron convencerme y me llevaron un poco a la fuerza (ahora doy gracias de que así haya sido).
Jamás me imaginé con lo que me encontraría: una hermosa y tranquila isla por donde se mirara, buena comida callejera, gente amable y una playa para mí sola. Como no era «temporada» para estar en Ko Phangan, los alojamientos costaban un tercio, así que nos quedamos en un hostal frente al mar, con piscina y habitaciones enormes.
Arrendamos unas motos y nos fuimos a recorrer. Paramos en casi todas las playas, aunque fuese solo para mojarnos los pies; muchas eran solo roqueríos, por lo que había que tener mucho cuidado al entrar para no cortarse con las puntas afiladas.
Comenzó a bajar el sol y cuando regresábamos nos encontramos con un mercado de comida; imposible no parar y probar todo. Me tomé un jugo de piña, maracuyá y frutilla, y me comí un trozo de algo similar a la pizza, unos rollos de verduras y unas brochetas de camarón. Realmente un gran día.
Fiesta sin luna
Aunque éramos pocos en la isla, la noche prometía ser animada; Ko Phangan no se ha ganado su fama fiestera gratuitamente. Salimos a tomar unos tragos en la playa y terminamos bailando entre malabarismos y limbo con fuego, junto a otras 30 personas, casi como una fiesta privada. No fue necesario mucho más que eso, la buena onda de todos hizo que sin darme cuenta me tomara un bucket de vodka (balde de playa utilizado como vaso) y bailara hasta las 5 de la mañana.
Al día siguiente pasé de la playa a la piscina y viceversa. Tenía dónde regodearme, pues los dos lugares estaban desiertos con esa desolación que enamora; una suave brisa ayudaba a palear los 30 grados y el mar calmo como taza de leche me permitía disfrutar horas sin temer por mis pocas habilidades de nadadora. Estuve literalmente en remojo hasta que mis dedos me hicieron viajar en el tiempo e imaginarme de 90 años. Esa visión futurista, en vez de alarmarme, me hizo pensar que así quiero pasar mis próximos 60 años, en constante estado de remojo en alguna playa paradisiaca, comiendo frutas tropicales y planeando una próxima aventura viajera.
La vida ya me ha enseñado muchas veces a dejar los prejuicios de lado, pero qué difícil es abandonar ciertos paradigmas ya insertados en los viajeros. Simplemente hay que dejar de preconcebir los lugares antes de conocerlos, ponerles etiquetas, considerarlos caros, para viejos, de fiesta, fijo que te enfermas del estómago, demasiada gente, mucho de esto o poco de lo otro. Pude ser que la experiencia para alguien haya sido maravillosa y para otro espantosa, pero finalmente ir es la única manera de saber cómo será para nosotros.
Tal vez la fiesta de la luna sea espectacular o puede que sea tan aglomerada como me la imagino, pero lo que sí tengo claro es que Ko Phangan es un lugar maravilloso con la luna que quieras pintar en el cielo.