Karimunjawa, la otra Indonesia
Hay lugares en el mundo que aún siendo turísticos no están sobreexplotados y se puede conocer la verdadera esencia de su cultura, paisajes, comidas y espontaneidad.
Sigo de viaje. Ya son seis meses de luna de miel por el mundo y nuestro tercer país fue Indonesia. Déjenme decirles que Bali no es Indonesia, es como cuando te dicen “Santiago no es Chile” y tienen toda la razón. Esa es sólo una de las más de 17.500 islas que la componen y, para ser honesta, no es mi favorita; hay demasiada gente, mucho turista buscando carrete.
Escapamos a Yogyakarta en la isla de Java, la cual también está lejos de ser pacífica, pero su estilo algo caótico se siente más sincero. Ahí visitamos los hermosos y gigantescos templos de Prambanan y Borobudur, donde la mayoría de los turistas eran indonesios, jóvenes en viajes de estudios y niños en paseos de curso, todos interesados en sacarse una foto con nosotros. ¡Nos sentíamos casi famosos!
Parte del destino
Necesitábamos más paz y silencio, menos gente y, sobre todo, más playa para soportar la humedad. Felipe, mi marido, se sentó a buscar el próximo destino en Google Earth – esa es su forma de ayudar a organizar el viaje– y por suerte fue así, ya que apareció en el mapa un punto de hermosos colores. Era Karimunjawa.
Como la información era escasa y poco clara en internet, contacté a un hotel que vi en Facebook. Chris, un inglés radicado en la isla y dueño de Karimunjannah House tuvo la amabilidad de ayudarme con indicaciones de cómo llegar (incluso si decidíamos no alojarnos con él, nos ayudaría a buscar otro lugar).
Un mini bus nocturno algo terrorífico –aunque estoy curada de espanto con su peculiar forma de manejar muy rápido y casi sin leyes– nos llevó hasta Jepara. Allí tomamos un ferry que fue toda una experiencia, pues pasamos casi seis horas en el suelo. Pero, como mi madre siempre me dice, todo es parte de la aventura.
En el lugar y momento indicados
Obviamente nos alojamos donde Chris, con algunos amigos que hicimos en el ferry. Su buena onda, hospitalidad y acogedor lugar nos encantó. Arrendamos motos (la forma más fácil para moverse en cualquier parte del Sudeste) y fuimos a comprar botellas de agua. Al volver escuchamos:
– Vamos a la playa, ¡vamos a liberar tortugas!
– ¿Qué?– dije yo con una sonrisa gigante en mi cara. Iba a cumplir un sueño. Corrí a dejar las compras y atiné a sacar la cámara
En caravana llegamos a una playa no muy linda, con bastante basura supuestamente traída por la corriente, pero creo que también ayudada por la falta de conciencia y educación que existe en lugares como este. De una camioneta bajaron unos baldes en los que había muchas tortugas nacidas la noche anterior.
Dibujaron una línea en la arena y todos tomamos una tortuga. A la cuenta de tres las soltamos y comenzaron su frenética y agotadora carrera hacia el mar. Mis ojos se llenaron de lágrimas, la vida que tuve en mis manos tenía tan sólo horas de existencia y ahora debía luchar por permanecer en ese estado, aunque todas las probabilidades estuvieran en su contra.
Sé que varias no lo lograron, pero las más fuertes continuarán con el sacrificado ciclo de la tortuga verde.
Este proyecto iniciado por pescadores y buzos de la zona busca proteger esta especie, intentando interferir en lo más mínimo en el camino que deben realizar las tortugas. Cuando encuentran los huevos los retiran de la playa para evitar que sean comidos por animales o sacados por turistas, pero al momento de nacer vuelven a estar solas frete al mundo, pues si las ayudan luego no podrán luchar contra la ruda sobrevivencia bajo el mar.
Esa playa que uno busca
Con la emocionante experiencia de las tortugas Karimunjawa había robado mi corazón, pero aún faltaba más. Tomamos un paseo de snorkel y los corales eran enormes en formas de abanico, cerebro, hongos y anémonas. Realmente estoy cada día más enamorada de la vida submarina.
Paramos a almorzar en una paradisíaca isla desierta de esas que uno mira las fotos en el computador y dice “quiero estar ahí”. Pero esta no tenía Photoshop; era real aunque sus colores parecieran de mentira. Nunca había visto arena tan blanca, que formaba el paisaje perfecto junto al mar cristalino, las hamacas y miles de estrellas de mar: perfección.
El sol comenzó a descender y nos regaló intensos colores, rojos naranjos, rosados y verdes que se fueron mezclando como pintura.
Cerramos el día con broche de oro en el Mercado de Pescado, donde cada noche todo el pueblo se reúne para asar el pescado a la parrilla. Una cancha de fútbol fue el comedor para disfrutar de productos frescos, risas y anécdotas del día.