Indonesia: de Lombok a Flores en barco
Esta es la historia de la increíble aventura de viajar desde la isla de Lombok a la isla de Flores, ambas en Indonesia, en un barco que parece hecho de papel, con tripulantes muy especiales y pasajeros de todas partes del mundo. Hay promesas de ver mantarrayas, dragones de Komodo, playas de arena rosada y mucho más. Cuatro días, tres noches durmiendo, todos juntos en colchones dispuestos uno al lado del otro en la cubierta del barco, comiendo en el suelo y dependiendo de unas cuantas pastillas contra el mareo para sobrevivir. Una aventura digna de ser relatada.
Indonesia es un país conformado por varias islas, cada una diferente de la otra y con su propio estilo y encanto. Muchos habrán escuchado relatos sobre Bali o las famosas Gili. En esta oportunidad les contaré sobre el viaje desde la isla de Lombok a la de Flores en barco. Sí, el mismo que muchos recomiendan no hacer por ningún motivo.
Empezamos con las averiguaciones y escuchamos frases tales como “el barco se mueve demasiado y estarás mareado todo el viaje”, “la comida es muy exótica para un paladar occidental”, “los tripulantes no hablan inglés” e incluso nos dijeron la clásica frase que escuchas siempre antes de subirte a un barco o un ferry en Asia: “El año pasado se hundió un barco igual al que vas a tomar haciendo esa misma ruta”. Aún así, mis dos amigas argentinas y yo decidimos vivir la aventura y llegar hasta el extremo este de Indonesia para formarnos nuestra propia opinión acerca del tan criticado barco que iba de Lombok a Flores. Pagamos aproximadamente 150 dólares australianos (unos $75.000 pesos chilenos, que varían según la capacidad de regateo de cada uno) y partimos.
Comienza la aventura: ¡pastillas para el mareo, por favor!
Primero nos reunieron a todos y nos hicieron un pequeño briefing con el itinerario y las reglas básicas del barco. Nos hicieron pagar por los bebestibles que calculamos de antemano que íbamos a necesitar (cervezas y bebidas) y nos dijeron que dispondríamos de ellos una vez a bordo del barco.
Ahora vamos a lo interesante.
Es real, las primeras horas, e incluso me atrevería a decir que el primer día y la primera noche completos, son muy duras. Llegas al barco y tienes que sacar las pocas cosas que crees que vas a usar (olvídate del shampoo y el jabón, pues no hay duchas durante los cuatro días) y luego dejar tu mochila junto con las de los demás en una bodega a la que difícilmente vas a poder ingresar de nuevo. En fin, recopilamos lo básico y empezamos a identificar a los pasajeros. Sólo nosotras tres, un argentino y un colombiano que conocimos a bordo, hablábamos español. El resto eran unas 20 personas de Suecia, Alemania, Inglaterra, Australia y unos cuantos países más.
El primer día lo pasamos completo en el barco que, en honor a la verdad, se veía bastante frágil para la travesía que emprenderíamos, pero resistió. Pasamos la primera noche a duras penas, con el barco moviéndose como si afuera hubiera un maremoto feroz. Íbamos con otro barco igual al lado y desde la cubierta donde dormíamos se podía ver cómo se movía el otro barco con el oleaje, quedando al borde de la inundación. Además del susto, sin pastillas para el mareo era imposible subsistir, el movimiento era demasiado fuerte y constante, y al rato ya no sabías si ibas a Flores, a China o de vuelta a Chile. Además, creo que no fue una gran idea de mi parte elegir el primer colchón que daba al frontis del barco, ya que, mientras intentaba conciliar el sueño, me llegaban cascadas de agua y viento, por lo que tuve que taparme la cara con lo primero que encontré a mano, mi pareo.
Hasta ese momento estábamos dudando si había sido una buena idea no escuchar lo que nos dijeron y embarcarnos igual, pero al siguiente día de a poco todo fue cambiando. Nos acostumbramos al movimiento, nos dimos cuenta de que la comida no estaba nada de mal y empezamos a socializar con los otros pasajeros del barco.
Dragones, playas paradisíacas y… reggaeton
Con el paso de las horas empezamos a encantarnos con la experiencia. El barco iba parando en distintas islas donde podíamos escalar detrás de unas maravillosas cascadas, ver playas de arena rosada y corales multicolores. Vimos al mítico dragón de Komodo, el lagarto más grande del mundo, que llega a alcanzar los tres metros de longitud y los 70 kilos de peso, e hicimos varias paradas en la mitad de la nada para nadar con mantarrayas y hacer snorkel en lugares realmente increíbles, para luego subir al barco y regocijarnos con la rica comida que nos preparaba la tripulación tres veces al día: nasi y mie goreng (la comida típica de Indonesia, que es arroz o noodles con verduras), tofu y tempeh, muchas verduras y los clásicos banana pancakes con café balinés de desayuno.
Nos olvidamos de los teléfonos celulares, las duchas y las comodidades, y nos entregamos a la naturaleza y la belleza de los lugares a los que nos llevaron. Y cómo no, si pasábamos el día rodeados de aguas color turquesa y paisajes exóticos. Al final los días se nos hacían cortos con tanta actividad y creo que fue por eso mismo que logramos dormir por las noches y descansar para empezar con energía el siguiente día al alba, cuando los rayos del sol y el calor que hacía en la cubierta nos despertaban.
Nos terminamos haciendo todos amigos y la tripulación nos tenía preparada una fiesta sorpresa la última noche; sacaron parlante y luces de colores, y terminamos todos bailando a la luz de la luna hasta eso de las 3 de la mañana. Por supuesto, los latinos nos tomamos el poder y comenzó a sonar nuestro tan querido reggaeton. Pusimos a prueba a los europeos y demás pasajeros, desafiándolos a mostrar sus mejores pasos de baile. Ya podrán imaginar que pasó… varios sorprendieron con sus aptitudes pero, por supuesto, los sudamericanos dimos la cara y nos lucimos en la pista.
Pasamos entre otros lugares por la isla de Sumbawa, por el Komodo National Park, por la isla de Rinca, Pink beach, el Manta Point y luego nos dejaron en la isla de Flores, en Labuan Bajo, donde cada uno tomó una ruta distinta; algunos tomaron un barco de vuelta por varias noches hacia Lombok y Bali, otro tomaron un vuelo ahí mismo a sus respectivos destinos y algunos otros decidimos recorrer la maravillosa isla de Flores, una aventura no menos digna de contar que les relataré en otra historia.