Indochina es el lugar


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Casi un mes recorriendo Vietnam de norte a sur; casi un mes perdiéndome por los colores de sus dunas, el mar de su historia y los museos de la revolución. Casi un mes esquivando motos que iban y venían con la furia de la vida, quedándome sorda por sus cientos de bocinazos que sacudían las calles al unísono  y contando inexactamente sus cafés y parques y plazas que me hicieron querer para siempre ese país de casi noventa millones de personas. Vietnam en el corazón, escribiría el poeta. Yo lo confirmo.

 

Halong Bay

Halong Bay

Pensé en un hombre y una canción durante los casi veinticinco días que duró mi viaje por el país más oriental de la península indochina: Víctor Jara y El derecho de vivir en paz. No es casualidad, entonces, que en cada rincón de las ocho ciudades que pude conocer, haya tarareado su melodía cada vez que podía, cada vez que la emoción me embargaba.

Pocos lugares han calado tan fuerte en mi alma como Vietnam. Puede ser por su historia, manchada de sangre en esos oscuros años setenta, las sonrisas de tantos niños que conocí en el camino o el contraste de sus paisajes que me obligaban a estar con el agua hasta el cuello en alguna de sus playas paradisiacas o perdida durante horas en un mercado negociando con sus hombres y mujeres que intentaban venderme un sombrero.

Regateo en Ho Chi Ming

Negociando en un mercado de Ho Chi Minh

Vietnam eran también sus contradicciones, una cotidianidad disfrazada de poesía que te invitaba a caminar con una mochila de trece kilos sobre tu espalda hasta llegar a un hotel que no tenía nombre, arriba de una moto que iba y venía según el destino y que si ese día no quería llevarte a ninguna parte, te dejaba tirada a la orilla de una calle mientras la lluvia te mojaba el pelo. Las noches no tenían estrellas y la vida empezaba en esos puestos callejeros donde los idiomas se confundían, donde el vino tinto era el inicio de una buena conversación con esos amigos que conociste en una esquina rota y que se volvieron eternos. Vietnam eran los sí y los no donde el punto de equilibrio o de referencia de lo que tú conocías como la vida, quedaba suspendido en cualquier parte. Sabes que es así cuando te acuerdas de esa soledad desde las alturas, de las noches insomnes en ese bus donde tu cama era una cápsula y una cápsula era tu vida y la música sonaba a un costado del río mientras intentabas descifrar La fiesta de la insignificancia de Kundera.

Buda en Hoi An

Hoi An

La historia empezó en Ho Chi Minh donde el universo de las miles y miles de motos no te dio tregua, siguió en Da Lat (“la ciudad del amor”) y continuó despacito por Nah Trang. Después vino Mui Né (una nueva cima de sueños con olor a desierto), Huế (la antigua capital imperial), Hội An (secretos de una noche rota), Halong Bay (una de las siete maravillas naturales del mundo) y Hanói, inolvidable ciudad donde los cafés franceses, las esculturas en las plazas y el sabor de una gastronomía única, ocuparon tu día a día.

Te costó dejar Vietnam, pero por sobre todo porque te diste cuenta que algo tuyo se quedaba también ahí.

Una anécdota: ¿te acuerdas de qué pasó en Huế? Ibas caminando un poco absorta en tus pensamientos y con un solo objetivo: alejarte y alejarte hasta llegar a lo más profundo de esos rincones. En un momento miraste la hora, te acordaste de que el bus partía en un rato y que tenías que volver al hotel para juntarte con tus compañeros. ¿Dónde estabas? No tenías idea. Te acercaste a un grupo, a una familia, que comía sentado en el suelo con las manos manchadas por el trabajo, por el esfuerzo, por el calor, pero con dos o tres risas contagiosas, sinceras, únicas.

En moto por Hoi AN

Recorriendo Hoi An en moto

¿Sabe cómo puedo llegar hasta aquí? Ellos respondieron de inmediato y sin dudarlo movieron la cabeza afirmativamente. Él, el patriarca, desapareció unos segundos de la escena y llegó con una moto y dos cascos. Te pasó el segundo. Fueron veinte minutos, quizás un poco menos, donde hablaste con él, lo conociste y entendiste. Cuando llegaron, a la puerta de tu hotel, le preguntaste cuánto le debías. “No, no money, is free, is free”.

Gestos como esos, en Vietnam, se repetían todos los días. De gente que desinteresadamente quería hacer algo por ti, por ayudarte, por ensanchar tu corazón y multiplicar tu capacidad de amar. En Vietnam volviste a ser una niña, a creer indiscutiblemente en los demás y en su bondad. A dejarte sacudir por la esperanza.

Vietnam en el corazón no es un tópico. Es una realidad. Hay una magia en el ambiente que te hace cuestionarte si ese no debería ser un lugar para quedarse, para formar una familia, para hacer la vida entre esas y otras calles; entre esas y otras montañas inundadas por el verde y el azul y el amarillo.

Sé que voy a regresar. Sé que ellos vuelven también conmigo.

Lugar:

Vietnam

Intereses:

Historia Religiones

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