Ilhabela: el paraíso no tan conocido de Brasil
Hace casi 20 años viví en Brasil y, aunque fue una corta experiencia junto a mi familia, fue suficiente para disfrutar de su comida, la alegría de las personas y recorrer algunas de sus principales ciudades. Desde ese momento, al planear vacaciones siempre dejaba de lado a este enorme país, ya que había dejado de llamarme la atención.
Pasé la mayor parte de mi verano con la nieve hasta el cuello y ya a mitad de año estaba desesperada por un poco de calor. Y así fue como, siguiendo al sol lo más cerca de Chile posible, apareció Ilhabela, un destino que solo conocíamos por foto y al que nos fuimos con mi pololo y su familia a pasar las Fiestas Patrias.
Vacaciones express
Aunque Ilhabela está cerca de Sao Paulo, el camino era bastante lento. Autopista de noche, camino en la selva con curvas sinuosas y finalmente un ferry para llegar a la isla. Al día siguiente, con luz, pudimos ver el paisaje espectacular que nos rodeaba, mientras desayunábamos al estilo brasilero: pao de queijo, plátano hervido, mango, sandía y la infaltable agua de coco.
Como estábamos en temporada baja brasileña, las vastas playas se encontraban bastante tranquilas, perfectas para disfrutar de un buen libro, del sol y de frías cerveza en familia. La cercanía de la isla con el continente protegía las playas produciendo un suave oleaje que daba la sensación de estar en un lago más que en el mar. Así como este clima y vegetación eran perfectos para mí, también lo eran para los “borrachudos” que literalmente nos comieron vivos.
El pueblo era todo lo que esperaba de este destino “tropical”: construcciones bajas estilo colonial, pintadas de colores llamativos y totalmente integradas a la naturaleza. El centro estaba lleno de restaurantes y locales, las calles eran de adoquines y había música en vivo en la plaza.
Esperando el próximo fin de semana largo para volver a Ilhabela, regresé a Santiago con un apenas perceptible bronceado, 2 kilos más gorda, 24 cervezas Skol en mi maleta y una nueva isla preferida.