Encuentros cercanos en un viaje por África


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Sobrevolé el Delta del Okavango, me encontré de frente con dos elefantes, paseé entre animales salvajes y hasta presencié danzas tribales. Esto es lo que puedes encontrar en un viaje por África.

 

No sé en qué momento visitar África se transformó en una necesidad en mi vida. Pero sí recuerdo con claridad las historias de animales y grandes aventureros que salían de la boca de mi abuelo todas las noches de verano, transformándose en imágenes que construyeron una idea bastante ajustada a la realidad que pude conocer cuando por fin tuve en mi mano el ticket que me llevó a Sudáfrica, Zambia y Botswana.

Con la cantidad de países, geografía y etnias que componen este megacontinente, hay miles de versiones africanas para vivir y descubrir. Y, sin duda, además de la indescriptible belleza del mundo animal, es el espíritu de su gente el que sobrecoge, emociona y queda guardado para siempre en la memoria.

Imagen aérea del Delta del Okavango

Sobrevolando el Delta del Okavango

Todo viaje tiene momentos de inspiración profunda. El mío se materializó cuando, en la mitad del Delta del Okavango –en plena oscuridad que dejaba ver la tenue luz de una fogata, bajo un cielo que parecía no dejar caber una estrella más, y escuchando sonidos de animales a lo lejos– pude presenciar cómo un grupo de locales agradecía al cosmos con preciosos cantos y danzas por todo lo que tenían, cuando justamente desde nuestras propias creencias occidentales, no tienen casi nada.

El gran encuentro

Totalmente inmerso en este hábitat, y frente a frente con leones, elefantes, cocodrilos e hipopótamos, es imposible no sentir un poco de miedo y nerviosismo; es que estamos en una concesión en medio de la nada, donde los que migran somos nosotros, los visitantes, y no los animales. Ellos han sido bautizados por los guías, quienes saben exactamente cuándo andan merodeando el campamento, e incluso pueden detectar características propias de su personalidad. ¿Peligro? No, los animales siempre avisan, responden.

Dicen que la sabiduría de un buen guía proviene en un 50 por ciento de la experiencia. Y es cierto. Es sencillamente admirable el grado de conocimiento que tienen del entorno, la interpretación que hacen del mundo animal y el manejo a todo nivel que tienen con los visitantes y las miles de emociones que los inundan.

Durante una soleada mañana de mayo, en mitad de la selva, nos detuvimos frente a una mamá elefante que tranquilamente paseaba con su cría. Cuando nos vio, se nos acercó a no más de cinco metros para examinarnos y ver si significábamos algún grado de riesgo. Me paralicé, miré al guía y, al verlo tan relajado, tomé mi cámara para captar el momento y así registrar el que quizás ha sido uno de los minutos más emocionantes de mi vida. Me sentí frágil, desnudo y feliz frente a las maravillas de este mundo.

Mujer africana sonriendo

Otra razón para ser feliz en África tiene que ver con la sensación de saber que las lucas que quedaron de tu visita realmente van a tener impacto en las comunidades locales. Países como los que conocí tienen tasas de Sida que rondan el 30 por ciento de la población, una esperanza de vida que no supera los 39 años, y los índices de desarrollo humano más bajos del mundo. Por lo mismo es tan importante no organizar el viaje con cualquiera, sino que con empresas que tengan una filosofía orientada al apoyo a la comunidad, así como a la conservación del medio ambiente.

Durante todo el viaje sentí que mi abuelo me estaba acompañando desde algún lugar y que, al cumplir este sueño viajero, estaba también cerrando un importante capítulo en mi vida.

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