En busca del jaguar en el Pantanal brasileño


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El guía nos dijo que nunca había tenido un par de viajeros con tanta fortuna para ver animales como nosotros. Debíamos irnos agradecidos de todo lo que nos había pasado.

 

Tren en Bolivia

Tren en Bolivia

30 horas en tren desde Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia, hasta la frontera con Brasil y el primer viaje junto a mi hermano Sebastián en busca del Jaguar en el Pantanal. Esta aventura era un sueño viajero que desde chicos habíamos conversado. “Tenemos que hacer un viaje juntos”, dijimos muchas veces.

Mi hermano siempre ha sido un amante de la naturaleza y yo siempre he sentido una pasión desmedida por los viajes. Hace muchos años que quería compartir una de las cosas que me hacen feliz con mi hermano partner y buscar la forma de transmitirle esa felicidad con algo que a él también le gustara, y el Pantanal en los alrededores de Corumbá en Brasil era el paraíso para la observación de fauna y aventuras mochileras.

El viaje en tren

Como muchas veces pasa en los viajes, el placer no proviene necesariamente de la experiencia misma, sino de las anécdotas bizarras que tantas conversaciones regalan después de ocurridas.

El viaje de 30 horas en tren sonaba perfecto. Un ferrocarril que se inmersaba en medio de la naturaleza, con buena compañía, libros, expectativas y lo que al principio alimentaba el cuento de hadas, un grupo de amigos tocando y cantando Lamento boliviano de los Enanitos Verdes junto al resto de los viajeros del vagón y haciendo que todo fuera muy cinematográfico.

A la sexta repetición de la canción el paisaje ya no se observaba porque se había oscurecido. La velocidad de 30 km ya no era tan romántica después de 15 horas. La noche era excesivamente fría y cada 30 minutos parábamos en un pueblo en donde se subía gente a vender distintos alimentos a “grito pelado” y con fuertes olores mientras uno trataba de dormir.

Todo lo anterior sin considerar que habíamos comprado el pasaje más barato y nuestras “butacas” con suerte se reclinaban. Fue una tortura de la que seguimos conversando años después de ocurrida.

El cruce a la frontera y llegada a la fazenda

Atardecer en Fazenda

Atardecer en Fazenda

Llegamos a una hacienda gigante. Un gran campo en medio del pantanal donde unos pocos mochileros más se alojaban en sus hamacas en un lugar adaptado para ello. El lugar era hermoso; estábamos a la orilla de un río que convertía los atardeceres en un verdadero paraíso.

Durante el día hacíamos recorridos por la naturaleza con un guía/granjero de la fazenda y por las noches nos juntábamos con el resto de los mochileros a contar historias y a cantar bajo uno de los cielos más estrellados que he visto nunca.

En los recorridos vimos serpientes, monos, aves de todos los tipos, armadillos, capibaras, venados, un hormiguero gigante y muchos otros que según nuestro guía, era muy difícil ver. “Han tenido mucha suerte”, nos repetía una y otra vez.

Con mi hermano lo estábamos disfrutando mucho, pero sin decírnoslo los dos soñábamos con ver un jaguar. El rey del Pantanal.

Cuando vimos el hormiguero gigante y todos sentimos una gran emoción, mi hermano se acercó al guía y le preguntó por nuestras opciones de ver a un jaguar. El guía se puso serio y nos dijo con compasión: “Sebastián, yo salgo todos los días del año a buscar animales. Si tengo mucha suerte, logro ver una vez al año alguno. Este año ya vi dos y hace meses que no encuentro alguno. Date por pagado con el hormiguero gigante. También es muy raro verlo”. Sonrió y siguió caminando.

Hormiguero gigante

Hormiguero gigante

Dejamos de buscar, dejamos de esperar y seguimos disfrutando de cada regalo que el lugar nos entregaba.

El jaguar

Fue el día que salimos a pasear en el bote por el río (por suerte).

Mientras mirábamos desde el agua los árboles llenos de aves y monos, el guía se arrodilló en el bote y se puso a llorar. No entendíamos nada. Nos miró y nos hizo callar de forma muy brusca.

Con su índice nos mostró a lo lejos un animal que estaba tomando agua a la orilla. “Son unos chilenos llenos de suerte”, nos dijo.

Era el jaguar que tanto soñábamos ver. Tenía unas enormes patas y colmillos que intimidaban cada vez que bostezaba. Era corpulento, imponente. Un macho poderoso y hermoso.

Estuvo a sólo metros de nuestro bote por cerca de 45 minutos hasta que “decidió” que tenía hambre e intentó una caza frustrada de un capibara que rondaba la zona. Fue como ver un programa de Nat Geo en vivo. Todo parecía de cuentos.

El guía nos contaría después que nunca había tenido un par de viajeros con tanta fortuna para ver animales como nosotros. Que nos fuéramos agradecidos de todo lo que nos había pasado.

Había sido el cierre perfecto para esta aventura de hermanos. La tortura del tren de regreso ya no fue tal. No había nadie cantando Lamento boliviano y no podíamos parar de hablar sobre el jaguar y revisar las fotos una y otra vez. El objetivo estaba cumplido. Los dos habíamos cumplido un sueño, pero esta vez viajando juntos.

Jaguar

Jaguar

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