El sueño de viajar en una combi


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Las cosas actuales se desechan, se cambian por un nuevo modelito, se botan y pasan al olvido. Pero viajar en una combi te enseña que la vida se disfruta paso a paso y que la felicidad es el camino mismo y no el destino.

 

Combi verde

Combi

Desde que tengo uso de razón me gustan las combis. Quizás el sueño de algunos es la casa propia, pero el mío es que mi casita tenga ruedas y pueda llevarme al infinito y más allá.

Todo comenzó en 1947, cuando el importador holandés Ben Pon acudió a la fábrica de Volkswagen en Wolfsburg, Alemania, con el fin de llevar el modelo Escarabajo a su país. Luego de las negociaciones recorrió la planta de fabricación y quedó impactado cuando vio el medio en el que los empleados transportaban las piezas dentro de la fábrica. El vehículo era una simple plataforma que contaba con una pequeña cabina y, en ella, Ben Pon comenzó a vislumbrar la futura Combi.

Para muchos viajeros, este famoso y flamante modelito de Volkswagen es sinónimo de libertad. En mis viajes he conocido a varias personas haciendo roadtrips, especialmente argentinos, por lejos los más viajeros del continente, que suelen conectar así las tres Américas (la ruta Ushuaia-Alaska es mucho más común de lo que ustedes imaginan).

Las rutas que tengo en mente

Antes de nuestro viaje de dos años vendimos nuestros autos y, la verdad es que, ahora de vuelta, no hemos sentido ganas ni necesidad de comprar otro. Pero tampoco voy a negar, que apenas veo una combi me entran ganas de ponerle cuatro rueda a mi vida otra vez.

Imagino escapadas cortas de fin de semana, vacaciones en el sur con mis cabros chicos, y sí, también me pongo ambiciosa y me armo una película de la familia viajera por todo un continente.

Torres del Paine

Torres del Paine

Las rutas que visualizo en mi mapamundi interno son: ir desde San Martín de Los Andes hacia el Parque Nacional de Los Glaciares, por la mítica ruta 40 de Argentina, y desde ahí cruzar a Puerto Natales, visitar las Torres del Paine y subir por nuestra Patagonia explorando cada rincón de la Carretera Austral; bordear la costa de Sudamérica con las Guyanas y Suriname incluidos; irme derechito para arriba por la panamericana que une la Patagonia con Alaska; ver la forma de cruzar en barco hacia Oceanía y hacer por tierra Nueva Zelanda y Australia; y, por qué no, manejar por los países del extremo norte del mundo y darle la vuelta completa a Islandia y Noruega.

Una combi representa para mí no sólo libertad, sino además un gran aprendizaje en ruta, pues hay que aprender a convivir en pareja con lo mínimo y en un espacio reducidísimo sin matarse en el intento. Es fluir con otra forma de viajar, sin prisas, hacer un viaje de ida sin fecha de retorno, adquirir conocimientos de mecánica, instruirse en el arte de subsistir de forma creativa y, en el camino, descubrir nuevas facetas y talentos.

Un viaje así te permite despertar frente a un lago, en una playa o en un bosque. Te da la libertad de elegir cada día un nuevo paisaje, instalarte un tiempo ahí, o simplemente pasar de largo. Tu jardín es el mundo entero y no tienes que pagar por una habitación con vista ni por dormir bajo un cielo estrellado sobre tu cabeza, entre otros «lujos» que no te ofrecería jamás un hotel de 4 o 5 estrellas. Puedes cocinarte y comer frente a un hermoso atardecer, cosa que te obligará a comprar en mercados e interactuar con la gente local, que siempre sentirá curiosidad cuando vea tu combi y se entere del largo camino que has recorrido y del que tienes por delante.

Casas de Alaska

Alaska

Me gustaría viajar en combi con algún proyecto musical y/o fotográfico. Ir por el camino coleccionando sonrisas e ir juntando historias y material para un futuro libro. Y, de tanto, recibir, dar. Entregar algo en cada pueblo, a cada comunidad. Dejar una limpia huella.

Me encantaría hacerlo con mis hijos y pasar al menos un par de años de nuestras vidas juntos y regalarles lo único que de verdad necesita un hijo en este mundo de padres ocupados: tiempo. Tiempo de calidad, de aprendizaje, de ver el mundo con sus propios ojos sin que se lo cuente alguien que nunca estuvo ahí.

Creo que un viaje así te entrega desde la niñez herramientas que te obligan a estar despierto, consciente, creativo. Te enfrenta al aburrimiento sin recurrir a una pantalla, te obliga a compartir, a ser todo terreno, a dormir en cualquier parte, a “hacer” en cualquier baño. Un viaje de este tipo te pone a prueba como pareja y como padres, y te entrega conocimientos que ni un colegio o universidad enseñará jamás.

Las combis son aperradas. Como todo lo viejo, fue construida resistente y con una resiliencia que la hace capaz de repararse, recuperarse y seguir funcionando por mucho tiempo más. Las cosas actuales se desechan, se cambian por un nuevo modelito, se botan y pasan al olvido. Pero esta cabrona todo terreno te enseña que este largo viaje llamado vida se disfruta paso a paso y que la felicidad es el camino mismo y no el destino.

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