El primer gran viaje: Perú
Tenía 18 años, ni un viaje al extranjero en el cuerpo y un destino claro: Perú. Así, con cuatro amigos más nos embarcamos en el primer gran viaje de nuestras vidas.
Hace unos pocos días tuve la suerte de volver a reunirme con grandes amigos con quienes hice un viaje que nos marcó para siempre cuando solo teníamos 18 años. Juntos comenzamos a revivir con claridad absoluta nuestro primer viaje.
Todo comenzó como una simple idea que nunca pensamos se materializaría, hasta que en el verano del ‘97 nos vimos los cinco arriba de un bus que partía desde Tacna, para descubrir un Perú con bastante menos infraestructura y turistas que hoy.
La sensación era de libertad total, de hermandad con los otros compañeros y, sobre todo, de vértigo al no saber con qué nos íbamos a topar, ya que aparte de un par de recomendaciones (no muy buenas tampoco), un mapa y unos buenos zapatos, la planificación era nula y el equipo muy deficiente. De hecho, al poco andar nos dimos cuenta que teníamos una sola toalla para los cinco. Ni hablar de celulares, Google Maps, Whatsapp, cámaras digitales, ni ninguna de las herramientas de viajes que a veces parece que han estado ahí desde siempre.
Carpe Diem
El primer stop fue Arequipa, una ciudad que nos impresionó de inmediato con su arquitectura y entorno geográfico que vimos en el pequeño recorrido que hicimos, ya que, como comprenderán, a los 18 uno no anda precisamente en la búsqueda de city tours guiados o museos, sino que más bien de comida, trago, fiesta, y una que otra belleza local para nuestro nivel de exigencia que tampoco era muy alto.
Antes de partir de fiesta nos pusimos tres reglas: no comer en la calle para no enfermarnos del estómago, no separarnos para no perdernos, y no responder a ningún antichilenismo, que en ese entonces eran bastante frecuentes. Luego de un par de horas y de varios cuba libre a 3 soles, rompimos rápidamente las dos primeras reglas, pero afortunadamente no pasó nada para preocuparse.
El «hotel» donde nos quedamos no tenía cinco estrellas, sino que varios millones que se veían nítidamente desde nuestras camas, ya que en una parte de la habitación no había techo. Todo era risas y buena onda, nunca una queja ni roces internos que pudiesen haber afectado el viaje. Estábamos todos en la misma sintonía a pesar de las incomodidades, y en esa época éramos más sencillos y agradecidos de todo.
Hoy día, cuando miro atrás, echo de menos esa capacidad de saber disfrutar de la experiencia en su totalidad, de entregarse al descubrimiento cotidiano y de bloquear las comparaciones con experiencias anteriores. Carpe Diem al más puro estilo.
De Cuzco a Machu Picchu
Luego de 26 agobiantes horas de viaje en la clase turista del tren, llegamos finalmente a la maravillosa ciudad del Cuzco. En el camino tuvimos que lidiar con los olores, sabores y situaciones más impresionantes, que distrajimos con manos de naipe literalmente a la luz de una vela.
Después de bajarnos y conversar con otros viajeros supimos que éramos los únicos mochileros en esos vagones, ya que la clase donde realmente viajaban los turistas era una más arriba. La nuestra fue una fiel representación del pueblo indígena peruano, con todos sus defectos y virtudes. De todas formas los paisajes que pudimos presenciar en el trayecto sí tenían cinco estrellas.
Llegar a Cuzco era realmente una conquista para cada uno de nosotros y, por lo mismo, a pesar del cansancio no esperamos ni un minuto para ir a descubrir sus bellezas y poder apreciar la ciudad desde lo alto con sus características tejas color barro.
Como había leído bastante del lugar, la cultura inca y la llegada de los españoles, cada paso me hacía sentir que caminaba sobre la historia. Además, como nunca había salido de Chile, esa sensación era completamente nueva y me pareció simplemente fantástica; por lo mismo, desde aquella vez cada vez que viajo me preparo con bastante anticipación.
Luego de varios días recorriendo los alrededores e intensas noches de fiesta, vino el plato fuerte y la culminación de nuestra peregrinación: Machu Picchu. Es curioso, pero lo último que tengo grabado de ese viaje son las imágenes de ese lugar único en el mundo, como si mi mente se hubiese reseteado y comenzado de nuevo con el virus del viajero impregnado en todos sus rincones.