Dos semanas en Isla de Pascua (no son suficientes)
No es casualidad que esta isla fuese nominada para estar entre las siete maravillas del mundo moderno. Es una parada obligatoria para viajeros que aman las historias, los secretos y los paisajes maravillosos.
Cuando decidí visitar Isla de Pascua, muchas personas me dijeron que dos semanas era mucho tiempo. Pero si eres viajero, sabes que no existen prejuicios previos a los lugares, que cada uno debe vivir el momento y el lugar.
Con mi compañero de viaje siempre tenemos suerte de encontrarnos por el mundo con personas que conocemos, amigos de amigos o amigos del amigo de un amigo. A eso le llamo la suerte del alma nómade.
La postal de bienvenida fue así: un amigo que se dedica a la agricultura desde hace seis años nos esperaba en su campo, donde recibe a gente de todo el mundo a cambio de cultivar la tierra. Ese día éramos casi un chiste, pues había un francés, un noruego y dos chilenos. Tuvimos una hermosa bienvenida y compartimos con personas de la isla que nos deleitaron con su música. Un hermoso primer día que marcaría toda la estadía.
Un par de datos
Como aventureros que somos decidimos quedarnos en el camping Mihinoa, un lugar con las 4 B. Digo cuatro, porque la buena onda se siente, palpita y conforma el panorama ideal para un viajero. Es maravilloso poder compartir con personas de todo el mundo incluyendo japoneses, quienes día a día nos sorprendían en la cocina con sus increíbles recetas y con sus salidas diarias a pescar.
Terminar el día comentando lo que visitaste y preparando tu itinerario del día siguiente en compañía de buena gente y una cerveza, no tiene precio. Así armamos un grupo de “pura gente linda”, como le llamo yo, pura gente de alma viajera y libre en la que la consigna “nos vemos por el mundo” queda perfecta.
Para ser sincera, la isla es lo más fácil de recorrer y conocer. A todos lados se puede llegar en bicicleta, moto o auto. Hanga Roa (la parte principal de la isla) es pequeña y, como tal, el centro es sólo una calle principal. Y sí, es cara –muchas veces, absurdamente cara–, lo cual tiene cierta lógica pues es la isla más alejada de su continente en el mundo entero.
Lo bueno es que se puede llevar todo (incluso comida) desde el continente. En avión se permiten 46 kilos por persona divididos hasta en tres bolsos, más los 10 kilos de mano. Me encontré con muchos viajeros que no sabían esto y que habían perdido la oportunidad de llevar cosas a la isla para alimentarse o para hacer trueque (a cambio de artesanía, por ejemplo). Aunque en el camping se puede cocinar, no se pueden perder las empanadas de atún queso de la tía Berta, que atiende en un local chiquitito en la calle principal.
Faltaron días
Me encantó poder abrir un mapa, marcar la ruta y partir. No se necesitan guías ni mucho menos tours. En cada lugar de la isla hay un trozo de historia, un poco de la cultura polinésica que tanto recalcan y eso lo transforma en una isla alucinante.
Los misterios de su historia quedan reflejados en los moais, frente a los que es inevitable preguntarse cómo fueron repartidos desde Rano Raraku (el lugar donde se construían) a toda la isla, quedando algunos en el camino. Sin embargo, la postal que más enamora se da cuando sale el sol tras los 15 moais de Tongariki.
En el otro extremo de la isla está Anakena, una playa de arena blanca, palmeras y tibias aguas cristalinas. Muy cerca está Ovahe, una playita pequeña y de difícil acceso, pero sin duda hermosa. Me atrevería a decir que el agua se aprecia aún más cristalina y que es ideal para hacer snorkel y quedar cautivados con los corales.
Pero lo mejor fue nadar con tortugas marinas en los pozones de Hanga Roa… ¡la experiencia es maravillosa y totalmente gratuita!
Viendo todo esto te das cuenta de que la isla es más que moais; la isla son cuevas misteriosas, lugares deshabitados y volcanes alucinantes, destacando mi favorito, el Rano Kau. Me gusta ver lo no turístico y esta vez tuvimos la suerte de visitar el volcán desde otra perspectiva sin siquiera mostrar un ticket: el mar, el Rano Kau y los motus (tres islotes donde se realiza el culto al hombre pájaro). El agua nos permitía ver qué había debajo abriendo la imaginación y sintiendo un poco de vértigo.
La sensación de sentirme libre y dueña del mundo la conseguí recorriendo la isla en moto de cuatro ruedas. A 50 km por hora dimos la vuelta a la isla el día de luna llena con una puesta de sol de colores difíciles de definir.
Podría contarles muchas cosas más sobre este lugar. Y aunque se puede “turistear” por ella en cinco días, para mí dos semanas en Isla de Pascua no fueron suficientes para conocerla completa. Es que este otro mundo tiene su propio estilo y creencias que le dan sentido a esta cultura nacida en medio de la nada y definida por sí mismos como “un mundo dentro de otro mundo”.