Don Det, el Morfeo laosiano

Nuestro recorrido por Laos fue de norte a sur. Comenzamos en Luang Prabang, después estuvimos en Vang Vieng y terminamos en Don Det, una de las cuatro mil islas del Mekong, bien al sur, casi en la frontera con Camboya.

El viaje fue agotador: primero tomamos un bus de Vang Vieng a Vientiane (la capital de Laos) y desde ahí un sleeper bus a Pakse. Esa noche no dormimos nada, el camino daba unos saltos y nosotros íbamos acostados y relativamente cómodos, pero los baches eran como patadas en el cu… en los riñones!

La idea de pasar por Pakse era nada más que para dejar nuestros pasaportes en manos de la embajada de Vietnam mientras tramitaban nuestras visas, pero recibimos un balde de agua fría al saber cuánto nos costaría: 60 dólares cada uno y no podíamos pagar con tarjeta. Pero bueno, no nos quedó otra. Vietnam no se descartaba de la ruta por ningún motivo.

Así que después de los trámites en la embajada tomamos un tuk tuk rumbo a la «estación de buses», pero nos dejaron en algo así como una flota de taxis. Bajaron nuestras mochilas, nos preguntaron a dónde íbamos y nosotros, con cara de circunstancia, dijimos: «Don Det». A empujones nos chantaron literalmente a presión en una especie de camioneta donde la parte trasera tenía techo y una tabla a cada lado para sentarse. ¡En un transporte para 12 íbamos 25 personas! En el tercio de asiento que me tocó pude apoyar un octavo de mi adormecido trasero, que para más remate había crecido considerablemente durante los últimos dos meses, gracias a tanto rice, noodles y banana pancake. A mi marido no le tocó asiento, se fue parado en algo así como el parachoques trasero, agarrado de las mochilas que iban amarradas en el techo. Una locura con cara de suicidio.

Don Det, Laos

El paraíso sobre el río Mekong

Traté de tomarlo con humor y al principio iba muerta de la risa. Pero tras hora y media de camino y una buena colección de calambres de la cintura hacia abajo, la cosa ya no me parecía chistosa. La última hora de viaje creo que entré en estado zen porque no me acuerdo qué fue de mi pobre y acalambrada humanidad; pero qué podía importarme, si estábamos por llegar a una isla donde nos esperaban los brazos del morfeo laosiano.

Días de hamaca y relajo

Nuestra intención no era más que hacer nada, y ese lugar era ideal. Con gente acogedora y un tempo maravillosamente pausado, la isla de Don Det es perfecta para ralentizar aún más los latidos. Al llegar nos instalamos por una semana en una cabañita casi sobre el río mismo, rodeados de verde y hamacas.

Cabaña en Don Det, Laos

Nuestra cabaña estaba rodeada de naturaleza y hamacas

El único día que decidimos movernos un poco, así como para no sentirnos culpables de tanto “gozal”, fuimos pedaleando a la isla del frente, Don Khon. Hay que darle crédito al camino para llegar. Así de fotogénico era el entorno.

Fueron días de relajo absoluto, tardes de acordeón y ukelele. Días de desayunos en la hamaca, siestas antes y después de almuerzo, y no me da vergüenza confesarlo. Fue una semana que se sintió como un mes.

Don Det, Laos

Don Det es una de las cuatro mil islas del Mekong

Nuestra última noche fue bien especial. En nuestras cabañitas, donde había una onda muy rica, los franceses encargados organizaron un encuentro musical y mi acordeonista favorito (mi compañero de viaje y de vida) los dejó a todos fascinados con sus melodías.

Me encanta despedirme de un país con calma, tiempo y espacio para masticar y digerir lo vivido. Me agrada elegir para los últimos días un lugar que me ponga en pausa y en contacto conmigo y la naturaleza. Haber terminado en Don Det sin planificación previa significó caer literalmente rendida en los brazos del Morfeo laosiano.

Cabaña en Don Det, Laos

Mi compañero de viajes y vida en pleno relajo

Lugar:

Laos

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