Dejé la mochila y me fui de crucero
El panorama era el siguiente: 12 días navegando, seis países para visitar y nada más que hacer aparte de disfrutar. El itinerario incluía mar… jamás podría haberme negado.
Para ser sincera, amo viajar con mochila. Con el tiempo, de tanto rayar con los viajes y andar contando historias, he ido contagiando a mis cercanos, quienes poco a poco han sentido los síntomas de esta enfermedad llamada viajar. Fue así como mi querida familia organizó un viaje que me obligó a dejar la mochila de lado y entregarme al placer: nos iríamos de crucero por el Caribe. La idea de estar en el mar por 12 días me hacía alucinar.
Después de varios meses de preparación del viaje, nos embarcamos 13 personas rumbo a Miami, desde donde zarpaba el enorme e impresionante Costa Deliziosa (sí, con z).
La postal que vi al llegar al puerto de Fort Lauderdale, en Miami, era impactante: un barco de aproximadamente 10 pisos sería mi nueva casa por varios días; así que, con otros 2.500 pasajeros y 1.500 tripulantes a bordo, podrán imaginar la dimensión.
Para un viajero como yo, un crucero es un lujo. Recuerdo que recién comenzaba la caminata típica hacia la entrada del barco y ya estaba impresionada. Los 10 pisos, las miles de habitaciones, y los salones, bares y restaurantes me tenían impactada. Era difícil imaginar que tantas personas navegaríamos tantos días sin parar y sólo disfrutado.
Los barcos de por sí tienen todo lo que se podría necesitar, por lo que es lo más cómodo para viajar en familia. La experiencia me llamó mucho la atención, porque es imposible aburrirse y hay actividades todo el día, sobre todo en días completos de navegación: noche de blanco, noche de gala, noche italiana y muchas otras más.
Tanto así que cada día llegaba a tu habitación el “Diario a bordo”, para revisar cada actividad y elegir en cuál participar.
Para qué hablar de las comidas, los buffet libres y los restaurantes a elección donde las cenas de cuatro tiempos eran perfectas para comer “a la italiana”.
Trip crucero
Nuestro itinerario inicial a bordo del “Costa Deliziosa” era el siguiente: Miami, Bahamas, República Dominicana, Honduras (Roatán), Jamaica, Islas Caimán y México. Totalmente convencidos de que sería una gran experiencia, cada parada fue una nueva aventura y aquí comparto un pequeño resumen de cada una.
Bahamas: sin saber mucho del país, pero totalmente informada del lugar que quería visitar, nos fuimos a disfrutar de un día de playa intentado conocer un poco de su cultura y paisajes, que me cautivaron con la simpatía de su gente y sus aguas cristalinas. Sin duda, quedó agregado a la lista de lugares a los que debo volver.
República Domincana: el país de la bachata tiene alegría y mucho baile. Fue así como en esta parada decidimos pasar en el día en Sosúa, una playa ubicada a 40 minutos de Puerto Plata donde desembarcamos. Día para disfrutar de la playa, buenos tragos dominicanos, paseos en lancha y mucha bachata.
Honduras (Roatán): desembarcamos con el fin de descubrir en persona lo poco que había leído sobre la isla de Roatán. Allí conocimos a una de las personas más simpáticas y entretenidas de todo el viaje, quien nos acompañó a recorrer encantándonos con sus relatos. Otro de los lugares agregados a la lista, digno de volver a visitar.
Jamaica: era mi segunda vez en este país, pero ahora en Ocho Ríos. Por fin pude vivir la experiencia que tenía pendiente: las Dunn´s River Falls.
Islas Caimán: ¡tenía tantas ganas de estar ahí! Pero quedé en deuda, ya que el viento no nos iba a permitir desembarcar, así que el capitán decidió continuar el trayecto hacia México. El nado con mantarrayas quedó pendiente.
México: era mi segunda en este país, pero igual logró sorprenderme con su cultura, gente y comida, entre muchas otras cosas. Cozumel y Playa del Carmen siempre son una buena idea.
Miami: allí embarqué y desembarqué, y pude disfrutar con algunos familiares que viven en la ciudad. Mucho glamur y un montón de lugares entretenidos para visitar.
Entre medio de estas paradas y aventuras, me di el tiempo para hacer lo que más me gusta, sobre todo en los días completos de navegación: subir a la cubierta del barco y recorrerlo de proa a popa. Por lo general en los viajes me gusta detenerme para poder asimilar dónde estoy y lo que estoy viviendo, por lo que pasé varios momentos disfrutando del aire, el sol y el sonido del mar. Es que para quienes amamos el mar mirar en 360 grados y solo ver un océano inmenso donde te sientes diminuto es un panorama perfecto. Como siempre digo, que nunca falte el sonido del mar en los oídos de los viajeros.
Este crucero fue para mí un recorrido diferente donde “conocí” ciertos lugares en un tiempo determinado, creando la necesidad de volver a algunos a viajar. Digamos que fue como una vitrina que me creó nuevas necesidades viajeras, y fui feliz haciéndolo en familia.
¿Qué me dejó el crucero? Varios kilos de más, muchas historias para contar y más amor por el mar. Pero, sobre todo, muchos nuevos lugares que deseo visitar.
¿Me gasté la vida? No. ¿Si lo volvería a hacer? ¡Sí! Sobre todo si es en familia.