De voluntario en Bebra
Cuando viajo, siempre busco experiencias que me permitan involucrarme con la cultura del lugar. Y así fue como, durante mi viaje por Alemania, encontré una novedosa manera de lograrlo: durante un mes, me convertí en un granjero voluntario.
Estaba en Berlín cuando decidí buscar un voluntariado en algún campo –bien alemán– para vivir como ellos lo hacen. Después de buscar y analizar las opciones, decidí irme a Bebra, en el central estado de Essen.
Así empezó mi aventura en Gärtnerei & Baumschule Bebra, una estancia que se dedica al cuidado forestal mediante diferentes acciones. Allí trabajé durante 30 días, codo a codo con el dueño y su familia, quienes vivían en la misma granja. Como primer y único voluntario del lugar, la adaptación fue mutua, logrando la conexión con ellos que tanto buscaba.
La familia me pasó una pequeña pieza en su casa, que me permitió compartir mucho con ellos. Desayunábamos juntos al estilo alemán con una infinidad de panes, mermeladas y cosas ricas; almorzábamos después de mañanas de trabajo al aire libre y terminábamos la tarde con una típica once alemana llena de quesos, galletas, chocolates, papas, carne, pan y todo lo que una familia alemana de campo disfruta. Pero lo más importante eran las conversaciones que se daban entre tanto.
Así se fue alimentando, además del cuerpo, la amistad y el conocimiento mutuo entre la familia y yo.
Granjero voluntario de tomo y lomo
La experiencia de compartir con otra cultura y poder vincularse a ella de esta manera resulta indescriptible. Además de trabajar durante el día arriba de un tractor construyendo una finca, cortando madera, alimentando a los chanchos, plantando y desplantando árboles, también ayudé con las tareas de la casa.
Llevé leña para el fuego, limpié la casa, fui a dejar a los niños a la schule (colegio) y hasta cociné un pastel de choclo que, aunque no fue fácil, los dejó encantados.
Después de 30 días bajo esa dinámica me fui del lugar llevándome conmigo un lindo recuerdo, y con las puertas siempre abiertas para mi regreso. Logré sentirme como en mi casa, algo que sucede bastante seguido al viajar de esta manera.
Y es que es un viaje distinto. Quedarse en un lugar fijo durante un mes difiere mucho a las estadías tradicionales de tres o cuatro días, para luego continuar al siguiente destino. Personalmente, este estilo me gusta, me anima y me enseña. Conocer lugares nuevos es un regalo muy potente, pero más aún lo es involucrarse con una cultura distinta a un nivel que un par de días no te lo permite.
Te recomiendo, a ojos cerrados, vivir esta experiencia. En el mundo hay muchas familias que necesitan de tu ayuda, ya sea para aprender tu idioma, colaborar en los quehaceres de la casa, cuidar a los niños, trabajar en sus granjas orgánicas, etcétera.
A través de Workaway encontré a la familia Schmidt y, más adelante, a muchas más de las que pronto les contaré.