Un viaje de la muerte a la luna


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Redescubrir San Pedro de Atacama después de 11 años me dejó, literalmente, con la boca abierta. Definitivamente, no existe nada como el desierto chileno en este mundo y es un privilegio hacer un viaje a este paraíso.

 

Hay ciertos destinos a los que uno está obligado a volver. Para mí, San Pedro de Atacama era uno de ellos. Porque la etapa en la que uno se encuentra vida define  cómo uno se toma ciertos lugares, especialmente si hablamos de algo tan misterioso como este lado de nuestro país.

Hay sensaciones que no cambiaron para nada. Exactamente igual que hace 11 años atrás –cuando, a mis 15 años, recorría las calles de San Pedro con un grupo de 19 adolescentes inmaduras, en edad de no apreciar nada de lo que nos rodeaba–  me sentí como en otro planeta. Y es que todo es impresionante, más parecido a Marte que a nuestra Tierra.

Tuve la suerte de no “apunarme”, como dicen los locales. En cambio, tuve más energía que nunca, a pesar del calor, la altura y la sed interminable que el desierto me provocaba a ratos.

Valle de la Muerte, cerca de San Pedro de Atacama

Valle de la Muerte

Junto a mis hermanas partimos a buscar el clásico atardecer en el Valle de la Luna. El paseo comenzó con una increíble caminata por el Valle de la Muerte, lleno de ese misticismo del norte, en el que la imaginación sale de inmediato a luz al recorrer este roquerío. Era como una carrera increíble en busca del sol que puntualmente se va a descansar; finalmente fue en la Piedra del Coyote que vimos este maravilloso atardecer.

Así pasaron estos cuatro días de redescubrir San Pedro y sus alrededores. Y, literalmente, pasábamos con la boca abierta… ¡Todo nos sorprendía! Desde el reflejo que parecía pintado en el agua, del paisaje en la lagunas altiplánicas, hasta la sensación que te causaba estar flotando en la Laguna Cejar. Mejor aún fue atreverme a lanzarme desde lo más alto en los Ojos del Salar, algo que, sinceramente, no sé si vuelva a hacer.

Flamenco en una laguna altiplánica

Lagunas altiplánicas

Al mismo tiempo, disfrutamos de la diversidad que se en el desierto, traducida en una infinidad de locales y restaurantes que mezclan la cultura atacameña con la europea. No hay un lugar más rico que el otro, porque todo era realmente bueno. Sí les podría recomendar partir estos días de relajo con un pisco sour del Adobe (ubicado en la calle principal, Caracoles), donde además la comida es exquisita. El lugar tiene un patio interior muy refrescante para las tardes y noches de mucho calor, y se arma un ambiente bien entretenido para todas las edades. Panoramas no faltan y, si tienes suerte, te puedes topar con la fiesta clandestina de la temporada.

De ahí en adelante el recorrido queda en tus manos porque, como dice el Principito, “lo hermoso del desierto es que en cualquier parte esconde un pozo”.

Lugar:

Chile

Intereses:

Gastronomía Parques

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