Cochamó, un nuevo sendero en el horizonte


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El deporte y los viajes contribuyen a la felicidad y el bienestar. Por eso, la mezcla siempre es positiva. Hay aficionados y practicantes de algunos deportes cuyas pruebas tienen lugar por todo el planeta. Por Paulina Carrasco.

 

Cochamó

Con la Pao, mi partner de viaje

Aunque muchos piensan en las vacaciones como una oportunidad para descansar y desconectarse del día a día, salir de viaje no sólo permite conocer lugares nuevos y culturas distintas, sino que puede ser el pretexto ideal para plantearse una nueva meta deportiva o ampliar el conocimiento sobre alguna disciplina en particular.

Llevaba varios meses con una rutina deportiva establecida diariamente. Así que, cuando salí de vacaciones dispuesta a descansar, decidí introducir un cambio: ¿qué tal si no mandaba la ropa deportiva al fondo del cajón, sino que la incluía en mi maleta?

Decidí irme al Valle de Cochamó, un lugar del que había escuchado mucho, que además me entregaría la mezcla perfecta entre deporte y viaje. Y una vez más el universo me puso a la persona indicada para acompañarme en esta nueva aventura: mi amiga Pao.

Cochamó

Paisajes de Cochamó

Trekking en plena naturaleza

El Valle de Cochamó está ubicado a 138 km de Puerto Montt, es la puerta de entrada al norte de la Patagonia y es también el paraíso de la escalada. Sus enmarañados bosques de 20 mil hectáreas, sus montañas de granito, y sus senderos de trekking junto a los cóndores y pumas que los habitan, ya son un secreto a voces.

En el bosque templado del valle se camina como pisando huevos. Por ahí alguien me dio cátedras en “el arte de colocar bien los pies”, una habilidad nada sencilla que de seguro no se aprende caminando por la playa con una caipiriña en la mano.

Nos detuvimos un momento a recargar energías. Alrededor de nosotros se alzaban inmensos árboles que apenas nos dejaban ver el cielo. Todo estaba húmedo y el frío comenzó a atacar. Nos sentíamos ahogadas pero no por falta de oxígeno, sino probablemente por el exceso de éste.

Avanzamos preguntándonos qué vendría después de cada árbol o qué pasaría cuando cruzáramos por ese tronco que hacía de puente en una de las vetas del río Cochamó. ¿Curiosidad? Esto es lo que se puede esperar: caerse (más de una vez incluso), quedar enterrado en el barro, mojarse, sentirse muy adolorido o todas las anteriores. Y aún así sigue siendo una actividad entretenida.

Bajo la luz de las velas

Tras cuatro horas de viaje y una caminata de 9 kilómetros por el bosque entre senderos intermitentes que a ratos desaparecían, llegamos a La Junta. Fue inevitable sentirme victoriosa. Allí un carrito que cruzaba el río nos llevó al destino final: el Refugio de Cochamó.

Cerro Trinidad

Cerro Trinidad

Antes de entrar nos tuvimos que sacar el barro y dejar los zapatos afuera. Zen, el hijo de Silvina y Daniel, los dueños del refugio, nos dio la bienvenida con un recorrido por el lugar, explicándonos que las duchas sólo tenían agua caliente de 19 a 21 hrs. No nos quedaba mucho tiempo para hacerlo, pero a esas alturas no bañarse daba lo mismo.

Comenzó oscurecer y se encendieron las velas. Luego de una cena con quiche de verduras, ensalada de lechuga y betarraga, y pan casero, sólo quedaba conversar y jugar cartas. Poco a poco se fueron a acostar no sin antes dar la instrucción más importante: “El último apaga las velas”. Si se hacía inevitable una ida al baño, sería tanteando paredes y golpeándose con las puertas. Parte del desafío.

En la mañana el desayuno con mermeladas, pan casero y café nos recargó de energía para una nueva expedición al cerro Trinidad, que nos recomendó Silvina. Se nos sumó Magnus, un inglés, y en el camino conocimos a dos chilenos más.

Comenzamos a escalar agarrados de las ramas de unos árboles, y el verde intenso de la vegetación nos encegueció. Nuestro objetivo, aparte de subir el cerro, era llegar a la laguna Macanuda, que está a una hora más allá de la cima, bordeando el Trinidad. Un lugar mágico y silencioso, no muy conocido por los turistas.

Refugio de Cochamó

Día en el refugio

El día siguiente fue muy lluvioso, ideal para descansar y leer un buen libro. Todos se quedaron en el refugio y llegaron también los que estaban en los campings cercanos, por lo que se armó una dinámica muy entretenida. Magnus comenzó a armar un rompecabezas de 1.500 piezas y poco a poco se sumaron australianos, franceses, holandeses, argentinos y chilenos. Así nos dieron las 10 de la noche, una vez más a la luz de las velas, pero con el objetivo cumplido: un rompecabezas armado totalmente en equipo.

Al día siguiente, antes de volver a Puerto Montt, dimos nuestro último paseo a los toboganes de La Junta que, enclavados en un entorno paradisíaco y con un guiño caribeño, son el deleite de muchos excursionistas que cada temporada se aventuran por la zona. Esta joya bien guardada de la cordillera es un imperdible del valle de Cochamó.

Luego de un paseo y de almorzar en Angelmó partimos al aeropuerto, listas para el doloroso proceso de volver a nuestros hogares. Los músculos adoloridos, las heridas en los pies y el barro que aún nos quedaba en el cuerpo nos provocaron risa y un pensamiento que aún me da vueltas en mi cabeza: “Para valorar un lugar como este tienes que sufrirlo”.

Lugar:

Chile

Intereses:

Trekking

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