Buscando mi niñez entre pedazos de luna en Finlandia


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Todos tenemos nuestros recuerdos; todos tenemos nuestras historias. Y es bueno que sea así. Hay que salvar la memoria del dolor, del tiempo y de la vida misma. Por eso yo escribo.

 

Panorámica de Helsinki de noche

Helsinki

“Este es el sol de invierno”, me dijo mi papá, mientras abría su mano grande y me mostraba el universo finlandés: un pedazo de vidrio que había comprado en Helsinki como recuerdo  de un viaje de trabajo que lo tuvo recorriendo las principales capitales europeas.

Yo tenía cuatro años, pero en mi memoria, al menos en la memoria de esa mujer que soy yo, sigue intacta la curiosidad de una revelación que me tocó directamente el corazón en aquella que fue mi primera infancia. Y por eso recuerdo esa esfera redonda que aún tenemos ahí, en la biblioteca de la casa de mis padres y que mis ojos de niña transformaron en la luna; una luna que temía se rompiera… una luna que no era más que un trocito de hielo, pero que preciosamente moldeado, alcanzaba el significado que tenía y se convertía para siempre en uno de mis objetos más queridos. No era raro que fuera así; mal que mal ese fragmento de vida se había desplazado directamente desde la tierra del “Viejito Pascuero”, como me había contado mi papá (confesión que se encargó de disparar mi imaginación muchos kilómetros más allá).

Montañas, bosque y lago en Finlandia

Parque Nacional Sarek, en Laponia

Si uno piensa en Finlandia, piensa en el frío. Si uno piensa en Finlandia, piensa también en la nieve y que la estación más larga del año es el invierno. Sin embargo, yo pienso en el mar Báltico, que su nombre deriva de la palabra zeme, que significa tierra, y en la imposibilidad de encontrar un número exacto para contar sus lagos y bosques. Yo pienso en sus bloques de hielo, sus trescientas islas y la aurora boreal. Yo pienso en Laponia, su modelo educativo y Arto Paasilinna. Y, ¿saben? De la idea inicial paso, casi sin darme cuenta, a una imagen de mí misma escribiendo en una cabaña perdida, casi eterna, sintiendo ese frío que a menudo es el mejor amigo de la palabra.

Yo quiero viajar a Finlandia por sus colinas, el monte Halti y porque el sol brilla setenta y tres días seguidos en verano. Porque es lejana (y a mí siempre me gustaron las fugas), por sus pasteles carelianos, sus tres millones de saunas (tradición heredada de la época sueca) y porque el país vibra con el tango, pero por sobre todo –más allá de esta lista interminable de excusas que me inventé para hacer un viaje que todavía no tiene principio–, porque yo también quiero encontrar el sol de invierno; el sol de mi infancia.

Lugar:

Finlandia

Intereses:

Parques

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