Aventura en el Sahara

 

Con mi gran amiga de la vida nos aventuramos a Merzouga en un viaje de tres días y dos noches por uno de los lugares que más soñaba conocer de este planeta: ese mar de arena dorada que te hace alucinar, llamado Sahara.

 

Serpiente

Cosas que pasan en el Sahara

Cuando viajo evito eso de los tours organizados por agencias y siempre opto por recorrer por mi cuenta y a mi ritmo. Sin embargo, en este lugar del planeta algo que no podía perderme por nada del mundo era el paseo al desierto del Sahara, cruzando el Atlas y pasando por oasis, paredes montañosas de una inmensidad abismal, y muchos paisajes nuevos y alucinantes para mis ojos y mi disco duro de recuerdos. Como no contaba con un jeep propio, y mucho menos con un camello, contraté un paseo desde Marrakech.

Así fue como, con mi gran amiga de la vida, nos aventuramos a Merzouga en un viaje de tres días y dos noches por uno de los lugares que más soñaba conocer de este planeta: ese mar de arena dorada que te hace alucinar, deshidratarte y quedar con el poto bastante resentido tras la andada en camello… perdón, ¡dromedario!

De camino al desierto cruzamos las montañas del Atlas marroquí. Una de las paradas interesantes del camino fue Ait Ben Haddou, la famosa kasbah que ha sido escenario de muchas películas como Ben Hur, Gladiador y La joya del Nilo. El lugar es increíble, pero el calor me tenía mal, considerando los 46 °C. El inclemente sol quemaba a más no poder, así que mojábamos nuestros pareos y los ventilábamos para que se enfriaran, de manera de poder bajar la temperatura corporal cubriéndonos con ellos, para salvarnos de morir como un pollo a la parrilla.

Recuerdo que almorzamos en la kasbah una comida bien rara. Estamos seguras de que nos dieron camello, pues nunca probé una carne con un sabor tan diferente, no malo, pero raro. Pero teníamos hambre y era obligatorio recuperar energías, así que las mañas las dejé a un lado y me lo comí igual.

Pasamos una noche en el camino y al segundo día llegamos a nuestro destino. Lo que todos temíamos, morir de calor con los 50 °C del Sahara, no fue tema para nadie, ya que llegamos poco antes del atardecer con unos agradables 28 °C. Ahí estaba esperándonos la caravana de dromedarios para partir a nuestra haimma (campamento bereber), así que con mi amiga nos adjudicamos los primeros camellos y partimos al lugar donde pasaríamos nuestra noche soñada.

En el camino aparecieron las primeras estrellas y de pronto cayó la noche sobre ese mar de arena. Yo no paraba de reírme, entre la felicidad y el vaivén del camello, perdón, dromedario, como nos corregía Omar, el bereber que nos llevaba al campamento, cada vez que decíamos camello. Luego entendí que la diferencia es clara: el camello tienen dos jorobas y el dromedario sólo una.

Dromedarios en el Sahara

En nuestros dromedarios

Tras una hora y media arriba de nuestros “dromes”, como les pusimos a nuestros dromedarios, llegamos al corazón del desierto y del paisaje más increíble y diferente que habíamos tenido frente a nuestros ojos. Ya de noche nos dieron tahine y el clásico té de menta, que compartimos sentados sobre alfombras en el suelo, para terminar bailando al ritmo de los tambores bereberes.

Más tarde subimos a Erg Chebbi (la gran duna en árabe) en compañía de Hamid e Ibrahim, quienes nos ayudaron muy pacientemente a no rendirnos cuesta arriba, ya que era muy empinado y los pies se enterraban y costaba mucho esfuerzo. Al llegar a la cima de la gran duna caímos sobre la arena tibia; exhaustas y maravilladas bajo ese cielo, tuvimos la suerte de presenciar una lluvia de estrellas fugaces que nos hizo llorar de emoción, soñar y creer con convicción que nada es imposible. Disfrutar cada segundo de ese presente maravilloso del universo, con la preciosa compañía de mi mejor amiga y esos chicos de un mundo opuesto al nuestro.

Si nos demoramos dos horas en subir, rodamos duna abajo en sólo dos minutos, y terminamos con arena hasta en nuestro sistema digestivo. Al bajar al campamento tomamos unas colchonetas y frazadas, y fuimos a descansar nuestros cuerpos sobre ese océano de arena. Seguimos alucinando con la vía láctea más luminosa del planeta, bajo un manto de estrellas que estaban casi al alcance de la mano… ¡impresionante!

Ait Ben Hadou

El kasbah Ait Ben Hadou

Nuestros pesados párpados se rindieron al cansancio y dormimos entre las 4:30 y las 5 AM, cuando nos despertaron para desayunar y partir a tomar la van que nos llevaría de vuelta a Marrakech. Al ponernos de pie sentimos el cansancio de la subida a la duna y de la andada en dromedario del día anterior; nos dolía todo, pero ya estábamos ahí y ni locas nos volvíamos en el jeep 4×4 (que también era opción para quienes no querían subirse al drome), así que nos armamos de valor y nos subimos ya experimentadas en el tema.

Al partir la caravana, Omar nos dijo que era hora de mirar hacia atrás. Al voltear vimos la salida de un sol gigante tras la gran duna que ya había borrado nuestras huellas. Fue el amanecer más maravilloso e impecable que jamás he visto en mi vida. Sacamos la foto de rigor y partimos rumbo a nuestra van, ya que después de las 8 AM puedes deshidratarte y morir cocinada sólo con el aire hirviendo que caracteriza al desierto más grande del mundo.

Y ese día que volvimos a Marrakech. En el mes más caluroso del año (agosto) Alá nos mando de regalo unos deliciosos 28 °C ¡y lluvia! Sí, lluvia en Marruecos, cuando los locales nos comentaban que no caía una gota del cielo desde enero, así que fuimos muy afortunados.

Y así, con ese segundo regalo caído del cielo, fue como finalizó nuestra aventura en el Sahara, un paseo inolvidable que hay que hacer al menos una vez en la vida.

Lugar:

Marruecos

Intereses:

Gente

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