Alaska por cielo, mar y tierra

 

Cuando les conté a mis amigos que me iba a Alaska recibí la misma respuesta de todos: “¡Qué frío!”. Y es que suena como un destino congelado, lejano y deshabitado, pero el hecho de experimentarlo rompe con todos los esquemas que se puedan tener. Este es el relato de un sueño cumplido en la llamada “última frontera”. 

 

Mientras organizaba el viaje descubrí que nunca había oído ni siquiera el nombre de las ciudades a las que iba. Parecía ser otro planeta. Un planeta donde los días sin fin, los animales salvajes y los montes nevados se apoderaban de esas tierras vírgenes. Allá quería estar yo y allá llegué el 17 de mayo.

Juneau, Alaska

Juneau

Por cielo

Eran las 11 de la noche y seguía de día en Fairbanks, la ciudad donde llegué con algunas escalas desde Santiago. No hacía tanto frío como me habían dicho; en los meses de verano las temperaturas superan incluso los 30 °C en algunas regiones, aunque con vientos helados. Esa noche me fui directo al lodge, cerré las cuatro capas de cortina y me quedé dormida.

Fairbanks no es un lugar muy pintoresco para visitar, aunque vale la pena dar unas vueltas por el centro y entrar al Soapy Smiths Bar para probar la cerveza “Alaskan”. Un tour recomendado es el River Boat, que navega por el río Chena y muestra las costumbres de los indios Athabascan que habitaron la zona.

Alaska train

Tren hacia Whittier

Por tierra 

Después de un par de días viajé en bus hasta el Parque Nacional de Denali, famoso por haber sido el escenario de la película Into the Wild. Allí estaba el monte McKinley, orgulloso de ser el más grande de Norteamérica.

En el mismo centro, que tiene sólo un par de locales de colores, tomé un bus que hizo un recorrido por los bosques de tundra del parque. Allí tuve la increíble oportunidad de ver caribúes (parecidos a los renos) y osos grizzly, que deambulaban por su hábitat natural. Me sentí pagada.

Al día siguiente tomé un tren de nueve horas, que me permitió conocer paisajes y tierras vírgenes donde no hay carreteras, porque las bajas temperaturas del invierno no permiten su construcción. Después del largo viaje llegué a Whittier, una ciudad puerto de 220 habitantes. Lo más insólito de todo es que el 70% de ellos viven en un solo edificio.

Glacier Bay National Park anda Preserve

Parque de los Glaciares

Por mar 

En Whitthier me embarqué en un crucero llamado Coral Princess en el que navegué durante seis noches.

El recorrido por mar me llevó a conocer el glaciar Hubbard, el más grande de Alaska; el Parque Nacional de los Glaciares, donde se pueden ver 16 estructuras naturales de hielo; la ciudad de Skagway, donde llegaron los primeros exploradores en búsqueda de oro; Juneau, la capital de Alaska; y Ketchikan, una ciudad pintoresca repleta de «palafitos» de colores.

El viaje terminó en Vancouver, Canadá, donde tomé un vuelo de vuelta a Santiago.

En pocas palabras les puedo decir que esta aventura vale absolutamente la pena, porque Alaska invita a dejar de lado todo tipo de rutina y de materialidad, y nos hace darnos cuenta de lo pequeños que somos frente la inmensa naturaleza.

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