A magical mystery weekend
Escuchar Oasis en la ciudad donde nacieron, conocer cada lugar donde los Beatles marcaron historia en Liverpool y terminar bailando con el clon del vocalista de Arctic Monkeys marcó mi magical mystery weekend.
Desde bien chica que me gusta mucho escuchar música. Talento musical propio nunca he tenido; menos después de la humillación pública que significa tocar Green Sleeves en flauta delante de todo tu curso, una experiencia para traumar a cualquiera. Lo que sí pude siempre apreciar fue el talento del prójimo. Como a los 6 me obsesioné con Michael Jackson, a los 8 lo vi en vivo en el Nacional, después tuve una breve y poco memorable etapa Backstreet Boys, luego vino la época Nirvana y como a los 13 me empezó a gustar la música que escucho hasta hoy.
Hace dos años estaba en Inglaterra. Mi mejor amiga estaba estudiando allá y la fui a ver a Londres. Cuatro meses antes ya teníamos comprados los pasajes y reservado el hostal para nuestro fin de semana en Manchester y Liverpool.
Llegamos el 10 de enero tipo dos de la tarde a Picadilly Station. No alcanzamos ni a pisar la calle y fuimos rápido a comprar pasajes para ir a Macclesfield, un pueblito a las afueras de Manchester al que no llega nadie. Nadie excepto los viudos de Joy Division a visitar la tumba de Ian Curtis, el desaparecido vocalista muerto a los 23 años después de colgarse en su cocina producto de una depresión a causa de su avanzada epilepsia.
El cementerio era tétrico, con unas tumbas de 1700 y unos pájaros que daban terror. Pasaba el rato y no encontrábamos lo que estábamos buscando. Yo ya me estaba empezando a poner nerviosa; ya veía que oscurecía, salían unos cuervos, nos sacaban los ojos y terminábamos igual que Ian Curtis. La solución fue buscar un tutorial en YouTube tipo How to find Ian Curtis’s grave, hasta que llegamos a la lápida que simplemente dice «Love will tear us apart». Esas cinco palabras que ya pasaron a la historia y que fueron grabadas por el grupo sólo cuatro meses antes de que su líder decidiera no seguir viviendo.
De vuelta en Manchester llovía y hacía frío, así que tomamos un taxi hasta el hostel, que quedaba en uno de los tantos muelles de la ciudad. De todos, lejos este era el que tenía el mejor nombre, “Potato Wharf”.
Dejamos las cosas y salimos a recorrer. Más tarde entramos a cualquier bar a tomar unas cervezas; se llamaba The Lost Dene. Pedimos y nos sentamos, cuando de repente suena Oasis, mi grupo favorito desde octavo básico. La felicidad: escuchar Don’t look back in anger, mi canción preferida en la ciudad donde nacieron mis músicos favoritos, donde los Gallagher jugaban a la pelota cuando niños, donde tocaron por primera vez en el Boardwalk Bar en el ‘91, en las calles donde empezaron a cambiar la historia de la música y a definir ese insuperable sonido del britpop noventero.
Ese día nos guardamos más o menos temprano porque en la mañana partimos a Liverpool. Mi primer recuerdo de los Beatles es de primero o segundo básico, cuando en el colegio nos enseñaron The Yellow Submarine. Muchos años después me compré el disco 1, ese que tiene los 27 singles que fueron número uno.
Llegamos a la estación y caminamos hacia Albert Dock, un muelle precioso donde, entre otras cosas, está el museo y la tienda oficial de la banda. Ahí tomamos un tour; no soy mucho de hacer estas cosas, pero sólo teníamos un día para estar en Liverpool. El Magical Mystery Tour lo hacía un viejito fanático de los Beatles en un sicodélico minibús en el que íbamos unas 10 personas. Edad promedio 65 años y nosotras. Mientras el bus hacía un recorrido por las casas donde John, Paul, Ringo y George nacieron, además de otros lugares fundamentales en la historia de la banda, iban sonando las canciones que correspondían en cada momento; era perfecto. Lo mejor fue pasar por Penny Lane, Strawberry Field y terminar en The Cavern Club, donde hicieron sus primeros conciertos en Inglaterra y donde tocaron 292 veces. El Cavern no solamente es un lugar de culto para los fans de los Beatles, sino para los fanáticos de la música en general. Es un lugar que nunca duerme; allí hay música en vivo los 365 días del año. Ese lluvioso día de enero había un rucio cantando Someday you will find me, caught beneath the landslide, in a champagne supernova in the sky. Un regalo.
Dormimos todo el tren de vuelta a Manchester. Llegamos, nos arreglamos, nos tomamos unos shots en el bar del hostal y partimos a The Factory 251. Mientras bailábamos Suede, Pulp, Oasis, Blur, The Smiths, James, The Cure, New Order, David Bowie, Muse y quizás cuántos más, íbamos métale tomando jägerbombs. De repente vimos entrar a un grupo de amigos; entre medio vi al clon de Alex Turner, el guapo vocalista de Arctic Monkeys. “Con ese quiero bailar”, le dije a mi amiga. Cuando salieron a la terraza le dije “vamos a fumar” y ahí estaban. Después de las preguntas de rigor y hablar de Alexis, Gary y Arturito Vidal, volvimos a entrar. Terminar bailando Love will tear us apart con el mino más mino de Manchester fue lejos la mejor forma de terminar nuestro magical mystery weekend.