12 horas en Londres
Algunos dicen que la manera en que uno recibe el Año Nuevo es un indicador de lo que vendrá, y ojalá así sea.
El 31 de diciembre, en las calles de París se ponían en marcha los contingentes de seguridad por amenazas terroristas: policías por doquier y espectáculos de fuegos artificiales suspendidos. 3, 2, 1… ¡Ploc! Champagne y gritos de alegría nos anunciaban que ya empezaba el 2016.
Con mi familia nos acostamos temprano, ya que nuestro primer desayuno de 2016 sería en la meca de la buena música, Londres. Todavía no salía el sol, en Chile la fiesta recién empezaba y nosotros ya teníamos un nuevo sello en el pasaporte. Un tren de alta velocidad nos llevó por el túnel submarino que atraviesa el Canal de la Mancha. Oídos tapados. Niebla. Llegamos.
El encanto londinense
En la estación St. Pancras nos esperaban mi hermana y su marido, que viven allá, y nos tenían preparado el itinerario del día –sí, sólo estaríamos 12 horas en Londres–, así como anécdotas de cada uno de los lugares que visitamos. Eso nos ayudó a ver los principales atractivos de la ciudad desde el conocimiento y no desde una admiración vacía.
Nuestra primera misa del año fue en la Abadía de Westminster, donde el sacerdote tenía un humor muy british. No soy anglicana, pero igual recé por la reina. Tuvimos la suerte de ser partícipes de un espectáculo auditivo que no se escuchaba desde el matrimonio de William y Kate. Las campanas nos saludaban y no dejaron de doblar por varios minutos.
¡Check! Al emblemático Palacio de Buckingham que solo conocía por las noticias y las películas; al St. James Park, que enamoró a mi espíritu animalista al ver a las juguetonas ardillas correteando junto a diversas especies de pájaros; al Big Ben, el Parlamento y el London Eye, por los cuales es imposible no pasar al ir a Londres.
El sol se ponía entre la niebla y empezaban a caer algunas gotitas, momento ideal para matar en callejones como Jack el Destripador o probar el plato típico fish & chips, que para mi sorpresa venía con puré de arvejas, pan tostado y mantequilla. Esta extraña combinación me hizo entender por qué a los ingleses les gusta tanto la gastronomía francesa.
Londres y sus luces
Todavía no eran las 5 PM, ya era de noche y las luces cobraban su protagonismo. La iluminación de los edificios resaltaba la arquitectura de las fachadas y las calles se transformaron en túneles bajo los centellantes y coloridos adornos. Los ingleses, su acento y sus calles, todo suena a música, suena a Rolling Stones, Pink Floyd y The Kooks.
A pesar del frío, pasear por Londres es un espectáculo en sí mismo. En Picadilly Circus conocimos la hermosa tienda Fortnum & Mason (¡me lo hubiese comprado todo!) y fuimos a Burlington House. Quedé fascinada con las perfectas y curvas proporciones de Regent Street, donde se ubica la tienda Liberty con arquitectura medieval. El recorrido también incluía un paso por la musical Carnaby Street, la teatral Shaftesbury Avenue y China Town. Este maravilloso y agitado día no podía terminar sin una cup of tea en Covent Garden Market.
Londres no es Londres sin subirse al segundo piso de un bus rojo que nos llevó de vuelta a la estación. Descubrí que las calles y el manubrio al revés son una condena de muerte: chocar o ser atropellada. Partimos hacia París con la certeza de querer volver pronto a esta maravillosa ciudad y pasar más de 12 horas en ella.