La joya de Tailandia se llama Pai

 

Cuando llegas a este pueblo, todas tus percepciones cambian. Quieres quedarte a vivir ahí, y te da lo mismo que te queden cientos de lugares por recorrer. Pai es el paraíso.

Daniela junto a la vegetación de Pai

Todo es verde en Pai

“¡Dani, es que tú te vas a enamorar de Pai!”, me dijo mi amiga inglesa Helen, con la que llevaba viajando un par de días. Fue el empujón que me faltaba para decidirme y conocer la verdadera joya tailandesa.

Tuve que viajar cuatro horas en un bus para pitufos desde Chiang Mai. La falta de espacio y las curvas del camino me tenían mareada e incómoda, al borde del arrepentimiento de haber decidido emprender rumbo a Pai. Pero todo cambió cuando llegué: lo único que quise fue quedarme en ese lugar por siempre.

Llevaba viajando aproximadamente un mes por Tailandia, pero sólo ahí reconocí el país que había visto tantas veces en NatGeo: paisajes increíbles rodeados de montañas verdes por todas partes, villas al costado del camino, locales sonrientes y amables, calles pequeñas con un lindo puente colgante y un montón de deliciosa comida callejera. No necesitaba más: ¡había llegado al paraíso!

Daniela en una hamaca en Pai

La hamaca de todas mis siestas

Una recarga de baterías

Después de correr las últimas semanas, saltando entre las islas del sur, decidí pagar un bungalow y dormir una siesta antes de salir a caminar para conocer el pueblo. Y es que Pai provoca ese efecto: pisas su preciosa tierra y sólo quieres relajarte.

Este pequeño lugar está rodeado de hippies de espíritu libre, que te hacen sentir que el tiempo no pasa y que nada fuera de Pai vale la pena realmente. Hay naturaleza por todas partes, donde la preciosa vista te da la sensación de estar en medio de un retiro espiritual, que al mismo tiempo no tiene nada de convencional. Especialmente si ves el atardecer desde lo alto de una montaña en mitad de la nada, con un montón de viajeros haciendo malabares, acrobacias y bailando.

Daniela junto al Buda gigante de Pai

Junto al Buda gigante

Me contagié rápidamente y me mimeticé con el lugar. En un par de horas ya éramos todos amigos porque compartíamos los mismos gustos. No parábamos de hablar de lo mucho que nos habría gustado vivir ahí, caminar todos los días al Buda gigante, tomar jugo recién exprimido de los campos de frambuesas y perdernos en alguna montaña. Además, la vida nocturna es bien entretenida. No es Bangkok, pero hay hartos lugares donde puedes tomar unas cervezas y conocer gente nueva.

Yo iba por dos noches y me quedé una semana. Algunos pueden decir que perdí muchos días de viaje dentro de mi apretado itinerario, pero yo sólo pienso en volver a acostarme en la hamaca afuera de mi bungalow para mirar uno de esos mágicos atardeceres que te entregan la sensación de estar en el lugar y tiempo perfecto.

Lugar:

Tailandia

Intereses:

Low Cost Religiones

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