Recomponiendo sueños en San Pedro de Atacama

 

Decidí viajar sola y logreé vencer mis miedos, porque me enfrenté a mí misma y a los fantasmas que siempre me han rodeado y no me han dejado avanzar. Y ahora que vuelvo a la realidad, observo y vivo con más calma, porque en cualquier momento tomo mi mochila, mis esperanzas y parto a recorrer caminos lejanos, sin trazar ningún itinerario, porque confío en el destino, en la vida, en mí. Por Katherinne Retamal.

 

A pocos días de haber regresado de mi primer viaje, puedo escribir de forma más tranquila. Siempre he tenido una lista interminable de cosas inconclusas que podrían haber hecho de mi vida algo muy diferente a lo que es ahora. Una de ellas es viajar, pero sola. Mi corazón lo pedía a gritos, pero yo no lo quería escuchar. El miedo a lanzarme a esa aventura no me permitía seguir mis instintos nómades y cada vez que tenía tiempo (y dinero) me quedaba en casa, esperando algo que no llegaba. Un día de abril decidí que comenzaría a tachar de mi lista todos esos sueños rotos y el primero de ellos se me vino a la cabeza de manera automática; solo coticé pasajes y estadía,  ¡listo! Lo demás lo vería en el camino. Estaba dispuesto: en dos meses más habría de visitar San Pedro de Atacama, lugar más que añorado y soñado por mí, literalmente.

Calle Caracoles, San Pedro de Atacama, Chile

En Caracoles, la calle principal de San Pedro

¿Qué? ¿Viajar? ¿Y sola? Pero, ¿por qué? Fueron las preguntas frecuentes sobre mi decisión. Aún así, teniendo en contra el miedo de mi familia y algunos amigos, opté por seguir los gritos de mis instintos y me lancé a la aventura.

Debo decir que en un principio iba a viajar acompañada; sin embargo, mi amiga desistió y vi de frente todos mis miedos: viajar en avión, llegar a un lugar desconocido, conocer gente nueva y un sinfín de asuntos que me colmaban el corazón de ansiedad. ¡La vida quería que viviera una experiencia a concho! ¡Me estaba poniendo a prueba!

Llegué. Llegué y sentí que la magia del lugar me transformaba y las preocupaciones dejaron de tener lugar en mí. Me alisté y salí a recorrer cada calle –adoré Caracoles, porque parecía sacada de un lugar extraordinario: personas de todas partes compartiendo su alegría, vendedores ambulantes, cantantes errantes–, disfrutando cada rincón emblemático. Así se fue gestando el cambio. De un momento a otro no me sentí preocupada, sino libre. Estaba sola, caminaba sola, fotografiaba sola; era capaz de hablar con otros sin sentir vergüenza; me comencé a sentir alegre y, al final del día, dormí feliz.

Piedra del Coyote, Chile

En la piedra del Coyote

Lo primero es lo primero: El Tatio

Sola. Palabra compleja, difícil de digerir. Sola observando la nieve, los géiseres; sola escuchando. Hasta que los conocí: Ramón, Leslie y Mauro. Seres llenos de luz que el destino puso en mi camino. Dejé de tener miedo y me dediqué a saborear cada palabra, lugar (nieve, agua, cielo) y momento. Fui yo, por fin.

Algunos debían marcharse ese día y la travesía también debía continuar. La despedida era inminente; sin embargo, seguir era la consigna. El Tatio y los nuevos amigos quedaban bien guardados en mis recuerdos, podían volver a ser tangibles cuando yo lo deseara. Y en solo unas horas la felicidad fue aumentando en mí.

Géiseres de El Tatio, Chile

En los famosísimos Géiseres de El Tatio

Vamos por más

Siguieron Valle de la Luna, Piedras Rojas, las lagunas Altiplánicas, las lagunas de sal, el valle del Arcoíris, un tour astronómico y las termas de Puritama. ¡Y seguí sumando nuevos amigos! Carla, Cristiane, Cristiano y Consuelo. Las risas fueron el complemento más que perfecto para los bellos paisajes, para las exquisitas comidas, para las ansias de más aventuras. Sí, ahora la ansiedad no era algo negativo, trasmutó a esperanza, a deseos positivos de momentos inolvidables en San Pedro, en sus calles tan pintorescas que emanan buena vibra y sensaciones de calma, de paz.

En el penúltimo día me embargó la emoción. La última compañera de viaje se iba. Lloré desconsoladamente. Pero no fue por pena, fue por alegre valentía. Llorar de satisfacción fue liberador. Y, a raíz de ese llanto, agradecí a la vida el haberme atrevido a viajar y haber cruzado mi camino con el de mis nuevos amigos. Quizá permanezcan, quizá no, pero son amigos y me ayudaron, inconscientemente, a liberarme de todos mis dilemas y ataduras. El lugar fue el indicado: tenía que ser San Pedro.

Los días pasaron demasiado rápido. Seis días se hicieron nada y esa es la excusa perfecta para volver. Faltaron lugares por recorrer, faltaron amigos por conocer. Vencí mis miedos, porque me enfrenté a mí misma. A los fantasmas que siempre me han rodeado y no me han dejado avanzar, los perdí en el desierto, los dejé ir. Y ahora que vuelvo a la realidad, observo y vivo con más calma, porque en cualquier momento tomo mi mochila, mis esperanzas y parto a recorrer caminos lejanos, sin trazar ningún itinerario, porque confío en el destino, en la vida, en mí.

Piedras Rojas, Chile

Piedras Rojas

 

Lugar:

Chile

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