Montevideo, ciudad hecha verso
La baña un río que parece mar y la canta un tango que parece candombe. Son los espejismos de Montevideo, que de tan oníricos y poéticos, poco termina importando cuál es la realidad. Por Pedro Arraztio.
Algo raro pasa con Montevideo. Acá el problema de los teatros es que se abarrotan de gente, y para la gente no ir al teatro es un problema. Acá el arte no ignora a los pobres, los busca, y hay galerías y propuestas de diseño en los barrios marginales. Acá se escucha a Violeta Parra en las plazas y se habla de Joaquín Torres García (prócer del constructivismo uruguayo) con tanta naturalidad como se habla de un héroe del fútbol.
Qué cosa más extraña ocurre en Montevideo. Parece que está detenido o camina para el otro lado. Los jóvenes se acercan a los ancianos, que son más activos que nadie. Sentados en un banquito de algún parque perdido, son dueños absolutos de la vanguardia artística: se aventuran en fusiones de tango y candombe, con un dominio del bandoneón y el tambor que sólo puede dar el rigor de los años. Detrás vienen los muchachos con sus guitarras, que se pelean por acompañar los inventos musicales de estos viejos hermosos.
A los montevideanos no les avergüenza mostrar sus barrios pobres. Es más, incentivan a los turistas para que los visiten. Dicen que no se puede conocer Montevideo sin conocer las manos que la construyeron, y piensan que la ciudad no sería tan rica culturalmente como hoy es si no fuera por los esclavos e inmigrantes que llegaron a la orilla oriental del río de la Plata con hambre y frío como único equipaje.
Pisar Montevideo es como pisar una pequeña Barcelona. Una ciudad cosmopolita y abierta, donde se puede ser negro, pobre u homosexual sin ninguna culpa; es la única ciudad de Latinoamérica con una plaza oficialmente llamada del Orgullo Gay y a nadie parece molestarle. Es ciudad de cafés bien conversados, de fútbol y de tango; deporte y música que aquí parecen vibrar con una misma fibra: ambos se viven con pasión, sufrimiento y, sobre todo, nostalgia.
Pequeña y cálida, la capital uruguaya parece el hermano tímido entre dos gigantes chillones como son Sao Paulo y Buenos Aires, que habla poco pero escucha, observa al mundo y mira con recelo la vorágine de su andar.
Un ayer amurallado
Para conocer Montevideo hay que partir desde su corazón, o sea, Ciudad Vieja. Es el casco antiguo de la ciudad, que en el pasado estuvo aislado del mundo por un gran muro que la rodeaba y protegía de ataques extranjeros, pues la capital oriental fue invadida en más de una ocasión por lusitanos y británicos.
Del antiguo murallón quedan algunos vestigios que embellecen la ciudad y sirven de entretención a los niños. El más importante de todos es la Puerta de la Ciudadela, que da la bienvenida a la peatonal Sarandí. Conocida como el centro cultural de Montevideo, la peatonal está repleta de galerías de arte y en ella se puede encontrar lo mejor de la artesanía uruguaya. Muy recomendable es el Museo Torres García, que resguarda la obra del famosísimo pintor uruguayo que fundó el universalismo constructivo, mística corriente pictórica que busca la comunión del hombre con el orden cósmico.
Conocer Ciudad Vieja es conocer el Montevideo de principios del siglo XX, ese de arrabales y bohemia; de tango y candombe. Por eso es imperdible el Mercado del Puerto. La monumental construcción antiguamente funcionaba como mercado de abastos y hoy es un punto gastronómico obligado para todo carnívoro que se jacte de tal. Fundado en 1868, el recinto mantiene su estampa arquitectónica original, donde resalta el antiguo reloj que se enclava en su centro. Pasar un mediodía en el mercado de hoy es de por sí un espectáculo. Los cocineros gritan a viva voz las ofertas del día, los músicos populares tocan lo mejor de su repertorio y los cientos de hambrientos visitantes pululan de local en local buscando los precios más convenientes. La especialidad de la casa: el matambre, un arrollado relleno con pimentones que al primer bocado se vuelve adictivo.
Afuera del mercado se encuentra la calle Pérez Castellano, otra joyita de Ciudad Vieja. Antigua zona de arrabales y vida nocturna de puerto, en la actualidad sigue siendo una zona pobre, pero con una característica bien especial. Ofrece una interesante propuesta de arte y diseño, donde pintores, artesanos y diseñadores de ropa tienen ahí sus locales. La idea es llevar el arte a los más pobres.
Por la noche el casco antiguo renace en forma diferente. La llamada movida de Ciudad Vieja ofrece una serie de pubs y bares con ambientación belle époque, que encanta de inmediato. No es el jolgorio absoluto, sino más bien algo tranquilo, muy a la uruguaya, donde priman las conversaciones junto a una cerveza y la contemplación de shows artísticos. La plaza Matriz deslumbra iluminada a la luz de los focos e inspira a largas caminatas por la inquietante quietud del Montevideo bohemio.
El gran robo
Montevideo es una de las ciudades más seguras de Latinoamérica. Sin embargo, le robaron, o por lo menos eso dicen los uruguayos. Dicen que los argentinos les robaron el tango; que el baile de pareja abrazada y ritmo dos por cuatro nació de los negros que lo bailaban al son del tambor en el lado oriental del río de la Plata. Pero no sólo eso. Dicen que también trataron de robarle a Gardel, el más grande entre los grandes, llevando su lugar de nacimiento hasta otro continente, para arrancarles a los orientales su pedacito de leyenda en la historia del “Zorzal Criollo”. Pero lo cierto es que Montevideo tenía su espacio reservado en el corazón de Che Carlitos. Míticos relatos hablan de su paso por tierras orientales y ninguno más memorable como el del Bar Fun Fun. La historia dice que en una noche de 1933, Carlos Gardel se encontraba en ese célebre bar de Ciudad Vieja y que después de probar la Uvita, trago típico del local cuya fórmula ha sido patentada y mantenida en el más absoluto secreto, le dedicó un tango a cappella apoyado en el viejo mostrador de estaño que aún se mantiene intacto. De aquel paso quedó una foto autografiada, que tiene un espacio preferencial entre todos los recuerdos que el bar exhibe.
La presencia del tango en Montevideo es mucho más tímida que en Buenos Aires, pero eso no quita que tenga su sello especial. Sin tanta cabriola como las coreografías porteñas, se baila más junto, más apasionado. Para verlo con todas sus luces, no hay mejor lugar que El Milongón. Con música en vivo, tocada nada menos que por músicos de la orquesta filarmónica de Montevideo, se muestran cautivantes shows de ese momento mágico entre el hombre y la mujer en compás de dos cuartos. También hay presentaciones de folclor gaucho y lo mejor del sonido del candombe, música típica del Uruguay con corazón africano y alma latinoamericana.
Las aguas de Virgilio
Caminando por la rambla costera uno se encuentra con la célebre plaza Virgilio. Su nombre verdadero es Plaza de la Armada, pero los montevideanos la llaman Virgilio porque sencillamente suena más poético. Y es que el lugar definitivamente da para inspirados versos. Se dice que en esta hermosa placita el cantautor uruguayo Jorge Drexler escribió las coplas de Al Otro Lado del Río, canción de la película Diarios de Motocicleta con la que ganó un Oscar. Desde ella el río de la Plata se ve como un mar inmenso, infinito. Quizás por eso los montevideanos se niegan a pensar que es tan sólo un río color café. En el fondo se engañan, pero mientras ese horizonte marrón siga inspirando a personajes como Drexler, Galeano o Benedetti, bienvenida sea la ensoñación.