Nunca dejar de viajar

 

No recuerdo la primera vez que escuché la palabra ‘viaje’, pero mi papá me inculcó el amor por recorrer el mundo. Ya conozco casi todo Sudamérica y mi próxima meta es, antes de los 30, haber visitado cada país de Europa.

 

Hace poco leí un artículo sobre la dromomanía, más conocido como el síndrome de no poder dejar de viajar. Una adicción igual que el cigarro o el alcohol, que hace que uno no siente cabeza y prefiera seguir invirtiendo en viajes en lugar de algo tangible. Esto me hizo demasiado ruido en mi cabeza y empecé a pensar desde cuándo me siento tan atraída por esta forma de vida, pues los de los viajes son los mejores recuerdos que tengo en mi vida. Si estoy triste, ver las fotos y videos me alegra el día, haciendo que me transporte a ese instante. Ahí es cuando me doy cuenta de que de verdad viajar es la mejor inversión.

No recuerdo aún cuándo escuche la palabra ‘viaje’ por primera vez, pero sí sé que hay un culpable, mi papá, pues los primeros recuerdos que tengo de él son relatos de sus travesías. Él estudió periodismo y es fotógrafo, y por cosas del destino su trabajo terminó convirtiéndose en algo que a todos nos gustaría: viajar siempre.

Parque Nacional Torres del Paine, Chile

Definitivamente tengo dromomanía

Mi papá vivía en Santiago y yo en Chimbarongo, y pasar un cumpleaños juntos era muy difícil porque siempre estaba fuera de Chile. Pero era sagrado recibir alguna postal con imágenes de Roma, Venecia o Disney; de hecho, las esperaba al igual que sus llamadas. No existía internet ni celulares tecnológicos, así que cuando sonaba el teléfono de la casa corría para ver si era mi papá y me contara cómo iba su viaje.

Crecí con eso, siempre ilusionándome con ir a todos lados. Además era fanática de los mapas, así que pasaba horas mirándolos y buscando cada ciudad de la que escuchaba hablar en las noticias. Tengo recuerdos de haberme comprado el álbum del mundial de fútbol del ‘98 y cada país que allí aparecía me llamaba. He visto más de 20 veces las películas de Jason Bourne (Matt Damon) escapando por Europa y no dejo de imaginarme a mí en los mismos lugares.

Cabina telefónica en Londres, Inglaterra

Mil veces me imaginé recorriendo Europa

El día en que pude subirme a un avión por primera vez sólo fue para ir a Mendoza, pero fue un mundo nuevo para mí. También alucino con los trenes, por lo que el metro de Nueva York es uno de mis lugares favoritos. Me encantan los buses, mirar los paisajes por la ventana e imaginarme aventuras en ellos. Y ¿por qué no?

Los que me conocen saben que todo lo que tengo (o al menos gran parte) lo gasto en viajes, y si no tengo, me endeudo. Eso les causa una impresión terrible a otras personas, que me dicen “yo no podría hacer eso, prefiero tener la plata y ahí viajar». Y ahí está el problema. Vivimos pensando en un futuro en el que si tengo, podré, y si no, no se hace. Si yo hubiese esperado siempre tener la plata en mis manos antes, simplemente no hubiese viajado este último tiempo. Quizás después de un viaje vienen muchas restricciones, pero el dicho «lo comido y lo bailado no me lo quita nadie» me hace mucho sentido y juro que no me arrepiento.

Lancha

¡Lo comido y lo bailado no me lo quita nadie!

Aunque ahora estoy trabajando y no puedo dejar todo botado, gran parte de mi sueldo se irá a una cuenta de ahorro para mi próximo viaje. No sé a dónde iré ni por cuánto tiempo, pero seguir conociendo el mundo es una de mis prioridades en la vida. Mi cabeza vive planeando viajes y aventuras, y sé que si no las hago cuando puedo no volveré a tener la oportunidad.

Después de todo puedo entender eso a lo que le llaman dromomanía. Cada viaje significa un millón de emociones, cosas nuevas y recuerdos que día a día me hacen volver y reír. No hay mejor sensación que saber que te irás, sin importar si ya has ido antes a ese lugar o si no conoces a nadie en él. Viajar es más que una oportunidad y una experiencia, es recoger lo mejor de todo y ver cosas únicas.

Estos últimos años he visitado selva y playas paradisíacas, conocí los Alpes suizos, viví en una ciudad con -30 °C, he caminado hasta no poder más, se me ha congelado hasta el pelo, y he viajado con mi papá, mi mamá, mis amigas y mi pololo. De todas esas aventuras concluyo que esos recuerdos son los que me acompañarán cada día. A mis 23 ya conozco casi todo Sudamérica (me falta Colombia y Uruguay) y me prometí que antes de los 30 haría lo mismos con Europa ¿Es una idea loca? Quizás sí. Pero la vida no es nada si no salimos de nuestra zona de comodidad.

Francisca Jaeger Lagos

Sólo me faltan dos países de Sudamérica por conocer

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