Antes de Portugal
Antes de Portugal estaban las paredes de grafitis y las tejas rojas y el sol en la cara y las primeras librerías y la ropa colgada en el balcón de una anciana y los atardeceres amarillos de un país que conoce el peso de las pausas. Antes de Portugal estaba tu romanticismo hecho palacios, las postales que recibiste tanto tiempo después, las caligrafías sin nombre y sin fecha y la loca idea de que la vida seguía al sur de la vida. Antes de Portugal estaban los ojos de Olivia que todavía no eran de Olivia, el río Duero, los acantos y la copa de vino quebrada que tenía los colores de tu infancia. Antes de Portugal, tu silencio. Antes de Portugal, tu sentencia: vivir es ser otro, recuerda Fernando. Vivir es ser otro, grita el tiempo y tus manos. Vivir es ser otro.
Antes de Portugal estaba el fado, Sintra y Oporto. Antes de Portugal estaba Pessoa y la Torre de Belém. Antes de Portugal estabas tú y una canción que todavía no habíamos escrito. Antes de Portugal estaba Lisboa, los acentos del río Tajo y las voces del olvido. Antes de Portugal estaba una guitarra maldita y tres versos de Halloween. Antes de Portugal estaba noviembre y el otoño parecía una primavera inquietante. Antes de Portugal estaba el bacalao en una y mil formas; en uno y mil días. Antes de Portugal estaba el cocido, el caldo verde y a veces también la feijoada. Antes de Portugal estaba el Castillo de San Jorge, el sinsentido del Mediterráneo y todo eso que creíste, todo eso que amaste y todo eso que se disolvió para siempre. Antes de Portugal estaba la mujer del 4B y siete colinas que crecían detrás de una torpe esperanza. Antes de Portugal estaba la vida de una estudiante y sus tres amigas. El frío y el calor; el zigzag de la lluvia, el tiempo de tus pestañas. Antes de Portugal estaba Madrid y la sabia decisión de irte detrás de una época errante. Antes de Portugal estaba un viaje en bus que recuerdas como uno de los más largos e incómodos de tu existencia, pero que al mismo tiempo marcaban las pausas de un bastón. Antes de Portugal estaba Ulises y Odiseo: las leyendas, la magia. Antes de Portugal estaban los teleféricos y la vida que partía muy arriba, muy arriba, casi tocando el cielo.
Antes de Portugal estaba la Plaza del Comercio, el barrio de la Alfama y a veces también la nostalgia. Antes de Portugal tus pies tocaban el fondo del mar. Antes de Portugal estabas tan cerca, tan cerca, tan cerca. Antes de Portugal estaba el Monumento a los Descubrimientos, los colores de Sintra, el sol de Sintra, el viento de Sintra. Antes de Portugal estaba la historia de una ciudad declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y las murallas y los arcos y los cánticos de una lengua muerta y el Palacio Nacional da Pena. Antes de Portugal estaban las bodegas de vino, el río Duero y a veces también los puentes que creían en tu corazón. Antes de Portugal nadie sabía qué significaba la noche; nadie sabía qué significaban los días. Antes de Portugal estaba la Torre de los Clérigos, Luis I y el cielo azul. Antes de Portugal estaba la brisa gastada y el tiempo roto entre los cementos del Museo de la Marina. Antes de Portugal estaba Enrique el navegante, los pájaros sombríos de los que nos hablaba Sabina y una película en medio del océano. Antes de Portugal estaba un tren que no iba a ninguna parte y los murmullos de aquellos viajeros que partían a alta mar y se encomendaban a Dios y a la Virgen, al verde de la tierra, a las flores rojas. Antes de Portugal estaba el suelo calcado de Río de Janeiro, su hermandad mística y subterránea, la tumba de Pessoa, la lengua de Pessoa. Los versos sumisos y sus viejas terminaciones sin vocales. Antes de Portugal estaba la vida hablada, el poeta Luís de Camões (Amor é fogo) y los vitrales de una iglesia. Antes de Portugal estaba la sombra de Vasco de Gama, el silencio de tu silencio, las ventanitas minúsculas, tan minúsculas, tan minúsculas y los ojos de ella buscando un reloj en la frente de un hombre. Antes de Portugal estaba el agua, el cielo y las nubes, o quizás todo junto, todo junto. Antes de Portugal estaban las siete maravillas y tus doscientos años que caían sobre esa hora que fue tu ausencia, que fue mi espera.
Antes de Portugal estaban las paredes de grafitis y las tejas rojas y el sol en la cara y las primeras librerías y la ropa colgada en el balcón de una anciana y los atardeceres amarillos de un país que conoce el peso de las pausas. Antes de Portugal estaba tu romanticismo hecho palacios, las postales que recibiste tanto tiempo después y las caligrafías sin nombre y sin fecha. El destino de un mal amor. Antes de Portugal estaban las palabras que escribiste sentada en las escaleras de una casona vieja, tan vieja, y los colores y el tiempo hecho cenizas. Antes de Portugal estaba un libro de Saramago, tres monasterios y los presentes inventados que construiste en ese laberinto gris y blanco y azul que fue a veces tu lucha. Antes de Portugal estaban los ojos de Olivia que todavía no eran de Olivia y tus silencios y tu nombre. Antes de Portugal estaba tu urgencia por quererlo, el dibujo de un rostro y la humedad de un callejón que le recordaba Valparaíso. Antes de Portugal estaba la idea de que la vida seguía al sur de la vida. Antes de Portugal estaban los recuerdos, el cigarro en la boca y la taza de café fría que se derramó sobre tu blusa como un pronóstico de que había que seguir tirando piedras detrás de ese camino, detrás de esa hierba, detrás de una historia que comenzaba mucho después de Portugal…