Comprar un glaciar en Aysén
Es uno de los destinos más increíbles de nuestro país. La majestuosidad de sus paisajes vírgenes, la de variedad de su flora y fauna, y la diversidad de culturas la hacen una región única. Fue en estas tierras donde descubrí probablemente una de las postales más maravillosas que he visto en mi vida.
He tenido la oportunidad de estar dos veces en la Región de Aysén: una para recorrer la Carretera Austral con mi familia y otra para conocer específicamente algunos de sus destinos por trabajo. Debo decir que cada uno de los lugares que he pisado en esta zona me han sorprendido enormemente y me han hecho enamorarme aún más de este país que considero un tesoro del mundo.
En el último viaje sentí una conexión especial con la naturaleza y disfruté cada momento, cada paisaje, y observé con delicadeza hasta el más mínimo ser vivo. Pero hubo un lugar inexplorado que me robó el corazón y que se transformó en una verdadera travesía en compañía de un hombre que vive y se desvive por la región.
La historia
Todo comenzó así: llegamos a Puerto Guadal con mi equipo de trabajo para alojarnos en Terra Luna Lodge, un lugar que, pese a las adversidades de la zona y las dificultades para abastecerse, funciona como un verdadero lujo en medio del corazón de la Patagonia norte.
Nos recibió su dueño, Phillipe Reuter, un francés que llegó a Chile hace más de 20 años y decidió explorar este lugar. Una vez flechado con el lago General Carrera y el monte San Valentín (que tiene 3.910 m.s.n.m.), decidió instalarse en un terreno justo en frente de ellos para admirar cada mañana la belleza del paisaje y posteriormente abrir las puertas de su casa para que todo el mundo pudiera ver lo que él estaba viendo.
Por si fuera poco, este hombre –al que no por nada muchos llaman «el loco lindo»–, buscó la forma de llegar a los lugares más inexplorados y así sorprender a sus pasajeros que llegaban de todo el mundo.
La travesía
Eran las 7 de la mañana y Phillipe ya había arreglado el mundo. Nos esperaba en el muelle con un jetboat para comenzar la travesía. Cruzamos el lago General Carrera y llegamos hasta el río Leones, donde este hombre apasionado tuvo que literalmente abrirse camino entre las piedras. Cuando llegamos a un lugar seguro para atracar los botes, subimos a un cerro e hicimos un trekking para llegar a otro lago también llamado Leones. Desde la playa ya podíamos ver varios glaciares que bajaban del monte San Valentín y venían directamente de los campos de hielo norte, vista con la que me sentí completamente pagada, aunque el objetivo era estar aún más cerca. Hasta el momento ni siquiera pensaba que me compraría uno de ellos.
Nos aventuramos entonces en nuevos botes que nos llevaron literalmente a los pies de uno de los glaciares. Nunca en mi vida había estado tan cerca de uno y creo que de todos los que he visto es el más lindo. Entonces nos sentamos en una inmensa roca a comer un sándwich. Nadie decía nada; es que estar en un lugar como este y en una situación como esta, te obliga a mantenerte en silencio para escuchar el sonido de la naturaleza.
Ese día el sol brillaba, los pájaros volaban sobre nosotros y los hielos se desprendían uno tras otro. Entonces yo sólo pensaba en lo afortunada que era al conocer este tipo de cosas, porque todos sabemos que el calentamiento global está haciendo lo suyo y no es mucho el tiempo que queda para admirar estas maravillas naturales.
Después de contemplar durante un buen rato el paisaje, me paré para tomar algunas fotografías. Salté de roca en roca y en una que estaba mojada y con un poco de hielo pensé: «Aquí me caigo seguro», pero igual salté y efectivamente me caí. Las risas y la preocupación de los turistas y del equipo que me acompañaba fueron instantáneas. Fue la caída más absurda y programada que he tenido en mi vida, y de que dolió, dolió, pero ahora puedo decir que además de haber vivido una de las experiencias más lindas, también supe cómo comprar un glaciar en Aysén.