Los dos mundos que confluyen en Marruecos

 

Marruecos es una oportunidad de tener un primer encuentro con un mundo nuevo y completamente distinto, que hace cuestionarse elementos tan trascendentales como la búsqueda de la felicidad, la religión y otros aspectos de nuestra cultura con los que nacimos y probablemente moriremos.

 

Té en Marruecos

La mejor estrategia de venta es el té

En este mundo cada vez más conectado, fugaz, desechable y orgulloso de sí mismo, que cree que ha visto y sabe todo, encontrarse con países como Marruecos y ciudades como Marrakech es una de esas experiencias de viaje en su estado más puro. Es una aventura valiosa e imborrable para quienes aún no han tenido la suerte de »chocar» con una cultura que tiene un pasado, presente y futuro diametralmente opuesto al nuestro y, lo mejor de todo, a un solo paso del mundo occidental.

Marruecos, al igual que Chile, está ubicado entre la montaña y el mar, con pueblos que han sabido conservar sus tradiciones no sólo para preservar su historia, sino porque las fórmulas que usaron hace cientos de años siguen resolviendo los mismos problemas de siempre. En los Bereberes los hombres pintas sus cuerpos de azul para aislarse de las altas temperaturas de las montañas; en la Medina o Ciudad Roja, los pobladores del mismo barrio se siguen organizando para llevar la masa a un solo horno común donde se hornea el pan, para así compartir los costos.

Lo de que hay chilenos en todas partes del mundo es completamente cierto y Marruecos no es la excepción. Durante los ‘70 varios pintores y escultores se movieron a estas tierras tras pasar por Europa, pudiendo desarrollarse en sus diferentes especialidades. Como muestra, el pintor Claudio Bravo se instaló en Tánger y con el tiempo logró un gran reconocimiento a nivel mundial.

En mi visita a Marrakech tuve la suerte de ser recibido por uno de estos chilenos en su encantadora casa, donde me contó lo que significaba levantarse cada día en una ciudad que parece sacada de las historias de alfombras voladoras y lámparas maravillosas que nos contaban cuando niños. Nos relató, además, de qué forma ha podido desarrollar todo su potencial creativo en un país donde ser artesano es un oficio que se traspasa de generación en generación, y es motivo de orgullo y satisfacción personal.

Serpiente en Marruecos

Las plazas están llenas de encantadores de serpientes

Sólo basta recorrer los mercados de la Medina o Ciudad Vieja para darse cuenta de que atrás de cada puesto, donde se exponen los trabajos en cuero o «marroquinería», hay un taller donde se fabrica todo lo que se vende. No hay nada que sea importado de China, pues lo que ahí se vende es único: bolsos y otros productos de cuero teñidos de mil colores, lámparas de aceite, tajines o platos marroquíes, especias, embutidos y un sinfín de productos locales, que hacen de este mercado un lugar totalmente auténtico.

Otra experiencia imperdible es visitar una tienda de alfombras, donde tres o cuatro personas exponen en un espacio abierto una cantidad impresionante de tapices de todo tipo, mientras el dueño da las órdenes al mismo tiempo que agasaja a su potencial comprador con litros y litros de té de menta, una delicia local que rápidamente se transforma en un vicio. Un poco más allá, la mundialmente famosa plaza Djemaa el Fna se levanta como un polo donde convergen las artes, la gastronomía y las excentricidades locales: encantadores de serpientes, acróbatas, cuentacuentos, tatuadoras de henna y monos amaestrados conviven en este espacio que sufre increíbles transformaciones en el transcurso del día. De noche, los restaurantes ubicados alrededor de la plaza, como el Marrakshi, abren sus puertas para que el visitante se sumerja en este mundo misterioso donde la tenue luz del lugar se refleja en las bellísimas bailarinas del vientre, que al son de platillos y tambores generan movimientos de cadera imposibles de olvidar.

A pesar de la cultura turística de los marroquíes, quien visita por primera vez Marruecos puede experimentar un choque cultural significativo. Recorrer la Medina puede causar a veces una sensación de inseguridad que desaparece instantáneamente al entrar a un Riad o Palacio, que sin exagerar es una especie de oasis tremendamente acogedor donde no se siente el más mínimo bullicio de la ciudad. Es en este entorno donde inversionistas europeos han llevado a cabo importantes restauraciones, preservando la arquitectura morisca local y, de paso, generando una vivencia única e irrepetible para cualquier viajero.

Hablando de lo divino, Marruecos es una fusión casi perfecta de África con el Islam, donde se respira un profundo respeto por las formas religiosas que por siglos han sido el eje central de la vida de su pueblo. Creo que una de las grandes experiencias marroquíes que puede tener un visitante es ser testigo de ese momento tremendamente sobrecogedor que se vive cuando el tiempo se detiene y todo el pueblo comienza a rezar el Corán al unísono.

Marruecos es esto y mucho mas, pero ante todo es una oportunidad de tener un primer encuentro con un mundo nuevo y completamente distinto, que hace cuestionarse elementos tan trascendentales como la búsqueda de la felicidad, la religión y otros aspectos de nuestra cultura con los que nacimos y probablemente moriremos.

Lugar:

Marruecos

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