La importancia de viajar
Viajar y vivir fuera me ha hecho conocerme y superarme profundamente. Aprendí y descubrí muchas cosas de mí y del mundo alucinante en el que vivo, y, de haberme quedado en casa, eso no hubiese ocurrido.
El último mes de cada año es un gran momento de reflexión para mí, ya que se junta mi cumpleaños, mi aniversario de matrimonio y una década cargando mis sueños en una mochila, muchos en solitario y, el más largo de todos, con mi compañero de vida. Diez años de viajes que me han hecho transitar por más de 40 países, vivir en uno de ellos, ampliar mi mente y forma de ver la vida, conocer facetas de mí que jamás imaginé tener, aprender otro idioma, enamorarme de la fotografía, crear un blog de viajes, crecer en todo sentido y descubrir la importancia de los viajes en mi vida, y que nada es imposible.
Hace unos días pensaba en lo mucho que me dicen “no hay para qué salir pa’ fuera, si en tu país lo tienes todo”, y estamos de acuerdo con que Chile es hermoso y que tiene una diversidad paisajística impresionante, pero lo que intento explicarle a la gente es que yo no viajo sólo en busca de paisajes lindos, sino que lo hago en busca de otras culturas y formas de ver la vida que, ojalá, sean realidades opuestas a la mía; viajo en busca de nuevos sabores, colores y olores; conocerme a mí misma en escenarios y contextos que escapan del habitual. Ver lo que ya me es familiar, y que nada implique un desafío no me aporta nada nuevo. Viajar no es lo mismo que irse de vacaciones, no es ir en busca de lo cómodo y fácil; viajar es salir de tu zona de confort, y es justamente ahí donde sucede la magia.
Viajar es una escuela y cada vez más personas acuden a ella.
Con mi compañero conversábamos el otro día sobre la importancia de viajar, de sumergirte en otras culturas y, ojalá, vivir afuera un añito, como mínimo. Esa experiencia mutó nuestra filosofía y mirada frente a ciertas cosas como el trabajo, la relación con la plata y las cosas materiales, la simpleza, la amistad, los futuros hijos y el tipo de crianza que queremos para ellos, etcétera.
Viviendo en Canadá, gracias a la visa Working Holiday, conocimos a un buen número de chilenos en la misma: probando suerte, sin muchos planes más que sobrevivir y descubriendo que se puede vivir bien. Te das cuenta de que quien en tu país es un cuico, allá es guardia de seguridad, recoge frutas en un campo o es maestro de la construcción, y lo hace feliz porque es un trabajo bien considerado y remunerado como cualquier otro. En ese país desarrollado ha hecho amigos de todas las razas y clases sociales, y no tiene empleada doméstica porque por esos lares es un lujo tenerlas; y, tras un tiempito, te das cuenta de que los millonarios se mueven en un transporte público que funciona de maravillas. Y, al ver que existen ciudades con sentido de comunidad, con gente amable que confía y ayuda a otros, cambia inevitablemente nuestra visión sobre la humanidad y el mundo que nos rodea.
Es así como muchos se quedan para siempre y otros vuelven a sus tierras aplicando lo aprendido, y generando un impacto positivo en su comunidad y en su propia vida.
Como dice mi amigo Carlitos, “los viajeros le hacemos bien a este mundo”, frase que abrió una conversa de horas sobre los viajes y cómo estos cambian esos paradigmas y prejuicios que llevamos anclados desde chicos en nuestro disco (re)duro.
Creemos necesario ver otras formas de ganarse la vida, trabajar en lugares donde no importa el pituto, tu clase social ni de dónde egresaste, donde la jornada laboral es más corta y productiva; ver cómo funcionan otras sociedades y ser parte de ese funcionamiento que es más eficiente, inclusivo y empático. Todo eso, sin duda, cambia el lente con el que vemos la “realidad” y, por supuesto, pones en perspectiva – y en duda – eso que antes considerabas normal.
Vivir lejos de casa implica varios sacrificios, desapegos, renuncias y perderse momentos importantes de la vida de quienes más quieres; es un desafío día a día, es un extrañar que se vuelve crónico… Pero te juro que todo, absolutamente todo, vale la pena.
Fue una etapa que me hizo entender que mi país, culturalmente hablando, tiene sus cosas que mejorar, y está bien que sea así, para tener la tarea de evolucionar, entendiendo ese proceso de cambio como algo que primero debe nacer de uno.
Viajar y vivir fuera me ha hecho conocerme y superarme profundamente. Aprendí y descubrí muchas cosas de mí y del mundo alucinante en el que vivo, y, de haberme quedado en casa, eso no hubiese ocurrido. Desde la rutina pensaba que todo estaba bien así, pero las cosas siempre pueden estar mucho mejor; sólo hay que atreverse a dar ese primer paso que te saca del piloto automático. Excusas para no hacerlo hay miles, ¡pero el mundo es de quienes se atreven!
Salir de nuestro metro cuadrado es tan enriquecedor que no lo sabes hasta que lo vives, vuelves y pasa ese tiempo necesario para asimilar todo lo vivido. Sientes que creciste fuera del rompecabezas y que ahora, de vuelta, tu pieza ya no encaja.
Definitivamente, para descubrir cómo se nada en el mar, hay que salir de la pecera.