Sueño cumplido: navegar por el Amazonas peruano
Me invitaron a recorrer la selva de Perú de una forma muy novedosa: navegando por los ríos Marañón y Ucayali, alrededor de Pacaya Samiria. Nunca más olvidaría lo que vi.
“Viajar es descubrir que todos están equivocados con respecto a los otros países”, decía Aldous Huxley, gran viajero y escritor de apasionantes crónicas y ensayos de viajes. Esto fue exactamente lo que sentí durante mi último viaje a Perú, cuando pude finalmente dejar atrás esa visión borrosa y poco ajustada de un país donde había estado hace años solo de paso, para descubrir y navegar por el Amazonas peruano, un lugar con una belleza sin paralelo, con un pueblo de gente sabia, sonriente y acogedora.
El vuelo de Lima a Iquitos dura una hora cuarenta, y desde el primer momento se siente una especie de aislamiento donde todo lo que se ve es un impenetrable verde intenso que cae en ríos serpenteantes interminables. Iquitos es una “isla” en medio de la selva, sin acceso terrestre, y a cinco noches de navegación de su ciudad más cercana.
A fines del siglo XIV llegó a ser una de las ciudades más ricas del continente con la fiebre del caucho, que trajo consigo una gran cantidad de cazafortunas que finalmente se llevaron las semillas a Singapur y Malasia, dejando nuevamente a la ciudad sumida en la pobreza. Hoy día Iquitos es un foco turístico importante donde todavía se pueden apreciar las estructuras imponentes y elegantes de esa época.
Existen muchas opciones para recorrer la zona pero todos buscan en algún momento alejarse de la ciudad para insertarse en la selva amazónica, un lugar que principalmente conocemos gracias a los canales del cable que, a pesar de todo el excelente material que muestran, igualmente quedan cortos con lo que se ve, se respira y se siente en ese lugar.
Tuve la suerte de ser invitado por Delfín Amazon Cruises, una empresa peruana que desarrolló en este lugar una experiencia memorable por el Amazonas, recorriendo los ríos Marañón y Ucayali alrededor de la Reserva Nacional Pacaya Samiria.
Una vez en Nauta, el puerto de embarque, presenciamos cómo luego de un increíble atardecer, la selva cobraba vida. Sentíamos un incesante e intenso ruido, como si los animales quisiesen darnos una espectacular bienvenida.
La navegación fue sumamente suave y la noche oscura dejaba ver un sinfín de estrellas en un cielo escandaloso; un poco más allá sentimos el respiro de algún delfín rosado que habita ese lugar desde hace millones de años, cuando todo estaba cubierto por el mar.
A la mañana siguiente despertamos frente al lecho del río y, por primera vez, me pude dar cuenta de la magnitud del crecimiento que en otra época del año inunda la selva. La excursión comenzó y, entremedio de una vegetación muy tupida, vimos monos, guacamayos, grullas, martín pescadores por montón e incluso un perezoso gracias al ojo de águila de nuestro guía.
En plan para la tarde consistía en ir a pescar pirañas que habitan aguas “oscuras” y pican la carnada con una agresividad impresionante (ni imaginarse en meter siquiera un dedo). Sin embargo, el guía nos ofreció ir a otro lugar más seguro y bañarnos en el río presenciando la magnífica puesta de sol. Mientras me lanzaba al agua, pensaba que si salía vivo, sería una historia para contarles a mis nietos.
En la noche hicimos una expedición en canoa por uno de los tantos lagos que hay, donde entre medio de un millón de luciérnagas pudimos ver los ojos brillantes de los caimanes que recorren el lugar.
Gran parte de los operadores turísticos locales incluyen una visita a alguna de las comunidades donde el visitante puede presenciar el estilo de vida de pueblos que viven de la artesanía y de lo que les entrega la naturaleza. Impresionado por la gran cantidad de niños, me acerqué a un padre de familia y le pregunté cuál era la razón; sonriente me miró y respondió: “Acá la vida es al revés, primero tenemos hijos, después nos casamos, y finalmente nos enamoramos”.
Sonreí yo también.