Viajar tras la buena música
Cuando existe una pasión compartida de escuchar buena música y vivir en familia este tipo de experiencias, es doblemente inolvidable. Y si al viajar uno aprende de los lugares, de las personas, de la historia, ¿por qué no también de la música?
La mayoría de mis viajes son para conocer o descansar. Sin embargo, en algunas ocasiones el móvil para tomar el avión es otro: la música. En mi casa siempre todo se ha hecho acompañado de distintas melodías y sin duda es otra manera de trasladarse y aprender del resto del mundo. Ya sea en celebraciones, almuerzos o tardes de trabajo, los ritmos van variando entre canciones de los cinco continentes que hemos ido recopilando en los viajes familiares.
Jazz para despedir una estadía en Caracas
Durante 5 años viví en Caracas, hice toda la universidad allá y, además de conocer personas increíbles y paisajes maravillosos, también vi cómo una hermosa ciudad iba sucumbiendo ante todos los males existentes. Ya terminando la estadía, con la mudanza ya hecha y en temporada de despedidas, vimos junto a mi familia un anuncio del Curaçao North Sea Jazz Festival. Sin pensarlo dos veces compramos los pasajes, las entradas y reservamos el hotel.
El plato fuerte del festival fue Sting, que deslumbró a todos los asistentes, en su mayoría holandeses, con un show íntimo. Por lejos ha sido uno de mis conciertos preferidos, en el cual también tocaron Earth Wind and Fire y Rubén Blades, entre otros. Al día siguiente de esta noche musical nos merecíamos disfrutar del Caribe con una exquisita cerveza Amstel.
Antes de partir conocimos el colorido casco histórico con casas holandesas, que es Patrimonio Mundial de la Humanidad. Esta pequeña isla cuenta con dos singulares puentes, el Reina Emma, que se abre por completo para dejar pasar las embarcaciones, y el Reina Juliana, considerado uno de los más altos del mundo. Este viaje relámpago solo duró un fin de semana, pero quedará en mi memoria como uno de mis momentos familiares preferidos.
It’s only rock and roll para mis 25
Un día recibí un mail de mi papá contándome sobre el concierto de los Rolling Stones en París, que coincidía (parcialmente) con mi cumpleaños. “Los Rolling Stones agotan entradas en menos de una hora” fue el titular el mismo día del comienzo de la venta. Para mi tranquilidad, al poco rato supe que éramos parte de los 75.000 suertudos asistentes, y ya tenía mi pasaje listo.
Conocí el gigantesco Stade de France que, para esta ocasión, estaba hasta el límite de su capacidad con personas ansiosas de ver a “sus majestades”. El París que conocí ese día fue completamente distinto al habitual: el metro estaba repleto de señores rocanroleros de tomo y lomo, jóvenes con estampados de la famosa lengua en sus vestimentas y hasta afortunados niños que iban camino a este concierto que jamás olvidarían.
En ese show se pudo ver un enérgico Mick Jagger que corrió y saltó durante más de dos horas en el escenario; Keith Richards demostró por qué es el mejor guitarrista del mundo; Ronnie Wood siempre fiel a su estilo y Charlie Watts, en forma compuesta y ordenada, hizo retumbar París con su batería. No faltó ni una canción del repertorio que quería escuchar y el performance de Sympathy for the Devil ¡realmente fue de otro inframundo!
Cuando existe una pasión compartida de viajar tras la buena música y vivir en familia este tipo de experiencias, es doblemente inolvidable. No hay que ser fanáticos extremos, sacarse el pelo, ni hipotecar la casa, sino que simplemente hay que saber disfrutar. Al viajar uno aprende de los lugares, de las personas, de la historia… y ¿por qué no de la música?