Ámsterdam, mucho más que drogas y sexo
Al principio no estuvo dentro de mis planes, pero me las ingenié para hacer un espacio de dos noches en la capital de los Países Bajos. Sin embargo, jamás pensé que esas 48 horas se convertirían en las favoritas de todo mi viaje europeo.
Miles fueron los amigos que destacaron visitar un coffeeshop como un panorama imperdible en Ámsterdam, así que lo primero que hice apenas pisé el hostal a las 6 de la tarde fue conocer gente para armar mi aventura nocturna. Tras la charla típica de “¿Cómo te llamas?”, “¿De dónde eres?” y “¿Cuánto tiempo llevas viajando?”, me preguntaron amablemente si quería ir a un coffeeshop con ellos después de salir a comer, y obviamente dije que sí.
Apenas nos pusimos en marcha empecé a alucinar con toda la impresionante arquitectura de los edificios, los hermosos canales, los pintorescos tranvías y, por supuesto, los guapos lugareños. Mi tiempo en la ciudad recién había empezado y ya me estaba arrepintiendo de las pocas horas que iba a tener para recorrer Ámsterdam.
Llegamos a uno de los famosos cafés, que fue todo lo que me habían contado: brownies, lollipops, té y marihuana de todos los tipos, entre otras cosas. No dejaba de reír como una niña nerviosa con todas las cosas que me ofrecían y pasamos unas horas muy entretenidas en un ambiente que es imposible de imitar en otra parte del mundo.
Después de marcar un check en mi bucket list, mis nuevos amigos insistieron en recorrer el Barrio Rojo, y no puedo negar que fue una experiencia muy extraña. Mientras intentaba no hacer contacto visual con las estupendas minas en vitrina, no dejaba de pensar en que jamás se me habría cruzado por la cabeza conocer el Red Light District que había visto sólo en televisión. Pero bueno, ¡ahí estaba yo! Torpe, fascinada e incómoda, caminando rápido entre los callejones de las prostitutas para “no molestar” a nadie.
Cuando decidimos volver al hostal sólo tenía dos cosas muy claras. Primero, las papas fritas con mantequilla de maní deben ser el mejor descubrimiento del mundo entero. Segundo, tenía que arrendar una bicicleta para recorrer toda la ciudad al día siguiente.
Quedé en deuda
Esa mañana me desperté con una misión muy importante. No soy la mayor fanática de los deportes, pero como sí soy bastante testaruda nada me impidió pedalear durante 12 horas para ver lo que más pude de la ciudad en la que ya me imagino viviendo toda mi vida.
Ámsterdam es bastante loca, pero a la vez tranquila. Por un lado tienes los bizarros cafés, el Barrio Rojo y a los automóviles, tranvías, ciclistas y cientos de turistas que debes esquivar a cada minuto; pero al mismo tiempo tienes a las personas pasando la tarde tranquilamente en un bote, a la gente compartiendo amenas conversaciones en las terrazas de restaurantes y a los jóvenes simplemente relajándose en el pasto del Vondelpark.
Luego tienes a las acumuladoras y adictas a las compras como yo, que encuentran el paraíso en las ferias de pulgas como el Waterlooplein Flea Market. También están los amantes del arte que llegan tempranísimo al Museo de Van Gogh para saltarse la fila. Y los fanáticos de la fotografía que disfrutan de exposiciones buenísimas en el FOAM.
Por esta razón, con tantas cosas para hacer en este lugar, no sólo estoy triste por no haberme quedado más tiempo, sino que mi corazón se rompe un poco cada vez que veo a un mochilero hablar con los ojos iluminados por lo emocionado que está de conocer los famosos coffeeshops de Ámsterdam. Y es que si bien es una experiencia que no deja de ser divertida, definitivamente no es todo lo que esta espectacular ciudad tiene para ofrecer.
De esta forma, me declaro oficialmente en deuda con una segunda visita más larga, para seguir enamorándome de una de las sorpresas más lindas de mi eurotrip.