Rabat me cautivó

 

Rabat no tiene mayores pretensiones turísticas. Es coqueta, pero no se esmera en deslumbrar con encantos artificiosos ni desea recrear un mundo que sólo existe para el beneficio del turista.

 

Voy a ser honesta con ustedes, queridos viajeros.  Hasta hace un año nunca había escuchado de Rabat y, de haberlo hecho, tampoco me hubiese interesado ir. Cuando se habla de Marruecos se habla de Marrakesh, de Fes, de Tánger o hasta de Casablanca (lugar que soñaba con visitar hasta que me enteré de que la película no se había filmado ahí). Pero, ¿De Rabat? Nada.

Rabat, Marruecos

Vista de Rabat

Y es que la capital de Marruecos no es ni pretende ser un destino turístico en un país donde sobran lugares por descubrir. Cómodamente instalada entre valles y el Atlántico, Rabat es una ciudad dormilona que a regañadientes te suelta sus secretos.

De partida, sus colores. Una explosión de azules, blancos y verdes tan electrizantes que estas pupilas acostumbradas a grises santiaguinos colapsaron a los 15 minutos de entrar a la ciudad. Me han dicho que cada urbe de Marruecos, tiene una estética propia y la de Rabat claramente busca transmitir paz en una región donde ésta escasea. Tanto así que uno de sus principales atractivos son las cigüeñas y sus gigantescos nidos que se encuentran por toda la ciudad, pero concentrándose –para mi gran sorpresa– en una de las avenidas más concurridas por los autos de la ciudad.

kasbah des Oudaias

Kasbah des Oudaias

Rabat le ofrece al viajero justo un poco de todo, como para dejarlo deseando más. Tiene la Quasba, una maravillosa fortaleza de calles oscilantes, casas semi-azuladas y jardines andaluces. Tiene los tradicionales mercados o zocos, que conectan a la ciudad entera, desde la calle de los Cónsules (su tramo más turístico) hasta la Medina misma, donde converge todo el comercio local. Y, a diferencia de otros lares, aquí nadie insiste ni acosa (aquellos que han estado en mercados árabes sabrán lo mucho que aquello se agradece).

Tiene también a Chellah, una necrópolis medieval invadida por gatos, cigüeñas y una flora muy diversa. Su sector más antiguo data del año 40 d.C. y alberga elementos de los siglos posteriores. Eso es algo que nunca me dejará de sorprender en esos sectores del mundo: cómo en un mismo pedazo de terreno yacen tantas culturas. Y uno ahí, no pudiendo más que contemplar lo inabarcable.

Como les decía antes, Rabat no tiene mayores pretensiones turísticas. Es coqueta, sí, y se cuida. Pero no se esmera en deslumbrar con encantos artificiosos tipo Las mil y una noches, ni desea recrear un mundo que sólo existe para el beneficio del turista.

Le basta con cautivar delicadamente a los que se aventuran por ahí.

Y eso me paso a mí.

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