Sueño cumplido: viajar sola
La tercera vez que fui a Nueva York lo hice sola. Por más críticas que recibí, creo que tomé la mejor decisión. Conocí personas increíbles y me sumergí en nuevas culturas.
Hace siete meses tomé una decisión que antes habría sido impensable para mí. Me regalaron un pasaje y por tercera vez elegí Nueva York. “¿Tercera vez? ¿No te gusta otra ciudad?” Y sí, la verdad es que me encantaría conocer el mundo completo, pero hay algo de esa ciudad que me encanta.
Algunos me decían “¡Pero cómo! ¿Vas a viajar sola?”, “¡Qué fome no, vas a hablar con nadie!” o “eres mujer, te puede pasar algo”, mientras otros me decían “qué valiente, yo no podría hacer eso”.
Después de escuchar tantos comentarios no recuerdo haber sentido nervios, ni siquiera antes de subir al avión. Era extraño, la ansiedad que tenía antes cada vez que iba a viajar, que me quitaba el hambre, hacía que me doliera el estómago y me producía insomnio, ahora no existía. Tampoco dimensionaba al lugar que iba a ir otra vez.
Preparé con meses de anticipación el viaje; qué lugares iba a visitar, qué quería comer, dónde iba a dormir, qué quería comprar. Casi todos los panoramas fueron planificados pensando que iría sola, porque al final nadie me acompañaba y la idea era poder recorrer sin tener una hora de vuelta o estar condicionada a otras situaciones.
Pero todo lo que tenía programado cambió. No había siquiera tomado el metro hacia Manhattan cuando conocí a un chileno, quien finalmente se convirtió en mi partner los primeros cinco días. Como yo ya conocía la ciudad lo llevé a conocer lo típico: el Chinatown, Brooklyn, Times Square, y Soho. Estuvimos en lugares que yo tampoco conocía y fuimos unos de los primeros chilenos en subir al recién inaugurado observatorio del One World Trade Center. También nos separamos y cada uno hacía sus cosas. Conocimos personas de diferentes países en el hostal, mexicanos, argentinos, chinos y los infaltables chilenos que tenían pisco para sobrevivir al carrete en NYC (¡obviamente nos vimos en la obligación de tomar!).
Cuando se fue tampoco me quedé sola; me junte con amigos que había conocido en otros viajes y aproveché de pensar cosas de mi vida y el futuro. Estoy a pocos meses de entrar al mundo laboral y créanme, esas instancias sirven para pensar realmente qué te gustaría hacer con tu vida. A veces ni siquiera me creía el cuento de que estaba ahí.
Encuentros culturales
En uno de mis paseos solitarios terminé en una plaza del Chinatown tocando un instrumento que un señor amablemente me invitó a aprender, aunque no hablaba español ni inglés. En veinte minutos salían notas totalmente desafinadas, pero más allá de eso valoré la instancia de estar ahí y entregarme su paciencia.
Al otro día iba caminando hacia Grand Central y me encontré con el desfile del día de los filipinos ¿Existe alguna ciudad que celebre tanto como Nueva York? Cerraron una calle y pasaban distintos grupos que ya se encontraban viviendo en la ciudad. Simpáticamente me invitaron a pasar con ellos, pero tenía que ir a otro lado, así que amablemente les respondí que no podía.
Esto es una de las cosas que más disfruto de los viajes: conocer otras culturas. Sobre todo en Nueva York, donde hay afroamericanos, indios, coreanos, latinos e inmigrantes de un sinfín de orígenes. Y si creen que las personas son pesadas con los turistas, están muy equivocados: ¡creo que es uno de los países donde mejor me han tratado (excepto por los chinos que ni siquiera me dejaban sacar fotos)!
Los siete días se pasaron rápido. Me di cuenta de que viajar sola no es aburrido, al contrario. Salimos de nuestro círculo de comodidad, nos aventuramos a conocer otras personas y lugares, nos perdemos . Se toman riesgos, no hay nadie a tu lado que esté diciendo lo que tienes que hacer y eres responsable de tus propias decisiones.