De vuelta al colegio: una sorpresa en Siem Reap
Si hay algo que me encanta de los viajes es cómo a veces cambian y dan un vuelco inesperado. En nuestro segundo mes de viaje por Asia nos fuimos a Siem Reap, Camboya, donde vivimos esta hermosa experiencia.
Siempre me han fascinado los niños. Y uno de mis sueños viajeros siempre fue hacer un voluntariado en África o al menos compartir un día en alguna escuelita u orfanato. Aprovechando que estábamos viajando con instrumentos musicales, le propuse a mi marido que fuéramos a un colegio. Nos subimos a un tuk tuk y le preguntamos al conductor qué escuela había por ahí cerca, a lo que respondió “la de mis hijos”.
La idea era compartir con los niños y tocarles algo de música. Mi compañero toca acordeón y yo intento no hacer el loco con el ukelele. Apenas pusimos un pie en el colegio, un enjambre de entusiastas y curiosos niños nos preguntaron en un inglés perfecto: «What’s your name? Where are you from?».
Obviamente no tenían idea qué era Chile, quizás hasta pensaron que vivíamos dentro de un ají, a juzgar por las cara que ponían y las carcajadas que soltaban cuando decíamos «I’m from Chili».
Luego de esta cálida bienvenida fuimos a la oficina del director a pedirle permiso para regalarles algunas melodías a los niños. Él se mostró muy interesado en nuestra propuesta y, por supuesto, accedió de inmediato.
Nos llevó a una sala que, para nuestra sorpresa, estaba llena de instrumentos; ¡era la sala de música del colegio! Después nos enteramos de que era la única escuela en Siemp Reap que contaba con una academia de música.
Tras unos minutos, una veintena de emocionados y ansiosos niños de entre 6 y 8 años entró a la sala cargando cada uno un instrumento. Guitarras, tambores, pequeños pianitos y dos acordeones formaban esta particular orquesta, que incluso contaba con una mini directora.
Llevaban varios meses ensayando el acto de fin de año y nosotros, sin esperarlo, seríamos su público ese día. Luego de ordenarse en dos filas, nos invitaron a unirnos a ellos.
Esperaron en silencio la señal de su directora y empezaron a tocar la versión más original de Gingle bells que hemos escuchado. De pronto, en la mitad de la canción, soltaron sus instrumentos y comenzaron una graciosa y perfectamente coordinada coreografía.
A nosotros no nos quedó más que disfrutar encantados ese fascinante espectáculo. Y para cerrar este mágico show, nos regalaron con especial pasión y devoción dos canciones típicas de su país.
Será un día difícil de olvidar. Fuimos con la intención de entregarles algo nuestro y terminamos recibiendo este maravilloso regalo.
¿No son acaso estos espontáneos vuelcos los que hacen que un viaje sea tan especial? Curioso y hermoso lo que a veces encontramos sin buscar.