Sueño cumplido: Egipto para mí sola
Después de una agitada Primavera Árabe, el turismo se disipó de Egipto por un buen tiempo y aproveché la oportunidad para descubrir sus tesoros de una manera que jamás habría imaginado.
Muchos de los viajes que he realizado durante mi vida se los debo a la carrera de mi padre, la cual nos ha llevado a vivir en los lugares más disímiles de este hermoso planeta. Sin embargo, creo que pocos países me han dejado con un catálogo de experiencias como las que viví en Egipto, joya indiscutida del Nilo.
Esta particular historia viajera se entrelaza con la Primavera Árabe, nombre otorgado a una seguidilla de hitos de carácter revolucionario que se dieron en varios países del norte de África y el levante, y que buscaban terminar con regímenes considerados dictatoriales.
Plenamente consciente de lo horrible de esta síntesis, resumo la situación de aquel momento: la revolución partía en Egipto, los turistas eran evacuados en masas, Mubarak caía, la incertidumbre reinaba.
Incertidumbre que vació los usualmente saturados sitios turísticos de Egipto, desde las pirámides de Giza hasta el Valle de los Reyes. Triste fenómeno que aún persiste al día de hoy, aunque en menor medida.
Sólo para mí
Faltando poco para mi regreso a Chile, y luego de poco más de dos meses muy movidos en El Cairo, se me presentó la inesperada oportunidad de conocer alguno de los sitios arquitectónicos más importantes del sur de Egipto. Llevábamos dos semanas “de paz” y la caída de Mubarak daba un respiro necesario a un agitado país, permitiendo la apertura de algunos de los sitios que habían cerrado por los revuelos.
Partimos con mi madre con la advertencia de que había menos gente, aunque nada me preparó para enfrentarme con los mayores tesoros de la antigüedad… desiertos. Una tragedia para el turismo, pero el sueño cumplido de cualquier viajero que de pequeño fantaseó con ser único explorador de nuevos mundos. Una pena eso sí que se cumpliera en esas circunstancias.
Fue simplemente increíble.
Nada se puede comparar con caminar en silencio por los antiguos templos, oyendo sólo el cantar de los pájaros y los pasos propios. Atrás quedaban los millones de visitantes, el constante hablar de los guías y esa sensación de agobio que generaba estar en ese mar de gente.
Mientras me perdía entre las 134 columnas de Karnak, pensaba que posiblemente aquel lugar no había estado así de vacío desde su descubrimiento. Lo mismo pensaba seguramente una pareja medio hippie-new age que meditaba feliz en un rincón del templo. ¿O le habrán estado rezando a Ra?
No cabía duda que la atracción turística recobraba en esos días su rol de lugar sagrado del cual la habían despojado las 14 millones de personas que la visitaban cada año. Los templos se erguían majestuosos y serenos, permitiendo una sintonía directa con los dioses de antaño. Desempolvaban su glorioso pasado, finalmente libres de las ataduras del aplastante comercio turístico.
Al revisar mi cámara, me di cuenta que no había sacado tantas fotos como en otros lugares, posiblemente porque opté por sentarme y absorber mi entorno en silencio.
No tengo tan buena pluma como para realmente explicarles qué sentí en esos momentos. Lo que está claro es que me abrumó la magnificencia de cada piedra y de cada relieve, al punto de que salí de ahí sabiendo que había sido testigo de algo único. Ya no era turista ni tampoco viajera. Era peregrina.
Nuevas rutas
La pasada clásica por Luxor suele incluir los templos de Karnak y Luxor, y el Valle de los Reyes. Como éramos casi las únicas visitantes extranjeras (había algunos locales, pero no muchos tampoco), nos añadieron los de Hatchepsut y Habu como bonus. Habu, uno de los templos menos visitados, resultó ser la sorpresa del viaje.
¿Sabían qué existen tres tipos de templos? Yo no tenía idea. En los funerarios se prepara el cuerpo del faraón para ser enterado; los de adoración son dedicados al culto de algún dios, como el de Karnak. Y los de conmemoración son erguidos por los faraones en honor a su legado y persona (quiérete poco). En estos santuarios uno tiende a ver jeroglíficos relatando las victorias del emperador en cuestión. Según el guía, era como una propaganda gigante para lo que había sido su reinado. El templo de Habu resultó ser conmemorativo de Ramses III.
Su excelente estado de conservación se lo debe a los cristianos que convirtieron algunos de los templos en iglesia. Al no siempre poder destruir los jeroglíficos paganos, los cubrían de yeso para que no se vieran y quedaran olvidados. Irónicamente, esto no hizo más que protegerlos del paso del tiempo, en muchos casos manteniendo los colores originales con que fueron pintados.
Si Karnak fue una experiencia meditativa, Habu fue una explosión de colores, donde cada columna y muro vibraba con anécdotas, leyendas y relatos de todo tipo. Para alguien que siempre amó la mitología egipcia y su historia, no había mayor felicidad.
Tengo muchos sueños viajeros, pero recorrer los antiguos templos de Egipto siempre fue de los primeros. Cumplirlo de aquella forma fue una experiencia irrepetible y un privilegio insuperable.
Lo que vi es una de las miles de razones por lo Egipto sigue atrayendo a tantas personas, a pesar de su inestabilidad política. Nunca dejen de ir por ello, les prometo que vale la pena.