Sólo emoción en Cliff of Moher
No tenía claro a dónde irme de viaje, así que la hice fácil: dejé que el destino decidiera por mí. El perfecto resultado me permitió conocer Cliff of Moher, en Irlanda. Por Andrea Soto.
Muchas veces me preguntaron “¿por qué Irlanda?”, y yo trataba de explicar acerca de la mitología celta, de sus paisajes, sus castillos, la cerveza… ¿qué más? La verdad es que después de mi último viaje no sabía cuál sería mi próximo destino, pues como siempre quería recorrerlo todo. Miraba el mapa y todo tenía un banderín que decía “ven”, miraba las páginas de viajes y la decisión se hacía más difícil.
Así que llegó el 31 de diciembre de 2014 y decidí que no podía continuar de esta forma, que si yo no era capaz de tomar una decisión, entonces el destino lo diría. Fue entonces como en pedacitos de papeles escribí los nombres de tres lugares que quería y aun quiero visitar. El reloj marcó las doce de la noche, sonaron los cañonazos y reventaron los fuegos artificiales en el cielo, y mientras veía la bahía de Valparaíso, Viña y Con Con iluminarse en mil colores, metí mi mano al bolsillo, saqué un papel y con ansias nerviosas lo miré.
Una vez me dijeron que cuando estuviera indecisa entre dos opciones lo dejara a la suerte, lanzara una moneda al aire y asignara una cara a cada opción. Entonces mágicamente mientras la moneda estuviera en el aire ya sabría lo que deseo y comenzaría a pedir que esa fuera la opción que la suerte me diera.
“Irlanda” decía el papel y mi corazón saltaba de felicidad al ritmo de los fuegos artificiales. Entre abrazos sólo repetía “¡Irlanda, Irlanda!”.
¡Eras tú!
Apenas llegué a Santiago, sin pensarlo mucho, compré los pasajes para el día de mi cumpleaños. Ese sería mi primer viaje sola, llegaría a un lugar donde nunca antes había estado y donde no había nadie que me esperara. Un viaje donde me encontraría conmigo y con mis sueños. Por eso, con la confirmación del vuelo en mano, los acantilados se asomaron a mi mente. Mi primer sueño a cumplir.
Tantas veces los vi en fotografías, películas, series de televisión, videos musicales, que sentía que de alguna forma ya los conocía. Es como cuando te han hablado tanto de una persona (un nuevo pololo o ese nuevo compañero de trabajo que le hace la vida imposible a tu mejor amigo) que cuando la conoces dices: “¡Ah! ¡Eras tú!”. Con los acantilados fue amor a primera vista.
Ubicados en el condado de Clare, sobre 8 kilómetros de costa atlántica, se pueden ver pasivos, imponentes, fuertes y magníficos los tan afamados Cliff of Moher (Acantilados de Moher), acariciados por el bello mar azul-verde-turquesa y custodiados por un cielo inmenso que ese día estaba más azul y celeste que nunca. ¡Los Cliff me querían enamorar!
Sin siquiera pensar en retirar un audio-guía corrí a verlos. Yo no quería que me los contaran, quería vivirlos, experimentarlos y sentirlos. De repente aparecieron detrás de un camino uno de los Patrimonios Naturales de la UNESCO más sorprendentes que he visto, los acantilados, y mi corazón comenzó a saltar nuevamente mientras mis ojos se humedecían y mi sonrisa se hacía más y más grande.
Sólo puedo decir que merecen la oportunidad de ser visitados. Esperar un atardecer, caminar lentamente, tirarse al suelo, sentarse y contemplar, dejar que la vida te llene de vida y de experiencias que podrás recordar por siempre.
¡A lanzarse amigos viajeros! Viajen solos o acompañados a descubrir lugares, personas, a ustedes mismos… ¡pero viajen! Aventúrense a la oportunidad que les da la vida de explorar, vivir, sentir, llenarse los pulmones de ese aire/combustible que los hace seres indómitos, que los hace únicos por el tiempo que dura el viaje y para siempre.
¡Nos leemos en una próxima parada de mi querida Irlanda!