Pura buena onda en Pipa
Justo en la entrada a Pipa hay un cartel con un mensaje que, después de un par de días, te das cuenta de cuánta razón tiene: “Volté sempre, paraíso é aquí” (vuelva siempre, el paraíso es aquí).
Antes de terminar mi cuarto año fueron a mi universidad a dar una charla y nos dieron un consejo muy sabio: “Se van a estresar tanto en el magíster, que les recomendamos tener las vacaciones de su vida”.
Hice caso, aunque el destino no lo tenía claro. Después de varias conversaciones con mi mejor amiga llegamos a un consenso: nuestro segundo viaje sería a Brasil, pero en carnaval. El plan sería empezar en Salvador de Bahía y terminar lo más al norte posible.
Me dijo que sí o sí teníamos que ir a Pipa, una playa a dos horas al sur de Natal y que, según contaban sus amigos, era imperdible. No sabía que existía, pues normalmente estamos acostumbrados a escuchar de Río, Florianópolis, Camboriú y ahora un poco más de Morro de Sao Paulo. Busqué en fotos e información en Google, pero nunca me hice una idea hasta que llegué. Y quedé sorprendida, fue amor a primera vista. Después de viajar tantas horas sentí que valió la pena la cantidad de kilómetros recorridos.
De todo y para todos
El centro tiene una calle principal de piedra muy bien conservada que refleja el pasado de Pipa, un antiguo pueblo de pescadores que ha logrado mantener esa esencia. Ahí se concentra todo el comercio, los restaurantes que tienen gran variedad de comida, agencias de tours, artesanos que trabajan con piedras típicas y muchos turistas caminando relajadamente junto a los brasileños mostrando su espíritu alegre.
El carrete también es parte de ahí. Como en Brasil no hay restricción para tomar en la vía pública, en tres bares se concentra la fiesta. Todos se mueven de un lugar a otro bailando alegres tonos de samba y cumbias argentinas.
– Vayan a bailar fogó –nos dijeron un domingo.
– ¿Qué es fogó? –preguntamos.
– Un baile muy cercano, muy apasionado.
Muy acertado para un domingo, cuando todo para en Pipa es un panorama imperdible. Hay cinco o seis músicos que tocan y todos bailan con todos al ritmo de los sonidos, formando un ambiente cálido con la indiscutible felicidad y simpatía brasileña.
Pero eso no es Pipa. Pipa es playa, surf y tranquilidad. Hay cuatro praias a las cuales se puede ir caminando y cada una tiene su encanto. Los turistas que se ven de noche, en el día están disfrutando de las olas para practicar surf y sup en Praia do Amor. Otros se aventuran a ver a los delfines que están cerca de la orilla en Praia dos Golfinhos, mientras que los que prefieren relajarse van a Praia do Madeiro y a la Praia de Pipa.
¿Se imaginan este paisaje con un plato de camarones apanados que sirven a tu propia reposera?
El real estaba más o menos alto, por lo que buscamos distintas opciones para comer: probamos desde la pizza al horno hecha por brasileños hasta el buffet de doña Branca, un restaurant en el que por 10 reales (aproximadamente $2.500) podías comer todo lo que quisieras. Había de todo: porotos negros, arroz, ensaladas, camarones recién sacados del agua, pollo, carne, feijoada, postre, pasocas. En conclusión, para salir rodando.
No hay que preocuparse por dónde dormir, pues hay hostales y hoteles para todos los gustos y bolsillos. Incomparable es el café da manha con frutas frescas y típicas. El clima tropical que permanece igual todo el año caracteriza a Pipa, por lo que no hay ninguna excusa para no ir y tomar un agua de coco para sentirse de vacaciones.
Simpatía brasileña
Pipa era nuestra última parada del viaje, que se estaba terminando después de estar viajando casi veinte días por el nordeste. Un día antes de volver fuimos a pasar la tarde en la playa, buscando un lugar donde no nos cobraran por ocupar una reposera. Llegamos a una barraca (o bar) entre medio de palmeras, donde nos ofrecieron tragos baratos. “Hola, soy Cristiano, para servirles”, nos dijo el brasileño que atendía el pequeño local. Y así fue como nos atendió toda la tarde, se preocupó de cada detalle y nos invitó a Tibau do Sul. “¿Qué es eso?”, le pregunté.
A quince minutos de Pipa en bus o taxi está este lugar, donde se mezcla la lagoa de Guaraíras con el océano Atlántico. Llegamos justo para ver la puesta de sol desde una de las creperías del lugar.
Cristiano estaba feliz con nosotras. Nos sacamos fotos y nos reímos hasta que el sol se fue. Él estaba emocionado por la invitación, pues no era algo a lo que estaba acostumbrado. No tenía Facebook ni computador; tampoco usaba zapatos porque “en la playa se tiene que disfrutar la arena”, nos dijo. Antes de despedirse y volver a su casa, nos hizo prometer que volveríamos a visitarlo con nuestro título en mano. “ Yo no pude estudiar, así que si ustedes lo hacen soy feliz”.
Me encantó Pipa y, como dice el cartel de la entrada a Praia do Amor, “Volté sempre, paraíso é aquí” (vuelva siempre, el paraíso es aquí).