¡Cómprate una isla! Pero en el sur de Tailandia
Aburrida de los shows de fuego, los vendedores insistentes y los mochileros carreteros, me quise escapar de todo y viajar a una isla donde nadie me molestara.
A pesar de considerarme una persona muy sociable, a veces tengo mis momentos ermitaños en los que quiero desconectarme de todo y correr a algún lugar escondido. Después de las locas semanas que viví en Tokio y Bangkok, lo único que quería era bajar dos cambios y relajarme. Lamentablemente no lo pude hacer ni en Phuket ni en Ko Phi Phi, ya que ambas eran las mejores amigas de la fiesta.
Fue ahí cuando recordé que meses atrás un holandés me dijo que mientras más al sur de Tailandia vas, más solo estás. Así empezó mi búsqueda flash para encontrar un lugar que no quedara tan lejos, pero que cumpliera con todos mis requisitos. Y partí a Ko Lanta.
Todo comenzó en el minuto en que pagué mi maravilloso bungalow. Hasta ese momento llevaba más de un año compartiendo dormitorio con otras personas, así que fue rarísimo estar una pieza para mí sola. ¡Hasta tenía baño privado! Por suerte era temporada baja, así que negocié harto y terminé pagando aproximadamente seis dólares por la noche.
Dejé mi mochila y salí a pasear. Fue una bocanada de aire fresco, ya que al fin estaba en un lugar con calles rústicas, sin vendedores gritándome y dónde tenía miedo de que me apareciera una serpiente de la nada. ¡Pero eso era bueno! Significaba que no había edificios y que mi paisaje era salvajemente verde.
Después de sudar varios minutos bajo el sol, vi una oficina de turismo y un tailandés extremadamente feliz salió corriendo a abrirme la puerta envuelto en una toalla. Nos llevamos tan bien que me bajó 300 bath el precio original del tour de “Cuatro Islas”. Sí, no era muy buen vendedor, pero al parecer no le importaba. Tenía la cara más alegre que había visto hasta entonces.
Me senté a leer en la terraza de mi cabaña y descubrí que tenía una vecina gringa, Pia, que andaba en la misma que yo. Nos pusimos de acuerdo y salimos a comer. El lugar estaba tan vacío que terminamos sentadas con la dueña del restorán, Yum, que nos confesó desde técnicas para meditar hasta su amor por el rey tailandés.
Día especial
Me desperté la mañana siguiente para ir a mi tour, donde hice snorkel en lugares increíbles y después nadé bajo una cueva hasta llegar a una playa que parecía sacada de Jurassic Park. Como si mi día no pudiese ser mejor, Pia me pasó a buscar en moto y fuimos a ver el atardecer. Mientras ella se hacía un masaje, yo me hacía amiga de cuatro perros playeros. En la noche era su cumpleaños, así que compré una torta pequeña y fuimos a celebrar con Yum que abrió una botella de vino para nuestra reunión de brujas. ¡Lo pasamos tan bien!
Durante esos días nos dedicamos a pasear, a comer en el mismo sitio y a dejarnos llevar por la vida sencilla. Pero la noche antes de irnos queríamos carretear. Por esas humoradas del destino, me encontré con el viejo sonriente y nos llevó en su tuk-tuk hasta un bar rasta en mitad de la nada. No tenía idea en dónde estábamos paradas, ¡pero nos reímos tanto con los tailandeses que nos rodeaban! Después de pasarlo chancho, nos fueron a dejar a nuestros bungalows para que llegáramos bien.
Ko Lanta no sólo recargó mis baterías, sino que también me llenó de recuerdos maravillosos con toda esa gente tan amable que allí vive. Y es que vivir en un lugar así de mágico es increíble y ellos lo saben. Sueño con volver a ver todos esos rostros alegres que me hicieron salir de mi modo ermitaño para abrir mis ojos a todo lo que el universo me tenía preparado.