Italia: carbohidratos sin culpa
Italia es de esos países que uno siempre tiene en mente conocer. Por sus sabores, su geografía, su cultura, su idioma, y bueno, sus ejemplares masculinos que se ven tan sabrosos como sus cremosos gelattos.
Corría el 2006 cuando me fui de viaje sola por primera vez. Serían tres meses que sonaban como una eternidad, pues nunca había estado conmigo misma tanto tiempo. Y tomar distancia de la rutina, andar sola por otro continente donde nadie te conoce y disfrutar cada instante como si fuese el último día de tu vida, te hace conectar con las ganas de mandar todo a la mier… cresta un ratito.
A la cresta la dieta, a la cresta los carbohidratos después de las seis de la tarde, a la cresta la talla del pantalón, y a la cresta los que vean mis fotos post viaje y piensen: «¿Y esta se comió el Coliseo?».
Es que una de las razones por las que viajo es para catar sabores alrededor del mundo. Y cada viaje es para mí una sobredosis para los sentidos, que en ciertos lugares pasan por sobre la visión. La comida es parte de la cultura e idiosincrasia de un lugar, y a mí me fascina descubrir nuevas recetas por el mundo, ver cómo los locales se comportan frente a la comida. Todo es aprendizaje.
Adiós a lo light
Simplemente, no se puede hablar de este país sin mencionar la gastronomía italiana.
Para qué andamos con cosas. Italia es de esos países que uno siempre tiene en mente conocer. Por sus sabores, su geografía, su cultura, su idioma que derrite los helados a cualquiera, y bueno, sus ejemplares masculinos que se ven tan sabrosos como sus cremosos gelattos. Yo fui en busca de todas esas cosas.
En ese entonces contaba con 25 frescas primaveras, de las cuales al menos 10 las había pasado a dieta. Para cumplir mi sueño de viajar por el mundo trabajé como promotora y, para llegar a mi soñada Italia, tendría que renunciar por un tiempo al patache de calorías que me mandé ese mes en el país donde la vita e bella.
Así fue como, desde que pisé terruño italiano, las ensaladas y todo lo light fue mandado a la cresta por los panini, pizzas, lasañas, calzones, ñoquis y, al menos, un gelatto diario. No sé cómo lo hacen, pero la cremosidad de esos helados y la forma en que preparan la pasta hacen que el mejor plato de tu abuela pase vergüenzas. Quizás es por la pasión que le ponen.
También te preguntarás por qué perdiste tantos años de tu vida a dieta y cómo lo hacen las italianas para lucir esos cuerpos perfectamente curvilíneos en un lugar del mundo donde abundan los carbohidratos de los buenos. ¿Serán los beneficios del slow food? ¿Será la genética? ¿O tendrán algún pacto con los iluminatti?
Volver a cumplir otro sueño
La gastronomía es el mayor producto de exportación de Italia y no hay región del país sin una especialidad. Ya sea a la Toscana, a Sicilia, a Nápoles o a Boloña, un viaje a Italia siempre se concibe como una experiencia culinaria. No por nada Italia posee cinco puestos en el top 10 de las ciudades culinarias europeas de TripAdvisor.
No sólo descubrí uno de esos países donde mejor se come, sino además me encontré con un rincón del mundo donde todo gira en torno a la comida, que además es barata (y la callejera es una maravilla).
Comer en este hermoso país es como un rito social, donde la sobremesa se junta con la comida que viene, y la copucha y quien habla más fuerte son parte del menú.
Sin duda alguna a Italia volveré. No sólo a comer, sino que a cumplir otro sueño viajero: tomar un curso de cocina y aprender ese idioma que eriza cada poro de mi alma golosa.
Comí sin culpa, tragué sin pensar que volvería rodando, viví el momento presente y no me arrepiento de las groseras porciones con repeticiones. En esas cinco semanas subí seis kilos que me costó un mundo bajar. Pero, como dicen, «lo comido y lo bailado no te lo quita nadie”.
Mis papilas gustativas quedaron tan crazy que me imploraron volver, y me repetí el plato el 2011, esta vez con mi hermana y mi mamá, quienes de familia llevan el ADN gozador.